Japón es uno de esos destinos que todo viajero quiere tener tachado de su lista de imprescindibles. Un país lejano donde lo ancestral y la innovación conviven en perfecta armonía, un tópico y una realidad. Dormir en un ryokan, contemplar el icónico monte Fuji en pleno momiji, relajarse en un onsen, alucinar con las luces de Tokio o disfrutar del Gran Torneo de Sumo son solo algunas de las experiencias que disfrutareis en el país del sol naciente. Tras dos semanas de recorrido os aseguro que descubrí el Japón que quería conocer. Seguid leyendo y sabréis porqué ¡Japón os espera!
CUANDO IR
Como siempre os digo, elegir la época adecuada para cada viaje es fundamental y en este caso cumplí con esto al pie de la letra.
Dos años se hizo esperar nuestra visita al país nipón, y diréis ¡qué locura! pero creedme que no. El refranero es muy sabio y cuando dice que lo bueno se hace esperar es por algo. Hay que tener paciencia y esperar al momento.
En mi caso, tenía muy claro que el viaje debía reunir dos requisitos imprescindibles: la época (primavera u otoño) y que coincidiera con la celebración del Gran Torneo de Sumo. Esto no era negociable, si fallaba alguno ya no iba a ser el viaje a Japón soñado y por tanto siempre iba a tener esa «espinita». Ya os adelanto que la espera mereció la pena.
Aunque Japón se puede visitar en cualquier época del año, noviembre fue el mes elegido, más concretamente la segunda quincena, y nos decidimos por esta fecha por lo siguiente:
- El verano japonés es caluroso y húmedo y el invierno frío, por lo que la primavera y el otoño se convierten en las fechas estrella para visitar este país. Pero no solo por las buenas temperaturas y la escasez de lluvias, en estas épocas hay dos grandes acontecimientos que hacen que la visita sea aún más especial y auténtica: el hanani o floración de los cerezos en primavera y el enrojecimiento de las hojas en otoño (llamado kōyō o comúnmente momiji).
Nosotros nos decantamos por esta última porque la imagen que más me gustaba de Japón era teñido de rojos, ocres y naranjas, me parecía preciosa y todas las fotos que había visto de esta época me dejaron sin palabras. Tenía que verlo con mis propios ojos y comprobar si la realidad superaba la pantalla del ordenador.
Y ahora os preguntareis…pero ¿y cuándo se produce este fenómeno? ¿es en una fecha concreta o varía cada año?
Para saber aproximadamente cuándo se producirá el enrojecimiento de las hojas, la Agencia Meteorológica de Japón publica cada año las previsiones en su web ya que es un fenómeno que depende de las temperaturas y de las lluvias (para que os hagáis una idea, en las zonas más turísticas de Tokio, Kioto y Osaka se suele producir a mediados de noviembre, aunque por ejemplo en las zonas altas como es el monte Fuji al tener temperaturas más bajas este fenómeno se adelanta).
La web está en japonés, pero un truco que utilicé para poder entenderla mejor fue pinchar en «traducir» cuando se abre la página.
En un primer mapa podréis ver las fechas en las que las hojas estarán en su máximo esplendor (nota importante: en japonés primero se escribe el mes y luego el día, por ejemplo, donde aparece 11.10 quiere decir 10 de noviembre, no 11 de octubre). Os dejo la imagen del momiji de 2018 para que veáis un ejemplo.
Si quisierais saber el estado de las hojas por zonas y ciudades tendríais que pinchar en el mapa detallado, donde además de esta información, podéis encontrar comparativas con años anteriores, mejores lugares para la observación de este espectáculo, eventos, iluminaciones nocturnas etc.
Como curiosidad os cuento que la evolución del enrojecimiento de las hojas cubre el país avanzando de norte a sur, al contrario de lo que pasa con el florecimiento de los cerezos en primavera.
Consultar esta web es algo que os recomiendo encarecidamente, ya que es de gran ayuda para planificar un recorrido fotográfico en la mejor época. - La segunda razón por la que elegimos esa fecha es que en noviembre se celebra el Gran Torneo de Sumo en Fukuoka, un estadio pequeño, donde se puede estar muy cerca del dohyo y así poder ver a los luchadores en primer plano.
Las fechas las publican con mucha anticipación en la web sumo.or.jp por lo que podéis hacer coincidir perfectamente vuestro viaje con la asistencia al torneo. Hay seis grandes torneos anuales (cada uno dura 15 días) en diferentes ciudades (Tokio, Osaka, Nagoya y Fukuoka).
El sumo es el deporte nacional de Japón y es todo un espectáculo verlo en vivo. Más adelante os contaré todos los detalles, pero os recomiendo no perdéroslo.
DATOS PRÁCTICOS
– Ruta: La distribución del viaje la hice de la siguiente forma:
- Tokio: 3 noches
- Kawaguchiko: 1 noche
- Hakone: 1 noche
- Kioto: 4 noches
- Koyasan: 1 noche
- Tokio: 2 noches
– Vuelos: Iberia es la responsable de que Japón y España estén más cerca que nunca, ya que tenemos la gran suerte de contar con vuelo directo.
Como ya sabéis por otros post, siempre que podemos abaratamos los vuelos utilizando Avios (si no os suena esto podéis entrar en la web de Iberia e informaros, os dejo el enlace), y en este caso también lo hicimos. Hay verdaderas ofertas si lo miráis con un poco de tiempo y al ser directo es una gozada montarte y no preocuparte de enlaces, pérdidas de maletas y esperas en aeropuertos intermedios. Por menos de 500 euros conseguimos nuestros ansiados billetes 🙂
En nuestro caso salimos desde Madrid con destino Tokio Narita e hicimos el mismo trayecto en sentido inverso para volver. Si queréis entrar por una ciudad y salir por otra podéis mirar combinaciones, nosotros preferimos hacerlo así.
También reservamos un vuelo interno desde Tokio (en este caso desde el aeropuerto de Haneda) a Fukuoka con la compañía ANA para ver el Gran Torneo de Sumo. Fue un vuelo de ida y vuelta y en él os puedo adelantar que vimos una de las imágenes que jamás se nos olvidará: el Monte Fuji desde el aire. En la entrada os contaré cómo fue este momentazo y dónde os tenéis que colocar en el avión para poder verlo.
– Visado: Todos los ciudadanos españoles que viajamos a Japón por turismo de menos de 90 días NO necesitamos visado y nuestra entrada al país es gratuita (si, increíble pero cierto, una diferencia abismal con China, por ejemplo).
Si no es vuestro caso, y viajáis por negocios o sois de otra nacionalidad, consultad los requisitos necesarios.
En el caso de los españoles, debemos contar con un pasaporte con una validez mínima de 6 meses, un billete de vuelta en avión o barco y el formulario de inmigración que te darán en el avión cumplimentado (no se os olvide guardarlo bien). A nosotros no nos pidieron al entrar el billete de vuelta, pero mejor contar con ello por si acaso.
Cuando os bajéis del avión y paséis por el control, os tomaran fotografías y huellas dactilares, comprobaran el pasaporte y el formulario y os entregaran un tanki-taizai (visado temporal) junto con el bonito sello en el pasaporte (como me gusta tener el pasaporte lleno de sellos jejeje).
No obstante, siempre os recomiendo revisar los requisitos exactos en el momento de vuestro viaje por si algo hubiera cambiado.
– Moneda: En Japón la moneda es el Yen (¥) JPY y pese a que es un país super moderno, el dinero en metálico se utiliza mucho más que las tarjetas. De hecho, en muchos restaurantes nos encontramos que solo aceptaban pagos en efectivo (incluso en grandes ciudades como Tokio o Kioto). Es por ello que es muy conveniente llevar dinero en efectivo, o bien cambiado desde vuestros países de origen (cosa que siempre os recomiendo, aunque sea una parte) o bien cambiándolo en el aeropuerto al llegar.
Si optáis por sacar dinero en cajeros automáticos para no llevar tanto efectivo encima, yo os recomiendo hacerlo en los cajeros que hay en los 7-Eleven. Hay muchísimas tiendas repartidas por todo el país, aceptan tarjetas extranjeras y tienen el menú en inglés, por lo que son muy sencillos de utilizar. Los usamos muchísimo y no tuvimos nunca ningún problema.
-Tarjeta Pasmo: Pasmo (パスモ) es una tarjeta monedero recargable para pagar billetes de transporte público y realizar pagos en taquillas de equipaje, máquinas expendedoras, tiendas etc.
Es complementaria a la Japan Rail Pass (JRP) que os explicaré después y hay que recargarla con dinero en efectivo (no se pueden asociar a una tarjeta de crédito).
Esta fue la tarjeta que elegimos para movernos por las ciudades de forma más rápida y cómoda (el ahorro de tiempo es impresionante, especialmente en estaciones abarrotadas donde esperar las colas para sacar un billete en las máquinas puede llegar a desesperaros).
Y para saber qué líneas coger para ir a cada destino lo mejor es el todoterreno Google Maps, una maravilla que te evita tener que andar mirando el mapa del metro en papel o en los carteles de información y funciona perfectamente en Japón. Eso sí, llevad cargadores externos de batería porque consume de lo lindo.
El ahorro de dinero no es algo significativo, ya que si lo que se quiere es gastar lo menos posible sería conveniente mirar los bonos de tren y metro de Tokio de 24, 48 y 72 horas o moverse exclusivamente con las líneas incluidas en la JRP si la tenéis activada y os compensa. Mi experiencia es que, si no vais súper apurados de presupuesto, lo mejor es simplificar los trayectos y no volveros locos.
La tarjeta la podéis adquirir en la estación de tren de Narita o Haneda o en las máquinas expendedoras de las estaciones de metro de Tokio (fue donde las compramos nosotros) y si quisierais tenerla por anticipado la podríais comprar desde casa a través del enlace de japan experience
El precio mínimo es de 1.000 yenes, que incluye un saldo de 500 yenes y un depósito de otros 500 yenes reembolsables si se devuelve la tarjeta (nosotros la devolvimos el último día, aunque si os la quedáis tiene una caducidad de 10 años, por lo que si volvéis a Japón o se la dejáis a alguien la podrán utilizar).
Os dejo una foto donde podéis ver cómo se realiza una recarga en la tarjeta, en inglés, muy intuitivo y fácil (Recharge IC card). Una vez recargada (límite máximo 20.000 yenes) ya se puede pasar por las máquinas de metro con sistema contactless sin esperas y sin preocupaciones (hay que pasarlas al entrar y al salir).
– Tarjeta SIM: Lo primero que hicimos después de recoger las maletas en la cinta del aeropuerto de Narita fue ir a comprar una tarjeta SIM para poder conectarnos a Internet.
Hay muchos stands donde podéis comprarlas, pero como no queríamos perder mucho tiempo nos decantamos por uno que estaba en la zona de espera de las llegadas a mano izquierda, ya que al estar algo más apartado no tenía tanta gente.
En un cartel gigante tenían expuestas todas las tarifas con sus características.
Después de analizar cada una nos decidimos por la UNARI-KUN SIM, válida para 15 días, con datos ilimitados y un precio de 5.500 Yenes que pagamos con tarjeta. Dentro vienen las instrucciones para activarla (en inglés).
Solo compramos una ya que al tener datos ilimitados entre nuestros móviles podíamos compartir Internet y así evitarnos doble gasto. Funcionó a la perfección durante todo el viaje, por lo que os la recomiendo totalmente.
-Seguro: Al igual que pasa en EEUU, la sanidad privada en Japón es carísima e incluso un pequeño percance puede hacer un buen agujero en vuestras carteras. Nadie quiere ponerse malo ni tener un accidente pero cuando esto ocurre es fundamental tener un buen seguro que se ocupe de todo y que se haga cargo de las desorbitadas facturas que se emiten en países como Japón.
El capital mínimo asegurado que os recomiendo para la cobertura de asistencia médica es de 200.000 euros, de ahí para arriba lo que queráis. Nosotros optamos por la modalidad Iati Estrella, que es la recomendada para destinos con elevados costes médicos.
Si accedéis a través de este enlace o pincháis en la foto, tendréis un 5% de descuento.
– Japan Rail Pass (JRP) : Con la JRP me volví un poco loca…Pese a que encontraba mucha información, esta era poco concisa y no sabía muy bien cómo organizar los desplazamientos. Al final no es tan complicado, pero lo que me pareció fundamental es que para saber si compensa o no comprar el JR Pass hay que tener clara la ruta, o al menos los trayectos que se quieren hacer (si no sois de llevar todo planeado al milímetro). Sin esto, no empecéis a hacer cálculos porque será imposible. Por norma general si en vuestro itinerario hay más de dos grandes ciudades os compensará comprar el JR Pass.
ACTUALIZACIÓN 2024: Los precios del JRP han subido muchísimo, llegando incluso a duplicarse, por lo que ahora hay que hilar aún más fino. Por viajeros que han estado recientemente en Japón, la recomendación es mirar los trayectos, comparar tarifas con distintos tipos de trenes y entonces decidir.
Empecemos por el principio, ¿Qué es el Japan Rail Pass? El JR Pass permite viajar ilimitadamente en tren (y a veces en autobús o ferry) por Japón durante un período de 7, 14 o 21 días siempre que se utilicen las líneas de la compañía ferroviaria JR. Solo la pueden solicitar personas que visitan Japón por turismo y que tienen en el pasaporte el sello de temporary visitor.
Se adquiere desde vuestro país de origen y para evitar sustos, es mejor hacerlo con tiempo, peeero no tanto como para que caduque (tiene tres meses de caducidad desde la fecha de expedición) y lo que os enviarán NO es el pase JR Pass sino una orden de intercambio.
Al llegar a Japón deberéis canjear esta orden de intercambio (Exchange Order) por el verdadero JR Pass (que NO tiene porqué activarse ese mismo día, podéis indicar cuándo) en cualquiera de las oficinas de JR de los aeropuertos o en las oficinas de JR de las principales estaciones de tren de esa compañía.
En el momento de canjearlo os pedirán el pasaporte (para ver el tema del visado) y que rellenéis un formulario como el que aparece en este enlace.
Desde el momento de activación empezará la cuenta atrás de los días de uso (os matizo algo: las fechas cuentan desde las 0:00 hasta las 23:59, es decir, si activáis vuestro JRP el 5 de noviembre a las once de la noche el primer día de uso terminara el mismo día 5 a las 23:59).
Nosotros compramos desde España el JR Pass en la web japan rail pass, en español y donde también podéis adquirir la tarjeta Pasmo y la tarjeta SIM (nosotros no las compramos anticipadamente). En dicha web podéis ver el precio de las diferentes opciones de JR Pass así como los pases regionales si solo vais a una zona concreta de Japón.
En cinco días teníamos la orden de intercambio en casa. Rápido y sin ningún problema (en la foto os enseño la orden de intercambio y el JR Pass que nos dieron allí, con una preciosa imagen del monte Fuji en pleno hanani).
Como os he comentado al principio, deberéis mirar los trayectos que vais a realizar en tren. Para ello podéis utilizar la web hyperdia donde aparecen los horarios actualizados de todas las líneas de tren, ya sean de JR o de otras líneas privadas. Otra herramienta muy útil es Google Maps. La utilicé como complemento a Hyperdia.
Consejo: cuando escribáis Tokio y Kioto en Hyperdia debéis hacerlo en inglés y no en español, es decir Tokyo y Kyoto. Id poniendo letra a letra y os irán apareciendo las opciones.
Cuando busquéis un trayecto, la web os mostrará las paradas que hace el tren, la vía desde la que sale y los horarios de todas las paradas intermedias, además de daros una estimación del tiempo total de viaje.
Junto con toda esta información también podréis ver si el tren tiene asientos no reservados u obligatoriamente debéis reservarlos. Esto se sabe mirando el desplegable que hay en la columna Seat Fee (tarifa de asiento). Si en esa columna aparece Unreserved seat o no aparece nada, quiere decir que el tren dispone de coches con asientos no reservados y si solo aparece Reserved seat o aparecen varias opciones de asiento reservado (por ejemplo Reserved seat, Green seat o Gran Class) sin mencionar la opción de Unreserved seat, entonces tendréis que conseguir la reserva de asiento.
Consejo uno: si queréis estar más tranquilos y tener sitio asegurado en el tren, es mucho mejor reservar los asientos con anticipación en una de las estaciones (lo podréis hacer en las oficinas de reservas Midori No Madoguchi, みどりの窓口, con un letrero verde y un logo de una persona sentada). Si vuestro viaje coincide con algún día festivo, esto cobra más importancia porque os podéis quedar en tierra como casi nos pasa a nosotros (luego os contaré las peripecias por no haber reservado).
Consejo dos: en el caso del shinkansen, si tenéis asientos no reservados, los vagones que destinan para ellos suelen ser los de los extremos, que son los más alejados para que la gente con reserva tenga que andar menos, por lo que id con tiempo y si vuestro tren tiene enlaces aseguraros de que podéis llegar a cogerlo a tiempo.
Para saber dónde os tenéis que colocar a la hora de esperar al shinkansen debéis mirar al suelo. Allí está indicado el número de vagón de tren que parará.
Si solo queréis coger trenes que entren con la JR Pass deberéis desactivar la opción de Nozomi, Mizuho o Hayabusa y Private Railway y si veis que no hay ninguna opción que os venga bien la activáis, pero sabiendo que esos trayectos están fuera de vuestra JR Pass (nosotros tuvimos que coger varios trenes fuera del bono).
Otra opción, como os he comentado antes, es mirar los trayectos desde Google maps, si veis que Hyperdia no os convence o no acabáis de aclararos con ella. Y siempre comprobad las pantallas de información de las estaciones, no os quedéis solo con Hyperdia o Google maps.
Una vez que ya sabéis qué trayectos vais a hacer y el precio de los mismos (indicados en la web de Hyperdia) toca calcular si compensa adquirir la JR Pass y durante cuánto tiempo. Podéis utilizar también este calculador de tarifas que pone a disposición la web de Japan Rail Pass para saber cuánto puedes ahorrar con la JR Pass. Os pongo una captura de pantalla para que veáis un ejemplo.
Con toda esta información podréis decidir cual es el pase idóneo para vuestro viaje. En nuestro caso fue el de 7 días porque comprar el de 14 no nos salía a cuenta.
Una vez que estéis en Japón con vuestro JR Pass activado e iniciando un trayecto deberéis buscar la ventanilla de los agentes de JR para enseñarles vuestro pase (no hay que pasar por los tornos, en los laterales siempre hay una ventanilla con personal que comprobará tu pase) y así poder acceder a la zona de andenes. Sencillo ¿verdad?
– Coche de alquiler: ¿Os habéis sorprendido al ver este apartado? ¿Qué locos cogen coche de alquiler en Japón, conduciendo por el lado contrario, con autopistas de peaje y con los carteles y demás en japonés? ¡Pues nosotros! jajaja.
Más adelante veréis por qué alquilamos un coche y si os lo estáis pensando os resumo que ni lo dudéis, da una gran libertad para determinadas zonas y fue todo un acierto.
Alquilamos con la compañía Nissan Rent a Car a través de su página web. Era la agencia que teníamos más a mano por lo que no nos complicamos. Si queréis alquilar coche en otras localidades o comparar precios podéis usar el meta-buscador tocoo que está en inglés.
Y volviendo a la web de Nissan, si llegáis a la estación de tren deberéis pinchar en pick-up: Shinkansen y seleccionarlo. Tened en cuenta los horarios de apertura de las oficinas ya que no se puede coger/devolver el vehículo fuera de estas horas. Además algo muy importante: cuando llenéis el depósito para devolver el coche guardad el ticket, ya que os lo pedirán en la agencia de alquiler (así comprueban dónde lo habéis llenado, por lo que no cabe picaresca alguna).
También debéis llevar el carnet internacional de conducir acompañado del de vuestro país de origen (nosotros lo teníamos en vigor ya que habíamos estado de road trip por Canadá unos meses antes).
– Servicio takkyubin: Este servicio es uno de los sistemas que más utilizan los japoneses (y turistas) para no tener que andar cargando con la maleta en los trayectos.
Es un servicio de mensajería en el que puedes enviar no solo paquetes sino también maletas, de ahí que lo incluya en el apartado de «Datos Prácticos».
Nosotros al final no lo utilizamos porque el día que lo necesitábamos (en Kioto para ir a Koyasan) estaba la oficina cerrada y optamos por el servicio de taquillas, pero si que me había informado y por ello os dejo algunos datos.
Hay muchas empresas dedicadas al servicio takkyubin, aunque la más conocida es la empresa Yamato, popularmente conocida como kuroneko (literalmente gato negro, por su logo). Podéis informaros en su web de temas como tarifas, localización de oficinas, horarios etc.
No hay que reservar el servicio con antelación pero yo creo que sí que hay que llevar el plan hecho si vas a utilizarlo.
Se pueden enviar las maletas desde sus oficinas, el aeropuerto, desde tiendas que cuenten con este servicio (veréis el logo) y desde los hoteles o ryokanes.
– Taquillas: El servicio de taquillas solo lo utilizamos una vez (en la estación de tren de Osaka) pero nuestra experiencia fue 100% positiva. Os voy a dejar unas cuantas fotos y una breve explicación para que veáis lo fácil que es usarlas y le perdáis el miedo.
En estaciones grandes, como es el caso de la de Osaka, deberéis acordaros muy bien en qué planta habéis dejado las maletas ya que hay muchos puntos de taquillas y si no os acordáis podéis volveros locos luego buscando.
Nosotros sacamos una foto del lugar para no olvidarnos ni tener dudas.
Hay diferentes medidas y en función del tamaño varía el coste (en la imagen podéis ver dos tipos, de 500 y 700 yenes).
En la foto superior también podéis ver una guía de uso donde mediante dibujos te indican lo que debes hacer: dejar la maleta, bajar la palanca para cerrar la puerta, elegir el método de pago y recoger el recibo.
Os dejo también en la fotografía inferior más información.
Es muy importante que conservéis el recibo, ya que os hará falta a la hora de recoger la maleta (lleva un código que tendréis que escanear). Os dejo una foto del mío.
A la hora de recoger la maleta también es muy sencillo. Simplemente debéis ir a la máquina, elegir la opción «Remove your Baggage» y escanear el código del recibo.
Como veis no hay necesidad de ir cargando con los maletones por los trenes y buses y para excursiones de un día como fue nuestro caso al ir a Koyasan es de lo más práctico.
– Hoteles: Como hacemos en todos los viajes, los hoteles los llevábamos previamente elegidos y reservados desde España.
En total reservamos siete hoteles y hubo de todo un poco: hoteles modernos, tradicionales (ryokan con onsen privado), hoteles minúsculos e incluso un alojamiento en un templo budista (Shukubo) que fue de lo más especial del viaje. En este viaje todas las reservas las hicimos a través de Booking. Si reserváis a través de este link conseguiréis un reembolso del 10% (más información en la web de Booking.com)
– Comida: Qué puedo decir de la comida japonesa si soy una enamorada de ella. Todo, absolutamente todo nos gustó, pero es que en España también la consumimos, e incluso la cocinamos.
Entiendo que pueda ser un problema para quien le guste la cocina tradicional española (a la vuelta mientras esperábamos al tren en el aeropuerto Adolfo Suárez Barajas escuché a un matrimonio hablar por teléfono diciendo que solo habían ido a restaurantes italianos y españoles, que la comida de allí malísima) pero este no es nuestro caso, y aunque unos restaurantes fueron mejores que otros, por lo general la calidad fue muy buena.
Cuando pensamos en comida japonesa, imaginamos directamente el sushi, pero hay muchos más platos increíbles que no debéis perderos:
- Ramen: Es una sopa especiada de fideos largos acompañados por carne, pescado, verduras o huevo duro entre otros. Hay muchos tipos y versiones, no dejéis de probarla porque está buenísima.
- Tempura: La fritura tradicional japonesa llegó a Japón a través de los portugueses y sus famosos buñuelos en el siglo XVII. Según parece, los misioneros portugueses en época de cuaresma solían comer vegetales e introdujeron el hábito de freírlos en aceite. Hoy en día se suelen rebozar en ella mariscos, carnes, verduras etc. La de gambas es mi debilidad 🙂
- Gyozas: Estas empanadillas de origen chino son otro de los manjares que más me gustan. Suelen rellenarse de carne y vegetales y se pueden preparar tanto fritas como al vapor (a mí me gustan más las fritas).
- Okonomiyaki: La famosa tortilla japonesa con popurrí de ingredientes y salsas al gusto. Personalmente me quedo con la tortilla de patatas «made in Spain» pero el que te la hagan en directo sobre una plancha con ingredientes frescos tiene su punto.
- Yakisoba: Estos riquísimos fideos o tallarines fritos de harina de trigo son otra delicia que no debéis perderos. Se cocinan con carne y vegetales, entre otros, y llevan una salsa adictiva.
- Nigiris: Son un tipo de sushi que consiste en una porción de arroz que se cubre parcialmente con tortilla o pescado crudo, aunque cada vez se le añaden más cosas. Un clásico es combinarlo con porciones de sushi y de sashimi (el sashimi es un tipo de corte de pescado y marisco muy característico de la cocina nipona, para que nos entendamos, el pescado crudo sin arroz).
- Tatakis: El tataki es una forma de preparar el pescado y la carne. Se maridan los trozos del ingrediente elegido en vinagre y jengibre y se pasan ligeramente por una sartén, ya que deben quedar muy poco hechos.
- Onigiris: La comida de Goku es una bolita de arroz rellena que suele ir envuelta en un alga Nori.
- Mochis: Mi gran descubrimiento porque no los había probado nunca. Son pasteles de arroz glutinoso y se sirven como postre. En nuestro caso, al ir en otoño probamos los mochis de castaña y estaban espectaculares. De hecho repetimos.
- Sake: Por último os detallo la que es la bebida alcohólica más popular de Japón. Por resumir, es una bebida muy fuerte preparada de una infusión hecha a partir del arroz (se le suele conocer como «vino de arroz» aunque no es correcto). Nihonshu es la forma correcta de llamarle. A mi no me gustó nada de nada.
Hay muchos más platos (Futomakis, Narutos etc) pero os he querido detallar algunos de los más populares.
– Entradas Torneo de Sumo: Les dedico un apartado exclusivo, porque anda que no sufrí hasta ver en mi poder las cuatro entradas del Grand Tournament de Fukuoka. Y os preguntareis ¿cuatro? Si, cuatro, porque como somos muy chulos reservamos un Box cuádruple para nosotros dos solos.
No, en serio, ni nos sobra el dinero ni somos chulos, el motivo para reservar cuatro plazas es que ya no había entradas para los Box dobles y debíamos elegir entre estar en los asientos más alejados o reservar un Box cuádruple aunque solo fuéramos dos personas.
Valoramos la combinación experiencia versus dinero y nos decidimos por esta última, ya que no queríamos ver el torneo desde lejos y además, hacerlo sentados en el suelo como auténticos japoneses nos gustaba más.
Las entradas las reservamos a través de la web buysumotickets y nos las enviaron a casa. Todo fue muy bien con ellos, incluso nos aclararon todas las dudas que tuvimos vía email (en inglés).
En un primer momento las habíamos comprado en Voyagin pero resulta que después de hacer el pago nos dijeron que no había entradas de la categoría que habíamos elegido y que nos las cambiaban por otras más caras o nos devolvían el dinero. Nos quedamos bastante alucinados y como no nos fiábamos decidimos anularlas y comprarlas en buysumotickets donde sí que nos confirmaban la disponibilidad. Esas horas hasta que nos confirmaron que sí que había entradas fueron…no pensé que se agotarían entre semana y lo dejé y ¡error! mejor comprarlas en cuanto salen a la venta (toda la información sobre fechas está en la web sumo.or.jp).
EQUIPO
La ropa que metáis en la maleta dependerá de la época en la que vayáis ya que Japón tiene las estaciones muy marcadas.
Nosotros al ir en noviembre optamos por llevar ropa de abrigo medio y capas, ya que por el día podíamos tener 17 grados pero por la noche bajar hasta 2.
Vaqueros, jerséis, camisetas térmicas y bufandas fueron mi selección de ropa (ah! y el bañador para el onsen) y en cuanto al calzado un par de deportivas, mis botas Panama Jack y unas chanclas.
Gafas de sol, paraguas, mochila y funda para la mochila (por si llueve) también os vendrán muy bien. Si se os olvida algo no pasa nada porque allí podéis comprar de todo.
En cuanto a los medicamentos, el botiquín típico de antidiarreicos, paracetamol, Frenadol por si nos cogíamos algún resfriado, ibuprofeno, tiritas etc. No tuvimos que usar nada por suerte, la comida nos sentó genial y estuvimos como rosas.
La electricidad en Japón es de 100V (un horror para secarme el pelo con mi secador español porque tardaba la vida) y los enchufes son de dos clavijas planas paralelas (llevad varios adaptadores).
En cuanto al equipo fotográfico, no hay nada destacable. Llevamos los trípodes para varias tomas de amanecer en Kioto y de anochecer en Tokio y nuestro equipo habitual (cuerpo y objetivos, y aunque en este viaje llevé filtros no los utilicé) y baterías de recarga para el móvil (ya que utilizamos muchísimo Google Maps y consume un montón).
Como cotilleo os contaré que en Kioto se me cayó la bolsa del equipo al suelo estando en el apartamento (ya fue mala pata) y mi teleobjetivo se hizo añicos. Lo seguí utilizando pero muy poco porque no enfocaba, se quedaba trabado, las fotos no salían bien. Una pena porque llevaba conmigo muchos años y estaba muy bien, pero…gajes del oficio.
Llevamos seguro de viaje contratado desde España. Nunca se sabe qué te puede pasar y estando tan lejos de casa es muy importante estar bien cubierto. El seguro de viaje es un mínimo porcentaje del presupuesto y te puede salvar la vida.
Una aplicación que llevamos descargada en el móvil fue Safety Tips ya que Japón es un país proclive a los desastres naturales como terremotos, tsunamis, tifones o erupciones volcánicas por lo que es bueno estar informado.
Y después de todas estas indicaciones (esta vez han sido más largas de lo habitual, sorry) voy a teletransportaros al país del sol naciente y a contaros todas nuestras aventuras.
¡Vamos allá!
DÍA 1 y 2
El último viaje del año comenzaba montándonos en un avión, esa caja de sueños incómoda donde pasaríamos algo más de trece horas metidos.
Pese a haber reservado los asientos con anticipación, cuando llegamos a nuestros sitios y vimos dónde estaban, alucinamos en colores. El esquema del avión no era el correcto y donde se suponía que había una salida de emergencia (a nuestras espaldas) lo que en realidad había era un baño. ¡Un baño! encima de pagar había elegido los asientos al lado del baño. Y no solo por el baño, ruidos, olores y trajín de gente, es que además, los respaldos de estos asientos apenas se podían reclinar. Me había lucido…de todo se aprende.
Disgusto inicial superado, nos acomodamos y empezamos a hacer las rutinas de altos vuelos: que si leo las revistas, que si comemos unas chuches, que si nos levantamos a estirar una, dos y tres veces, que si vemos una peli, que si nos traen la cena, comida y desayuno…Todo menos dormir, que es algo que para mí es imposible en un avión.
El vuelo transcurrió sin incidentes y como la mayor parte de la gente iba dormida fue más tranquilo de lo normal. De hecho el baño poco nos molestó.
Puntuales llegamos al aeropuerto internacional de Narita en Tokio, recogimos las maletas y salimos de la zona de llegadas para dirigirnos a un stand que había a mano izquierda para comprar la tarjeta SIM del móvil.
Como os he comentado en el apartado de «Datos prácticos» después de analizar cada tipo de tarjeta nos decidimos por la UNARI-KUN SIM, válida para 15 días, con datos ilimitados y un precio de 5.500 Yenes que pagamos con tarjeta. Dentro del sobre que te dan vienen las instrucciones para activarla (en inglés).
Ya conectados con el resto del mundo, seguimos las indicaciones de Keisei Line hacía las taquillas de Keisei, donde compramos los tickets para poder montarnos en el Skyliner (Keisei Narita Skyacces Line, con las indicaciones pintadas en naranja en el suelo y en los carteles).
En nuestro caso NO activamos el JR Pass nada más llegar. Si lo hicierais, deberíais ir primero a canjear vuestra orden de intercambio para obtener el JR Pass, pedir su activación ese mismo día y reservar los asientos para el Narita Express o N’E ya que en este tren pasará el revisor a comprobar vuestros billetes y son de reserva obligatoria.
Con nuestros billetes en la mano pasamos por los tornos que dan acceso a los andenes y bajamos al andén, donde esperamos a que llegara nuestro tren.
Los horarios ya los sabíamos puesto que yo desde casa había entrado en la web de Keisei y los llevaba apuntados (os recomiendo entrar para que tengáis una orientación de las horas y paradas que vais a realizar).
Hasta llegar a Asakusa (el barrio donde habíamos reservado nuestro hotel) pasó algo menos de una hora, en un trayecto muy cómodo donde NO tuvimos que cambiar de tren (algo que cada vez miro más en los trayectos, odio cargar con la maleta y todos los bártulos por metros abarrotados después de mil horas de avión) ya que desde Oshiage Station «Skytree» enlazamos con la línea A (Asakusa Line) que en una parada nos dejaría en Asakusa Sta (salida A2a), la más cercana a nuestro hotel.
Decidir la zona de Tokio donde alojarse no fue tarea fácil, pero después de leer muchas opiniones, ver los trayectos a/desde el aeropuerto y resto de destinos decidimos que Asakusa era el barrio perfecto.
El hotel Amanek Asakusa Ekimae fue el elegido para pasar nuestras tres primeras noches en Japón (podéis ver su web pinchando aquí), un hotel muy bien situado, con unas preciosas vistas al río y a la Skytree.
Como llegamos antes de la hora del check in, nos permitieron dejar las maletas allí ya que si no debíamos abonar un extra por registrarnos antes.
Como era la hora de comer, decidimos ir a un restaurante cercano que llevaba apuntado para asentar nuestro estómago y ya de paso hacer algo de tiempo (Suke 6 Diner). Nos sentamos en la terracita y con una hamburguesa que nos supo a gloria comenzamos a guardar en las retinas las primeras imágenes de Japón.
La Tokyo Skytree nos daba la bienvenida. Con sus 634 metros es la torre más alta del mundo y la segunda estructura más alta del mundo después del Burj Khalifa.
A su lado el Asahi Beer Hall nos hizo sonreír ya que fue inevitable el comentario de: ¿eso representa la espuma de la cerveza o el ardiente corazón de la cerveza Asahi? Pero si parece una caca de oro jajaja.
La obra del diseñador industrial francés Philippe Starck quiso representar lo que os acabo de indicar pero luego la realidad fue otra, ya que incluso los japoneses lo llaman kin no unko (金のうんこ) o truño dorado. Aun así, es algo muy característico de Tokio y en foto por la noche luce muy bien.
A su lado está la sede de Asahi, en otro edificio dorado que se supone que pretende representar las jarras de cerveza japonesas bien tiradas, con la capa de espuma en su parte superior. Japón es puro simbolismo.
Después de dar el típico paseo de reconocimiento de la zona, donde pudimos ver a japonesas haciéndose books de fotos con kimonos que rentaban en las tiendas de los alrededores, familias paseando (ya que era domingo) y el famoso barco futurista que hace el paseo por el río Sumida, volvimos al hotel para hacer el check in y continuar con el plan que teníamos para hoy.
Cuando abrimos la puerta de la habitación, nos miramos y dijimos: ¡ay dios mío, pero si aquí no entramos los dos! Fue de risa intentar hacer caber las maletas en aquel diminuto espacio, donde si uno abría la puerta del baño el otro no podía pasar, si uno estaba en el mini-pasillo que tenía la habitación el otro obligatoriamente tenía que estar subido en la tarima en la que estaban nuestras camas. Si abrías la maleta ¡ojo! que ocupabas todo el espacio libre de suelo jajaja. Grabamos un vídeo muertos de la risa con esto, fue súper divertido. Eso sí, la habitación estaba impoluta, las «camas» o colchones más bien eran comodísimos y la habitación tenía incluso un minibar y pijamas de cortesía. Hay habitaciones superiores que son más caras pero que tienen más espacio y unas impresionantes vistas al río, pero como a la vuelta a Tokyo (al final del viaje) había reservado otro hotel en este mismo barrio con vistas de vértigo decidimos no gastar tanto y ahorrar un poco del presupuesto en elegir una habitación más económica.
La segunda parte era entrar en el baño. Habíamos visto fotos y vídeos de los baños japoneses y queríamos probarlos cuanto antes. Un buen rato nos tiramos los dos como niños pequeños dándole a los botones y viendo que pasaba. Hay instrucciones en inglés, por lo que no os preocupéis que lo vais a entender rápidamente.
En comparación con el tamaño de habitación, el baño era mucho más amplio y nos llamó la atención que fuera prefabricado, algo que después vimos que era muy habitual en Japón.
Después de hacer un poco el tonto con los botones del baño y descansar salimos para coger el metro en dirección Akihabara, el barrio friki por excelencia.
Primero compramos la tarjeta Pasmo (tenéis su funcionamiento en el apartado «Datos prácticos»), la recargamos y cogimos la línea de metro G (Ginza Line) en dirección Shibuya.
En 15 minutos estábamos en el barrio electrónico de Tokio (hay que salir por la salida 1 «Electric Town«).
Ya era de noche y todo estaba iluminado por lo que el impacto fue brutal. Luces de neón, tiendas de manga, anime, videojuegos, comics y figuritas invadían las calles. Estábamos en «Akiba», como lo llaman los locales.
Aquello era un mundo aparte, y pese a que ninguno de los dos somos grandes aficionados a esto, quisimos sentir en primera persona lo que era estar dentro de aquel universo paralelo.
En primer lugar nos acercamos a una galería cubierta de artesanía tradicional Okachimachi: 2K540 Aki-Oka Artisan pero ya era tarde y no había mucho ambiente.
Después de esta corta visita hicimos un recorrido por varias tiendas/centros comerciales que llevaba apuntados como Mandarake, un edificio de ocho plantas repleto de comics y manga.
En Sofmap podréis encontrar electrónica, Super Potato es la tienda de los videojuegos retro por excelencia, en el centro comercial Kaiyodo Hobby Lobby podréis encontrar maquetas kaiyodo y figuritas y por último no os podéis perder los famosos recreativos Sega.
Si sois grandes aficionados de estas cosas reservad bastantes horas para ver todo, es impresionante la verdad.
El jet lag empezó a hacer presencia y decidimos dejar las ruidosas salas de videojuegos y los estrechos pasillos repletos de «frikadas» para terminar la jornada en un Maid Café, uno de los momentos más surrealistas del viaje (ya íbamos advertidos).
Nos acercamos hasta Akiba Zettai Ryoiki y aunque estuvimos dudando en la puerta si entrar o no al final dijimos ¡venga que tampoco será para tanto! y entramos.
Efectivamente el tema tiene tela…el local está decorado en tonos blancos y rosas, todo como muy «pasteloso», te atiende una chica vestida de sirvienta con muy poca ropa y te habla como si fueras un niño. Y para más detalle, en nuestro caso, la chica se tiraba en el suelo como un gato y nos explicaba que teníamos que pedir las cosas levantándonos y diciendo «miau miau» mientras nuestras manos simulaban las de un gato y nuestra cabeza portaba dos hermosas orejas de gato.
Yo pedí un batido de fresa con un dibujo de ¡error! cuando dije Hello Kitty se ofendió mucho y dijo que no, que era un gato. Yo me callé y pensé ¡Ay pero donde nos hemos metido! Mi chico se pidió una cerveza y pasamos un buen rato amortizando la cara consumición y viendo como los locales pedían su bebida y comida de aquella forma «gatuna» (yo me partía de la risa).
Finalmente nos sacamos una foto con ella, foto hecha con una cámara Polaroid que te dan ellas (porque no está permitido sacarles fotos y el local era tan pequeño que tampoco pudimos hacerlo sin que se enteraran) y que hay que pagar.
Es una experiencia que pese a que no la repetiría (porque es bastante cara), me alegra haberla hecho porque es tan surrealista que si no lo ves en directo no te lo crees.
Ya agotados después de tantas horas sin dormir decidimos coger el metro e irnos al hotel, no sin antes pasar por un 7-Eleven a comprar la cena y el desayuno para el día siguiente. Pero… cuando llegamos a Asakusa y vimos la «caca» y el Skytree iluminados no pudimos resistirnos a subir a la azotea de nuestro hotel para sacarles unas fotos (si os alojáis aquí no olvidéis subir, son unas vistas preciosas). Así lucía la orilla del río Sumida de noche.
Terminaba nuestro primer día en Tokio y nuestro segundo día de viaje. Tocaba descansar, nos lo habíamos ganado.
DÍA 3
¡Qué bien sienta dormir como un tronco después de un vuelo tan largo! La cama-colchón ya la habíamos probado el día anterior y vimos que era cómoda, pero es que nos levantamos como nuevos.
Nos turnamos para ducharnos y movernos por la habitación (si, habéis leído bien, nos turnábamos para abrir la maleta, coger la ropa, desayunar jajaja) y con las energías a tope salimos a comernos la gran ciudad.
No madrugamos ya que las previsiones meteorológicas para hoy no eran muy buenas, por lo que lo que tenía organizado preferí dejarlo para el final del viaje, cuando volviéramos a Tokio, y diseñé de forma improvisada un recorrido alternativo. Mis planes incluían la puesta de sol en Odaiba pero lloviendo no tenía mucho sentido.
Salimos del hotel y en cinco minutos estábamos en la estación del metro Kuramae Station para coger la línea E (Oedo Line) y llegar en once paradas de tren directo a Tocho-Mae Station (salida A3).
Este trayecto nos llevaba a conocer el edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, también conocido como Ayuntamiento de Tokio o Tocho, diseñado por Kenzo Tange y terminado en 1991. Con sus 243 metros de altura y sus dos torres (en cada una hay un observatorio) fue el edificio más alto de Tokio hasta 2006.
El Gobierno Metropolitano de Tokio contiene las oficinas y la asamblea del gobierno de Tokio, que se compone de los 23 distritos de Tokio y las ciudades y pueblos colindantes que forman la capital japonesa.
Para saber los horarios y días de cierre podéis acceder a su web pinchando en www.metro,tokyo.jp/english/
Ya sabíamos que al estar el día totalmente nublado no íbamos a poder ver el monte Fuji desde su mirador (en días despejados sí que se ve), pero aun así, queríamos tener una primera imagen de Tokio desde las alturas y este edificio era un buen comienzo.
El edificio por fuera nos impresionó. Habíamos leído que su silueta recordaba a la Catedral de Nôtre Dame de París y la verdad es que, salvando las diferencias, es cierto.
Pero dejamos las fotos exteriores para más tarde y entramos directamente al edificio para subir al observatorio de la torre Norte (previo paso de control de seguridad pero sin tener que pagar entrada puesto que es gratuito) para estar a 202 metros sobre Tokio.
En la planta 45 y acristalado está el observatorio, donde podréis ser conscientes de las magnitudes de Tokio. Yo hasta que no lo vi aquí no me hice una idea de dónde estábamos. Con la neblina que cubría Tokio la ciudad parecía no tener fin…
Las vistas son muy chulas. Desde aquí podréis ver el famoso Park Hyatt Tokyo (en la foto de arriba), la Tokyo Skytree o el santuario Meiji entre otros.
En el observatorio hay una tienda de souvenirs y adivinad ¡una máquina de Purikura! ¡Qué ilusión nos hizo verla! No tardamos ni un segundo en meternos dentro, cerrar la cortinilla y empezar a investigar cómo funcionaba.
Las Purikura son unas máquinas de fotomatón que te permiten retocar las imágenes e imprimirlas como pegatinas. Su nombre es una palabra compuesta de «Purito Kurabu», las fabricó Sega y fueron un verdadero éxito durante muchos años.
Super super divertida la experiencia. No es nada nuevo porque ahora con las cámaras de los móviles, Instagram etc se pueden hacer cosas parecidas, pero no sé, nosotros nos lo pasamos muy muy bien poniendo caras, poses al más puro estilo japonés, la gente fuera estaría flipando con nuestras risas (con lo silenciosos que son). Nos gustó tanto que a la vuelta a Tokio repetimos (ya os contaré dónde).
Después del momentazo Purikura, bajamos del observatorio y nos acercamos a una exposición temporal que había con motivo de los Juegos Olimpicos de Tokio 2020 con la correspondiente foto de rigor en el photocall (también había otro con las mascotas de los Juegos: Miraitowa y Someity pero había cola y no esperamos).
Salimos del edificio y dimos una vuelta por los alrededores. Hay puntos muy chulos desde donde fotografiar el edificio del Gobierno Metropolitano, por lo que merece la pena invertir un poco de tiempo.
Muy cerca de aquí tenéis las letras de LOVE, por si queréis ir a haceros una foto y si hicierais la visita al Gobierno Metropolitano en el atardecer os recomendaría acercaros al Park Hyatt a tomaros una cara copa con vistas (esto lo haremos cuando volvamos a Japón jajaja porque no nos dio tiempo).
Nosotros decidimos irnos directamente al metro para llegar al siguiente punto del recorrido: Takeshita-dōri,en Harajuku, una pequeña calle de 350 metros de longitud repleta de tiendas de merchandising de ídolos japoneses y coreanos, tiendas de algodones de azúcar, crepes, todo a 100, ropa alternativa, zapatos y demás tiendas que harán de vuestro corto paseo por ella algo muy divertido.
Para llegar hasta allí cogimos la linea E (Oedo Line) en Tocho-Mae Station e hicimos un cambio en Yoyogi Station a la línea JY (Yamanote Line) para bajarnos en Harajuku Station (salida Takeshita Exit). Por cierto, muy curiosas las máquinas de vending japonesas, se merecían una foto.
En 15 minutos estábamos contemplando la entrada a esta popular calle de Tokio. Estaba a rebosar de gente joven y turistas. No tardamos mucho en recorrerla, es una visita corta pero interesante porque os vais a sorprender con las cosas que hay allí.
¿Crepes con flan? Si, en Tokio es posible, y con tarta de queso, varios helados…Eso sí, os aseguro que terminareis que os sale el dulce por las orejas (a mí se me antojó uno, lo compramos en Marion Crepes, y no me lo terminé, y eso que era sencillito).
Y si seguís con ganas de dulce siempre tenéis la opción de probar una «nube arco iris» de azúcar. La cola para pedir era infinita, las vendían como churros.
Ya casi era la hora de comer por lo que decidimos irnos para que no se nos hiciera muy tarde (en el restaurante que tenía fichado es recomendable ir pronto para no esperar mucha cola).
De camino nos pillaba de paso el centro comercial Tokyo Plaza Omotesando Harajuku, conocido popularmente como Omohara. El edificio, diseñado por el arquitecto japonés Hiroshi Nakamura y completado en 2012 destaca por su entrada, llena de espejos que producen un efecto caleidoscopio de lo más fotogénico.
No olvidéis subir por las escaleras mecánicas, la vista desde arriba con la calle de fondo es espectacular.
Como os he comentado antes, nos dirigíamos a comer, pero no lo hicimos en Omohara, llevaba apuntado un restaurante de gyozas que teníamos muchas ganas de probar: Harajuku Gyoza Lou, a veces llamado Gyoza Rō. Este restaurante especializado en las famosas empanadillas japonesas tiene unas de las mejores gyozas de Tokio y además a un precio muy económico.
Había algo de cola pero fue muy rápida, por lo que tuvimos una mesa casi de inmediato (si hubiera más cola yo os recomiendo esperar, de verdad que merece mucho la pena).
Teníamos muy claro lo que queríamos (la carta está en inglés, por lo que no hay problema si estáis indecisos): un entrante de pepino y las famosas gyozas en sus cuatro variedades (hervidas y fritas y originales o con ajo y cebollino).
El entrante espectacular. En la foto no parece nada apetecible, pero os aseguro que está buenísimo.
Las gyozas sobresalientes. Personalmente me gustaron más las fritas, hasta repetimos, muy muy buenas.
Después de este festín decidimos volver a Takeshita ya que llevaba apuntada otra «frikiactividad» para hacer: entrar en un Cat Café.
Como buena amante de los gatos quería ver con mis propios ojos cómo era uno de estos establecimientos.
El local Cat Café Mocha (al comienzo de la calle) tenía buenas opiniones y nos animamos a entrar (podéis ver su página web pinchando aquí).
Y madre mía…había que hacer un sprint para no dejarte el sueldo de un mes allí. Te cobran por packs de minutos (200 yenes cada 10 minutos y consumición obligatoria de barra libre de bebida por 350 yenes) y como te pases un minuto del pack te cobran el pack siguiente. Un poco timo la verdad, porque entre que te quitas el calzado, te lavas las manos y te pones el café se te van los minutos… Pero aun así me encantó entrar porque los mininos eran una preciosidad.
Mi favorito, el que veis en las siguientes fotos (y en la primera).
Algo que me llamó muchísimo la atención en esta zona fueron los «modelitos» que llevaban las jovencitas. No era plan de sacarles fotos a lo descarado, pero como veis algún robado conseguimos jejeje.
Nos despedimos de Takeshita y nos fuimos en dirección Shibuya, ya que andando tampoco estaba muy lejos (unos 15 minutos).
Estos trayectos sin nada turístico destacado sirven para «sentir» la ciudad, los rincones que no tienen nada en particular, pero que son tan parte del viaje como cualquier otro. Observar a la gente, los callejones, las calles que no salen en el mapa…eso también es viajar.
Poco a poco y haciendo alguna que otra parada en las tiendas que encontrábamos por el camino llegamos al famoso cruce de Shibuya, conocido por ser el cruce más transitado del mundo.
Todavía era de día y la verdad es que, no sé si fue por la hora o porque me lo había imaginado de otra forma, pero no me pareció que fuera para tanto.
Eso sí, muy curioso todos los «personajillos» que había por allí: karts con conductores disfrazados de Super Mario Bross y compañía, Pikachu, un chico disfrazado de una especie de momia (según vimos en un documental de Japón cuando se pierde una apuesta con los amigos se suele hacer eso), ejecutivos…Era una mezcla muy rara, jejeje.
Como no podía ser de otra forma, grabamos varios vídeos en ambos sentidos, decidimos que volveríamos con el trípode a nuestro regreso a Tokio al final del viaje para sacar una foto especial (luego la veréis), nos acercamos a ver a Hachikō (no hicimos la cola para la foto) y subimos al Starbucks desde donde habíamos leído que había una de las mejores vistas del cruce de Shibuya (si os fijáis en la foto de los karts se ve de fondo, para que lo ubiquéis).
Estaban todas las mesas ocupadas, pero viendo las vistas que había, sacamos la foto de rigor y decidimos no pedir nada y subir hasta el mirador desde donde, para mí, sí que hay las mejores vistas del cruce: Magnet by Shibuya, todo un hallazgo de mi chico.
Después de dar varias vueltas por el centro comercial buscando el ascensor y las escaleras para subir al mirador lo encontramos ¡y vaya chulada! Desde allí arriba sí que se tenía toda la perspectiva del cruce. Primero sin gente y luego con todas esas «hormiguitas» pasando de un lado a otro.
Bajamos del mirador y paramos en una tienda de Hello Kitty que había dentro del centro comercial. Era Hello Kitty con kimono y ¡no pude resistirme! Que bonitas, me hubiera comprado toda la tienda jejeje, pero no, elegí dos, una para mí y otra para llevar de regalo. Hello Kitty es un auténtico símbolo nacional y el país entero está lleno de tiendas dedicadas a esta mascota tan cute.
Después dimos una vuelta por la zona pero estaba empezando a llover, por lo que la visita al mirador de Roppongi Hills la anulamos (habíamos leído que en noches con viento y lluvia cerraban el acceso superior por lo que no tenía sentido ir hasta allí. A la vuelta a Tokio lo intentaríamos de nuevo).
Y entonces, ¿qué podíamos hacer con esa lluvia? ¡Muy fácil! otra de las «frikiactividades» que llevaba apuntada: ir a un karaoke.
Muy cerca del cruce de Shibuya estaba uno de los karaokes que llevaba apuntado como recomendado: Karaoke kan.
Caminamos y nos plantamos frente a su puerta. ¿Y ahora qué? No teníamos ni idea de cómo iba la cosa por lo que entramos y preguntamos. Handicap: el chico que atendía no hablaba inglés. Con señas al final nos hicimos entender, pagamos y nos indicó el número de sala que teníamos.
Entramos en nuestro cuarto privado, nos sentamos y empezamos a investigar cómo funcionaba el karaoke. Por suerte el menú estaba en inglés y pudimos apañarnos rápido.
Y ahora elegir canción. En español no había nada de nada, por lo que nos tocó elegir en inglés: Bon Jovi, Celine Dion, Rihanna o Shakira fueron algunos de los afortunados cantantes a los que rendimos homenaje. Imitando a Bill Murray y Scarlett Johansson allí estábamos nosotros, en pleno momento Lost in Translation jajaja.
Y bueno bueno, nos vinimos arriba. En la foto me veis formalita pero cantamos, bailamos, dedicamos canciones a nuestro público y todo jajajaja. Se me pasó el rato volando. Cuando sonó el teléfono nos avisaron (o eso entendimos) que faltaba poco para que terminara nuestro tiempo ¡ohhhh! qué pena. Dudamos si ampliar o no, pero al final decidimos dejarlo e ir a dar una vuelta acercándonos a la zona del restaurante donde cenaríamos hoy.
Cogimos la línea JY (Yamanote Line) para ir a Shinjuku, el distrito nocturno más grande y animado de Tokio donde cenaríamos.
Caminamos por la calle principal de Shinjuku: Yasukuni-dōri y nos desviamos para ver por fuera el Robot Restaurant (estuve mirando si reservar para cenar pero los vídeos no me gustaron mucho y lo descartamos). Sacarse una foto con los Robots de la puerta es de pago, por lo que pasamos de largo.
Camino del restaurante otra «frikiactividad» se cruzó en nuestro camino jajaja: Taiko no Tatsujin. Y os estaréis preguntando ¿pero qué es eso? Os explico un poco el resumen.
El Taiko no Tatsujin es un juego que está en salas recreativas con un tambor (o dos si hay versión de dos jugadores) donde el jugador utiliza un mando especial con forma de taiko para tocar las notas de la canción elegida que aparecen en la pantalla. En dicha pantalla aparecen unos iconos circulares rojos y azules que se mueven horizontalmente a lo largo de una línea de tiempo, mostrando a cada jugador cuándo tiene que golpear el taiko. Los símbolos azules indican que el tambor hay que golpearlo en la llanta. El tambor se puede golpear por la parte derecha e izquierda. También hay símbolos grandes y pequeños. Cuando hay pequeños el tambor se puede golpear por cualquier parte mientras que para conseguir más puntos con los grandes se debe golpear los dos lados a la vez.
Bueno pues con esto hasta sudamos, jajaja. Que risas de nuevo. A mí no se me dio muy bien, de hecho perdí todas las partidas pero me lo pasé genial. Parece fácil pero no lo es.
No era muy tarde pero habíamos leído que era recomendable ir pronto al restaurante de ramen Ichran (Shinjuku) ya que a la hora punta la espera podía ser muy larga. Nos apetecía muchísimo probar por primera vez el ramen en Japón y éste era un sitio muy auténtico.
Efectivamente cuando llegamos no había apenas cola. Bajamos unas escaleras y lo primero que vimos fue una máquina, lugar donde tendríamos que elegir la comida, pagar y recoger un ticket.
Mientras esperábamos nuestro turno una chica nos dio unos papeles para rellenar y elegir las opciones del ramen. Os dejo una foto para que veáis cómo era y vayáis preparados.
Cuando se libraron dos sitios juntos nos indicaron que podíamos pasar y accedimos al comedor (si no os importa sentaros separados se lo podéis decir y accederéis más rápido).
¿Comedor? Jamás había estado en un lugar así. Era una fila con taburetes, mirando todos hacia el mismo lado, sin espacio.
Nos sentamos y por el huequito abierto que teníamos enfrente un chico nos pidió los tickets, al poco rato nos sirvió el pedido y bajó la cortinilla. Allí nadie habla con nadie, te sientas, comes y te vas. Apenas tienes sitio para dejar el bolso, sólo hay un pequeño pasillo y la pared. Un poco agobiante, pero muy muy auténtico.
El ramen estaba exquisito. A mí me costó terminármelo porque era mucha cantidad pero me encantó. Un lugar muy recomendable, tanto por lo peculiar de la experiencia como por la calidad de la comida.
Cuando salimos del restaurante la cola salía a la calle ¡menos mal que habíamos ido pronto!
Caminamos hasta llegar al inconfundible Shinjuku TOHO con Godzilla amenazando entre los edificios (¿lo encontráis?). De película, estos japoneses son únicos.
Seguimos el recorrido por la zona de Kabukichō, el barrio rojo de Tokio.
Como llovía bastante y no teníamos paraguas decidimos entrar a Don Quijote a comprar uno, que no, no es una tienda con souvenirs de la famosa novela de Miguel de Cervantes, no tiene ese carácter poético que podemos pensar sino más bien todo lo contrario. Allí podéis encontrar de todo, productos de belleza, disfraces, recuerdos, incluso hay una sección erótica. Como veis de esto a las andanzas del hidalgo Don Quijote hay un trecho.
Compramos nuestro paraguas transparente (al estilo local) y nos acercamos a la última parada de la noche, ya cercana a la estación de metro para volver al hotel (estábamos bastante calados y no queríamos ponernos malos nada más empezar el viaje).
Omoide Yokochō o “Callejón del recuerdo” es una red de callejones llenos de pequeños restaurantes que sirven ramen, soba, sushi, yakitori y kushiyaki.
Simplemente queríamos pasar a ver qué pinta tenía la calle para, a nuestro regreso a Tokio al final del viaje, venir a cenar unos yakitoris aquí.
Y la verdad es que nos gustó, estaba decorada con las hojas propias de la estación y había muy buen ambiente (muchos grupos de trabajadores se reúnen aquí para comer y tomar cerveza).
Vimos que algunos locales tenían carta en inglés, por lo que era factible pedir. Eso sí, salimos con un olor a fritanga de allí impresionante jajaja.
Una indicación: en los restaurantes hay carteles que indican que NO se puede sacar fotos, y es normal, la gente que está comiendo allí es principalmente local (también hay turistas pero no muchos) y no es agradable que te estén sacando fotos de forma continua. A la calle podéis sacarle fotos sin problema y como veis es muy auténtica.
Definitivamente aquí volveríamos cuando regresáramos a Tokio porque, además de querer cenar en uno de estos «microrestaurantes», no habíamos visto la entrada principal tan mítica de Kabukichō y ya no teníamos ganas de volver andando a verla. Queríamos llegar al hotel, ponernos ropa seca y descansar.
Cogimos la línea E (Oedo Line) y en veinte minutos estábamos en Kuramae Station (salida A5), la estación más cercana al hotel para este trayecto.
Compramos como ya habíamos hecho el día anterior el desayuno para el día siguiente y llegamos a nuestra habitación.
El día, pese a la lluvia, había salido muy bien y Japón nos estaba empezando a conquistar.
DÍA 4
Hoy puede ser un gran día, como decía Serrat y de hecho estábamos convencidos de que así iba a ser.
Hoy no nos íbamos a dar grandes palizas a andar, ni teníamos mil cosas para ver. Hoy tocaba asistir a algo muy especial, algo que llevábamos mucho tiempo queriendo ver y una de las grandes razones para venir a Japón: asistir al Gran Torneo de Sumo.
En Noviembre el Grand Tournament se celebra en Fukuoka, por lo que no dudamos ni un instante y recorrimos todo Japón para poder asistir.
Como os he explicado en el apartado de «Datos Prácticos», conseguir las entradas fue una odisea, pero cuando las tuvimos en nuestro poder ya respiramos y empezamos a mirar opciones para ir hasta allí.
Intenté cuadrarlo en nuestra ruta en tren, pero era imposible por lo que optamos por la opción más rápida y cómoda: ir en avión desde Tokio, una locura sí, pero mereció muchísimo la pena y lo volvería a hacer mil veces.
Nuestro vuelo salía desde el aeropuerto de Haneda a las diez y media de la mañana, por lo que tampoco teníamos que meternos un gran madrugón
Nos levantamos, desayunamos y nos dirigimos a la estación de metro Asakusa Sta para coger la línea A ( Asakusa Line).
En algo menos de una hora estábamos en la terminal D2, donde recogimos nuestros billetes en unas máquinas y esperamos a la hora de embarque.
El avión de la compañía ANA nos recibió con explicaciones al estilo C-3PO y es que llevaba el logo de Star Wars, fue muy curioso.
Cuando llevábamos un rato ya en el aire empezó a divisarse algo ¿Eso era el Fuji? No podía ser porque la previsión era de gran cobertura de nubes…pero sí que parecía. Estábamos en el lado correcto para poder verlo, pero ¿íbamos a tener esa suerte?
Yo estaba en el asiento del medio del lado izquierdo del avión (si lo miramos desde la parte trasera del avión, es decir, ventanilla derecha cuando entramos en el avión por la parte delantera o ventanilla izquierda cuando entramos en el avión por la parte de atrás) y mi chico detrás (no pudimos sentarnos juntos).
Volví a mirar, me dí la vuelta y le dije: ¡¡¡QUE ES EL FUJI!!! No me lo podía creer, me volví toda loca, preparé corriendo la cámara y me abalancé sobre el pobre hombre japonés que estaba sentado a mi lado para poder sacar unas fotos (que paciencia tuvo conmigo, me habría gustado estar en su asiento para poder tener toda la visión completa, pero demasiado que no me dijo nada cuando le metí casi la cámara en su cara jajaja).
Estaba súper nerviosa, no creía lo que estaban viendo mis ojos: el monte Fuji, el monte más alto de Japón, el volcán icónico de este país se mostraba sobre una base de nubes que lo hacía aún más especial.
Era imponente, con su cráter nevado, estábamos tan cerca que ni me lo creía. Me salía la felicidad por los poros ¡estaba tan contenta! Mirad las fotos y juzgar por vosotros mismos. ¿A que solo por poder ver esto ya merece la pena pagar el billete de avión?
No tengo palabras, veo la foto y me sigue pareciendo irreal.
Después de este subidón de adrenalina llegamos a Fukuoka.
Para llegar hasta el Fukuoka Kokusai Center debíamos coger el tren hasta Nakasukawabata Station (Kuko Line) y luego caminar durante unos quince minutos aproximadamente. Calculad una media hora de trayecto.
Llegamos sobre la una y media del mediodía al estadio, presentamos nuestras entradas y una chica nos acompañó hasta nuestros asientos, que eran de estilo japonés, es decir, en el suelo con cojines.
La ubicación exacta no la sabíamos puesto que lo que habíamos pagado era una categoría, en nuestro caso en un palco para cuatro personas intermedio, y nos sorprendimos gratamente al ver que era totalmente de frente al dohyō (el ring para entendernos), donde estaban las cámaras de televisión, por lo que debía ser el mejor lugar.
Nos quitamos las zapatillas y nos acomodamos en el espacio en el que pasaríamos cinco horas. La verdad es que al ser para cuatro personas no fue incómodo, podíamos estirar las piernas, movernos, dejar todo el equipo a mano… Fue caro (porque pagamos el doble) pero estuvo genial.
Como veis en la foto a esa hora había muy poca gente ya que los combates de la mañana son entre luchadores de las categorías más bajas (por eso no hace falta ir a las 9 de la mañana, que es cuando empieza).
Como era la hora de comer, decidimos ir a comprar algo a las tiendas que había allí y comerlo tranquilamente en nuestro palco mientras el ambiente se iba animando. No había mucho para elegir (además era bastante caro) pero al menos matábamos el gusanillo y el estar comiendo allí en el suelo sushi mientras veíamos sumo era lo más de lo más. ¿Puede haber algo más japonés? jajaja.
Quiero contaros algunos datos sobre este milenario deporte para que, si vais a Japón y os animáis a acudir a un torneo, lo entendáis un poco y os pueda servir de base. Lo iré ilustrando con fotos para que sea más ameno y así podáis ver con imágenes cómo es.
El sumo es el deporte nacional de Japón. Es un tipo de lucha con más de 1.300 años de antigüedad donde el objetivo de cada luchador es enviar a su oponente fuera del dohyō o conseguir que su cuerpo toque el suelo (con unas normas, lógicamente, ya que por ejemplo no pueden tirarse del pelo, atacar a los ojos o pegar con el puño cerrado).
Si al finalizar un torneo el luchador consigue más victorias que derrotas, ascenderá a la siguiente clasificación y en caso contrario descenderá puestos.
El sumo tiene una estrecha relación con la religión nativa de Japón, el sintoísmo, y esto se demuestra por ejemplo en las vestimentas de los árbitros, que simboliza el traje de caza de un guerrero japonés del pasado, en el tejado suspendido sobre el dohyō, con forma de un antiguo templo divino, o en los rituales que se realizan durante el combate.
El combate siempre comienza con una inclinación de cabeza como saludo, después los luchadores se colocan frente a frente en cuclillas para frotarse las manos y aplaudir una vez, estirar ambos brazos con las palmas de las manos hacia arriba, volver estas hacia abajo y completar este ritual poniéndolas sobre las rodillas, mostrando de esta forma a su oponente que acude al combate sin portar ningún tipo de arma oculta.
Posteriormente realizarán el shiko, que consiste en levantar la pierna y dejarla caer violentamente contra el suelo para espantar a los malos espíritus (este es uno de los movimientos más característicos del sumo).
Estos luchadores hace un shiko impresionante, si lo intentáis en casa ya veréis como no es nada fácil jejeje.
Después se retiran de nuevo a su rincón, en donde beberán el chikara-mizu, agua purificadora con la que se enjuagarán la boca, escupiéndola posteriormente.
Cada luchador cogerá de su rincón un puñado de sal que arrojará al dohyō para purificarlo antes del combate (yo no sé cuánta sal se gasta durante esos 15 días porque algunos luchadores arrojaban puñados enormes).
A continuación comienza una especie de guerra psicológica en la que los luchadores se estudiarán varias veces antes de decidirse a comenzar el combate.
En el siguiente vídeo podéis ver este ritual que os he detallado.
El combate comienza cuando las manos de ambos luchadores tocan el dohyō. Se supone que ambos rikishi (luchadores) deben tocar con ambas manos antes de empezar.
El gyoji o árbitro tiene que señalar obligatoriamente un vencedor aunque no esté muy claro.
Para deshacer posibles empates, hay cinco jueces sentados al borde del dohyō, más otro en una sala de vídeo al que se puede consultar en caso de necesidad. En este caso, los jueces pueden entonces subir al dohyō para deliberar, lo que se llama mono-ii.
El resultado final puede ser la ratificación de la decisión del árbitro, cambiar su decisión o llamar a los dos luchadores para que repitan el combate.
Todos los luchadores de sumo se dividen en seis categorías. Como os he comentado antes, los combates empiezan alrededor de las 9 de la mañana, cuando aparecen sobre el dohyō los luchadores de la categoría más baja, de ahí que haya poca gente a primeras horas (como veis hay muchos huecos vacíos y eso que nosotros no fuimos a primera hora).
Posteriormente van sucediéndose los combates de las categorías siguientes hasta las 14:30 aproximadamente, momento de una de las ceremonias de presentación sobre el dohyō (los luchadores van subiendo al dohyō ataviados con sus kesho-mawashi y los van presentando uno a uno).
Poco a poco las gradas se fueron llenando, los fotógrafos profesionales aparecieron en escena alrededor del dohyō y el ambiente se fue poniendo muy interesante.
Alrededor de las 16:00 horas llegaba uno de los momentos más impactantes de la jornada: el desfile de los luchadores mejor clasificados.
Al igual que sucedía a las 14:30, los luchadores suben al dohyō ataviados con sus kesho-mawashi y los van presentando uno a uno.
A esta hora el estadio ya estaba más lleno y había un ambientazo increíble. Mirad la diferencia con las fotografías anteriores.
Fue impactante ver a «los grandes» encima del dohyō con la gente aplaudiendo y animando a tope.
Lo mejor empezaba ahora, y si ya nos estaba gustando, los combates que vimos a partir de entonces nos dejaron con la boca abierta.
Algo que nos llamó mucho la atención fue que al finalizar algunos combates, el árbitro entregaba un sobre blanco al ganador. Este sobre contenía dinero en efectivo (30.000 yenes por sobre) y el número de sobres depende de la cantidad de empresas que hayan decidido patrocinar ese combate.
Algunas veces, antes de un combate, suben al dohyō yobidashis o asistentes con unas banderas que muestran al público mientras giran alrededor del dohyō. Cada una de esas banderas pertenece a una empresa que ha decidido patrocinar ese combate, así que cuantas más banderas hay, más sobres recibirá el ganador de ese combate.
El último combate del día siempre es el del Yokozuna y es el momento más importante de toda la jornada.
En nuestro caso, el Yokozuna Kisenosato había abandonado el torneo por lo que no pudimos verlo. Aún así, el combate que protagonizó el Ozeki (el campeón ,el rango inferior a Yokozuna y segundo en importancia en el mundo del sumo) Takayasu Akira, puso la guinda al torneo con un combate super emocionante (os dejo el vídeo más abajo).
Este último combate suele finalizar a eso de las 6 de la tarde, momento en el que se realiza la ceremonia de la danza del arco, en la que un luchador, realiza un ritual con un enorme arco con el que se da por finalizada la jornada (un momento muy chulo también).
Todo esto que os he ido contando lo vivimos en vivo y en directo y es realmente espectacular. De lo mejorcito de nuestro viaje a Japón. Me gustaría poder trasmitiros las sensaciones de estar allí, pero con palabras no puedo. Os dejo un vídeo para que lo veáis «al natural» pero ya os adelanto que solo hay una forma de sentirlo: id a un torneo de sumo si o sí.
Y lo prometido, el vídeo del gran combate.
Apagaron las luces y cubrieron el dohyō con una tela enorme para preservarlo hasta el día siguiente, por lo que allí ya estaba todo visto.
Como teníamos tiempo hasta la hora de coger nuestro vuelo de regreso a Tokio, estuvimos dando una vuelta por los puestos que habían instalado a la entrada del estadio, con fotos de los luchadores, recuerdos e imágenes de ellos a tamaño natural. Incluso vimos salir a un par de rikishi que pasaron por nuestro lado ¡yo era como una pulga en comparación! ¡Son altísimos y enormes!
No me dio tiempo a sacarles una foto, me quedé impactada porque no me los imaginaba tan grandes, y eso que llevaba cinco horas viéndolos. Pero mi chico fue veloz y captó esta instantánea.
Tocaba volver al aeropuerto y dejar atrás la que fue una de las mejores jornadas de nuestro viaje a Japón.
Caminamos hasta Nakasukawabata Station para coger la Kuko Line hasta Fukuokakuko Station y embarcamos rumbo a Tokio (esta vez sin vistas del Fuji ya que era de noche).
Por cierto, en el aeropuerto compramos unas galletas de mantequilla que estaban buenísimas. Estaba todo el mundo comprando y como se suele decir «allá donde fueres haz lo que vieres» y así lo hicimos. Hay stands por todas partes pero no recuerdo el nombre.
Hoy había sido un día súper especial, había cumplido uno de mis sueños y tocaba descansar, esta vez soñando con la lucha de los dioses (como el nombre del libro de Eduardo de Paz, un imprescindible si se quiere tener un acercamiento al sumo).
DÍA 5
Amanecía un soleado día en Tokio, pero hoy no veríamos la ciudad, hoy tocaba ir hacía nuestro siguiente destino: Kawaguchiko y las previsiones meteorológicas eran buenísimas.
Como venía siendo costumbre desayunamos en la mini habitación, recogimos todas nuestras cosas (fácil porque apenas pudimos sacarlas de la maleta jajaja) e hicimos el check out.
El shinkansen hacía Odawara salía desde Tokyo Station, por lo que debíamos coger la línea A (Asakusa Line) desde Asakusa Station (entrada A2a) hasta Takaracho Station (salida A6), teniendo que caminar algo menos de diez minutos hasta la estación de tren. También se puede ir con la línea G (Ginza Line).
En este caso decidimos no activar todavía el JR Pass pero cometimos un error: no reservar un asiento para el tren que nos llevaría a Xian dos días más tarde (festivo nacional) desde Odawara. Luego veréis porqué.
El shinkansen llegó puntual y nosotros corrimos para poder sentarnos en los asientos D o E ya que eran los asientos desde los que habíamos leído que se podía ver el monte Fuji. Tendríamos dos días para verlo pero no queríamos perdernos la panorámica desde el shinkansen.
Cuando Fuji-san apareció entre los edificios…bufff que emoción. Ayer lo veíamos desde el aire y hoy lo hacíamos desde tierra, desde el shinkansen. Pese al reflejo del cristal y a que el entorno no era de lo más bonito, no pudimos evitar fotografiarlo, un par de fotos y lo dejamos, nos permitimos disfrutarlo sin más, mirándolo por la ventana del tren y saboreando lo que en breve veríamos sin ser en movimiento.
Llegamos a Odawara Station y salimos en busca de nuestra agencia de alquiler de coche: Nissan Rent a Car. Si, habéis leído bien, alquilamos un coche en Japón.
Como os comentaba en el apartado «Datos prácticos» puede parecer una locura, ya que en Japón se conduce por el lado izquierdo, no sabemos japonés y mil millones de miedos más que te surgen cuando lo planteas. Pero nos liamos la manta a la cabeza y como además teníamos el carnet internacional sacado de nuestra ruta por la costa oeste de Canadá nos decidimos a reservar.
La región de los cinco lagos de Fuji no es sencilla de hacer en transporte público, se pierde mucho tiempo, y si reservábamos una tour la flexibilidad horaria se veía limitada para el tema fotográfico, por lo que el coche nos pareció la mejor alternativa.
Después de haberlo experimentado os puedo decir que fue la mejor de las decisiones, de hecho, si volvemos a Japón (que lo haremos, estamos ya pensando cuando) para recorrer los Alpes Japoneses o volver a esta zona de los lagos volveremos a reservar coche de alquiler.
Os dejo alguna información por si vosotros también os animáis a conducir por el país nipón:
- En Japón se conduce por la izquierda. Y como es al revés, la prioridad la tienen los del otro lado (si por ejemplo giras a la derecha en un cruce no tienes prioridad y ojo con las rotondas, que van al revés). Además los coches son automáticos (la gran mayoría, por lo que reservar uno manual será más caro).
- La velocidad máxima es muy reducida y las multas son enormes, por lo que mucho cuidado con esto y controladla.
Los carteles están escritos en japonés y también en nuestro alfabeto. Las señalizaciones no fijas (por obras p.e) suelen estar sólo en japonés, por lo que estad atentos y usad el sentido común, no suelen ser difíciles de interpretar. - Los semáforos están después del cruce por lo que tenéis que fijaros bien y pararos antes del cruce, no en el semáforo.
- No vais a poder usar el GPS cuando estéis en movimiento ya que se bloquea automáticamente. Al principio pensábamos que estaba roto, pero no, aunque el copiloto lo intente no va a poder. Hay que parar el coche y entonces meter el nuevo destino.
- Se necesita el carnet internacional de conducir (junto con el del país de origen) para poder alquilar y circular.
- No se puede recoger o devolver el coche fuera de las horas de apertura de la agencia (al menos donde nosotros reservamos, lo preguntamos expresamente). En España puedes dejar las llaves en buzones nocturnos cuando devuelves el coche pero en Japón no. Y la hora de recogida/devolución es estricta, por lo que no penséis que por tardar una hora más no pasa nada, os pueden multar.
- Las autopistas en Japón son de pago y aunque los coches llevan instalado un tele-peaje (se llama ETC) no lo van a tener activado, por lo que deberéis pasar por el carril que NO pone ETC y pagar con efectivo. Al entrar en la autopista hay que coger un papel, guardadlo hasta la salida.
Con el coche en nuestro poder comenzamos nuestro camino.
La primera parada fue Hakone ya que debíamos comprar algo para comer después en ruta y al ver que el día estaba tan despejado no queríamos dejar pasar la oportunidad de ver el Fuji desde este lugar. A Hakone volveríamos pero quizás hiciera malo, por lo que no nos arriesgamos.
Aparcamos al lado del embarcadero (parking de pago) y nos quedamos boquiabiertos con la imagen ¡Que pasada! El Fuji, el lago Ashi y el enorme Torii flotante, el triplete al completo, sin nubes y con total visibilidad, una estampa preciosa. Palabras que repetiría muchas veces durante el día de hoy.
El monte Fuji, con 3.776 metros de altitud, es el pico más alto de todo Japón. Es un estratovolcán (un tipo de volcán cónico de gran altura) compuesto por múltiples estratos o capas de lava endurecida, alternando con capas de piroclastos. Como curiosidad, el Teide (en Tenerife) es también un estratovolcán y es el pico más alto de España (con 3.718 metros).
El barco pirata apareció por el puerto de Hakone. Es un barco turístico muy popular que durante 30 minutos te da un paseo por el lago Ashi (navega entre los puertos de Togendai, Hakone-machi y Motohakone). Nosotros no nos montamos pero reconozco que le da un toque chulo al lago.
No sé cuánto tiempo pudimos estar aquí sacando fotos. Nos encantó el lugar, apenas había gente y las vistazas eran impresionantes.
Como era algo más de medio día no quisimos acercarnos hasta el Torii que veis en la foto (el santuario de Hakone-jinja) ya que la luz no iba a ser buena y preferimos dejarlo para nuestra vuelta a Hakone y así poder verlo al amanecer. Además, teníamos todavía una hora y media de camino hasta llegar al lago Kawaguchi y algunas paradas para hacer antes de ver la puesta de sol en Chureito Pagoda (que en esta época era hacía las 16:30 horas, muy pronto) por lo que no podíamos entretenernos aquí más tiempo.
Ya en ruta, decidimos parar para comer nuestros bocadillos. Vais a alucinar con el improvisado «merendero» que encontramos. Totalmente por casualidad, un lugar precioso donde como no, nos tiramos otro buen rato haciendo fotos. No tenemos remedio jajaja.
Poder ver el monte Fuji desde otra panorámica donde sólo estábamos nosotros dos fue algo realmente excepcional, nos alegramos un montón de haber cogido coche de alquiler para poder tener estos momentos.
El tiempo se estaba pasando volando y ya íbamos bastante apurados, por lo que la parada en el lago Yamanakako (otro punto panorámico para ver el monte Fuji) la eliminamos y fuimos directos al Momiji Tunnel del lago Kawaguchi.
No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar allí, si habría hojas rojas o no, si la estampa era como la había imaginado o no, estábamos expectantes.
Y la realidad superó las expectativas. La luz era perfecta, el lugar también, es de esos momentos en los que te pellizcas para saber que no estas soñando y das gracias por tener la inmensa suerte de vivirlo y estar allí.
Al igual que con el sumo, no tengo palabras para expresar lo que sentí, ese Japón teñido de rojos, ocres y naranjas se mostraba ante mis ojos y era tan precioso que ¡buf! Mirad las fotos y decidme si la espera de dos años para ir al país nipón no mereció la pena.
El monte Fuji no tenía ni una sola nube, los árboles estaban repletos de hojas coloreadas (aunque también vimos que se había caído bastante, una semana antes hubiera sido el momento álgido en esta zona) y la luz del sol ya bajando daba aún más color a los tonos.
Coincidimos con una pareja de novios sacándose fotos debajo del árbol, no me digáis que no estaban perfectos allí.
Estaba siendo un no parar de sacar fotos, apuramos lo máximo, era tan bonito…
Perdimos la noción del tiempo en este lugar. Cuando quisimos darnos cuenta se había hecho muy tarde y como queríamos ver la puesta de sol desde la Pagoda Chureito ( la previsión meteorológica para el día siguiente era horrible y no íbamos a poder ver el amanecer si estaba lloviendo) teníamos que coger el coche y marcharnos corriendo hasta allí.
La pagoda Chureito se encuentra en el parque Arakurayama Sengen de Fujiyoshida y su entrada es gratuita. Tiene 26 metros y se construyó en 1962. Lo especial de esta pagoda es que tiene al Fuji al fondo por lo que la estampa que se crea es muy bonita pero también muy famosa, por lo que no esperéis estar solos en este lugar.
Aparcamos en un parking al lado de la pagoda (gratuito) y subimos unas escaleras hasta llegar al Torii de entrada. Impactante su altura, era el primero que veíamos de cerca y nos impresionó muchísimo.
Durante el camino de subida hasta la pagoda el paisaje otoñal continúo sorprendiéndonos con estampas tan bonitas como esta y lo que se suponía que iba a ser un camino corto lo alargamos parándonos a hacer fotos.
Pero al final llegamos. En una plataforma de madera un buen grupo de turistas se agrupaban con palos, trípodes, vídeos…Allí había de todo, por lo que fuimos pacientes y esperamos a coger nuestro sitio para tener un buen encuadre.
La mayor parte de las hojas en esta zona ya se habían caído pero aun así, la imagen nos sobrecogió. El sol estaba iluminaba la pagoda y el Fuji con total visibilidad se mostraba ante nosotros, precioso, el broche a un día perfecto.
Nos quedamos allí hasta que se escondió totalmente el sol. Fue entonces cuando toda la gente se marchó y pudimos disfrutar del lugar como a nosotros nos gusta, sin agobios. A veces la paciencia tiene su recompensa, incluso en los lugares más concurridos.
Volvimos a bajar por el mismo camino. Apenas había luz y comenzaba la hora azul.
Y nos pasó como a la subida, lo que iba a ser bajar e irnos al hotel en un «plis plas» se convirtió en una hora más.
Cuando nos encontramos con el enorme Torii en sentido contrario, con el Fuji de fondo y sin absolutamente nadie…Imaginaros que hicimos ¡otra tanda de fotos! Pero es que cuando iluminaron los faroles ¡buf! Allí nos quedamos los dos sacando fotos hasta que fue de noche completamente.
Mirad que postal tan preciosa: las hojas iluminadas, el sendero de faroles también iluminados y el Fuji-san como telón de fondo. Qué pena que estos momentos de luz sean tan efímeros.
Ya de noche nos montamos en el coche y fuimos a hacer el check in en nuestro hotel: Mystays Fuji Onsen Resort (podeís ver su web pinchando aquí), un hotel moderno con un onsen en su azotea con vistas al monte Fuji (y a un parque de atracciones que han montado allí).
La habitación era enorme, y más viniendo de la caja de zapatos en la que nos alojamos en Tokio jajaja. Teníamos almohadas anatómicas, albornoz y zapatillas, una gozada.
Como era tarde decidimos no subir al onsen, dejamos las maletas, descasamos un poco y nos fuimos en busca de un restaurante de tempura que llevaba apuntado: Idaten.
Optamos por ir en coche ya que después queríamos ver la iluminación nocturna que tenían en el pueblo con motivo del momiji (Kawaguchiko Autum Leaves Festival) y todo esto andando iba a ser muy complicado.
Aparcamos en la puerta (hay sitio para unos pocos coches) y entramos.
Este restaurante prepara tempura por encargo y se puede ver a los chefs preparándola, cosa que nos encanta (el ver cómo cocinan con palillos es impresionante).
Pese a tener que esperar, la cola avanzó rápido, y como no nos importó compartir mesa con otra pareja, pudimos empezar a cenar a una hora razonable.
Para hacer un guiño al lugar en el que estábamos, pedimos pata de cangrejo ya que si os fijáis el plato emula al famoso volcán, presente además en los cuadros del restaurante. La carta está en inglés, por lo que no hay problema para pedir.
Estaba todo riquísimo y la sopa de miso que podías coger de una mesita que había, también. Ojo que la ración es grande, la otra pareja se pidió la de mayor tamaño y dejaron más de la mitad. Un lugar muy recomendable.
Con el estómago lleno volvimos al coche y atravesamos el pueblo hasta llegar al momiji corridor, lugar donde había leído que de forma gratuita se podía ver la iluminación nocturna a los árboles.
Aparcar fue toda una odisea, no había ni un sitio libre pese a ser ya tarde y hacer un frío considerable. Al final, tuvimos que pagar en una especie de parking «pirata» para no seguir dando vueltas.
La verdad es que el sitio estaba muy chulo. Las hojas habían caído a una especie de canal y la luz potenciaba los colores de los árboles, haciendo un «pasillo» muy fotogénico. Yo me olvidé el trípode en el hotel, por lo que las fotos las hice con apoyos improvisados.
Tocaba volver al hotel. Había sido un día muy aprovechado, no habíamos parado y estábamos muertos. Muertos pero alucinados por lo que habíamos visto. Segundo día consecutivo de desencaje de mandíbula, otro día que no olvidaremos jamás.
DÍA 6
La previsión meteorológica no se había equivocado y aunque pusimos el despertador pronto, vimos que era ridículo salir del hotel porque estaba lloviendo a mares y la visibilidad era nula.
El monte Fuji había desaparecido entre las nubes, por lo que los planes para hoy había que cambiarlos.
La ruta de senderismo que tenía planeada (panorama-day), la visita al lago Shōji (con unas vistas del Fuji muy chulas) y al lago Motosu (desde la zona noroeste del lago se puede ver la imagen impresa de los billetes de 1.000 yenes y es una vista preciosa) quedaban suspendidas por el mal tiempo, por lo que decidimos quedarnos en la cama durmiendo un par de horas más. Tres días de suerte ya eran demasiados.
El onsen era público y al no verse el Fuji tampoco nos animamos a subir (lo especial es que se vea) porque a mí lo de estar en «pelotingas» con otra gente como que no me gusta mucho jajaja.
Aprovechamos la cómoda habitación del hotel hasta la hora máxima del check out y pensamos qué hacer.
La predicción indicaba que el tiempo iría mejorando, de hecho la lluvia parecía que remitía e incluso la base del monte Fuji se empezaba a ver, por lo que en vez de irnos directos a Hakone (donde dormiríamos esa noche), decidimos ir a ver el poblado Saiko Iyashi no Sato Nemba (página web para ver precios y horarios pinchando aquí) y ver si la tarde nos regalaba otro precioso atardecer o tendríamos que conformarnos con lo que ya habíamos visto el día anterior.
Iyashinosato es un pequeño pueblo tradicional situado en el lugar de un antiguo pueblo agrícola en las orillas occidentales del lago de Saiko, cerca de Kawaguchi. Allí se pueden ver antiguas casas japonesas restauradas, con el gran aliciente de tener unas vistazas al monte Fuji.
Tiene parking gratuito y también se puede llegar hasta él en autobús de la línea Saiko (Omni Bus Green Line) desde la estación de Kawaguchiko.
Al estar la mañana tan «desagradable» apenas había gente, por lo que pudimos verlo con total tranquilidad. Si os fijáis al fondo está Fuji-san asomándose tímidamente entre las nubes.
Algunas de las casas que han restaurado (en el año 1996 fue totalmente destruido por un corrimiento de tierra durante un tifón) son museos, otras son galerías de arte con obras locales, otras son tiendas especializadas (cerámica, incienso o incluso un estudio de retratos donde puedes alquilar un kimono o la armadura de un samurai y sacarte fotos por el poblado) y otras son restaurantes.
Estuve tentada a alquilar un kimono pero eran muy sencillos y no me parecía que quedaran muy bien con la ropa debajo (porque hacía frío), las botas etc. Aun así, sí que había grupos de chicas haciéndose verdaderos books por allí. Mi «conversión» a japonesa la dejaba para Kioto.
Aunque el poblado no es muy grande, estuvimos mucho tiempo paseando por él, sacando fotos a todos los detalles que veíamos. Parecía una maqueta donde todo estaba cuidado hasta el último detalle. Los tejados de paja tradicionales son una verdadera obra de arte, nos encantaron.
Y, ¿qué me decís de estos espantapájaros japoneses? Son súper auténticos jajaja.
Como en este viaje no íbamos a ir a los Alpes Japoneses (Shirakawago y alrededores), tener esta visión de poblado tradicional fue todo un regalo.
Poco a poco el día fue mejorando y la visibilidad también, por lo que nos acercamos nuevamente al camino desde donde se veían las casas con el monte Fuji de fondo para volver a fotografiarlo. Precioso ¿verdad? Japón en estado puro.
Sin darnos cuenta se había pasado hasta la hora de comer. En la entrada al recinto había un restaurante con sopas y fideos pero la verdad es que no nos apetecía mucho.
Lo que sí que nos llamó la atención y no pudimos evitar comprar fue… ¡un par de manzanas Fuji! Que gracia nos hizo verlas. Mirábamos las manzanas y mirábamos el monte Fuji, jajaja, las dos cosas a la vez. Un momentazo.
Aunque os tengo que contar que esta clase de manzana no se llama así por el monte. Esta manzana es un cruce de dos variedades de manzana estadounidenses creado por cultivadores de la Estación de Investigación Tohoku, en Fujisaki, de ahí su nombre.
Súper contentos con nuestra compra, nos montamos de nuevo en el coche y nos acercamos a un 7-Eleven para comprar un par de bocadillos y unos cafés y así comer algo rápido en un área de servicio. Siempre, con el paisaje rojizo tan precioso que hacía que fuera imposible no volver a sacar la cámara.
Ir hasta el pueblo a comer no nos apetecía pese a que llevaba apuntados un par de restaurantes (Hoto Fudo, un restaurante en forma de iglú donde sirven fideos y Sanrokuen, una casa tradicional donde comer brochetas a la parrilla).
Por cierto, muy cerca del poblado hay varias cuevas que se pueden visitar (cueva del viento, cueva del hielo y cueva de los murciélagos) pero no nos parecía que merecieran la pena y pasamos de largo. Si os gustan este tipo de visitas anotadlas en vuestro recorrido.
El sol comenzó a aparecer y las nubes se fueron esfumando como por arte de magia. ¡Iba a hacer bueno de nuevo! ¿Qué hacíamos ahora? ¿Ir a Hakone a ver la puesta de sol desde allí o volver a Kawaguchiko? No nos costó mi medio segundo decidirlo: nos miramos y dijimos ¡volvemos al lago Kawaguchi sin dudarlo!
Aparcamos el coche en el mismo lugar que el día anterior pero esta vez nos fuimos como las cabras por el monte a explorar nuevos puntos fotográficos. Y es que mirad que rincones encontramos.
Hojas amarillas y hojas rojas que, como sucedió el día anterior, con la luz del atardecer brillaban y lucían increíbles.
Un espectáculo, que nuevamente nos volvió a dejar con la boca abierta por sus colores, esos colores que tanto ansiaba encontrar en este viaje.
El Fuji se veía espléndido, yo no sé qué tiene esta montaña que te encandila, no puedes dejar de fotografiarla y admirarla. En otra visita a Japón ¿subiremos a su cima? Lo tengo apuntado porque tiene que ser muy muy chulo (lo malo que ha de hacerse en verano y ésta no es la mejor época para ir a Japón).
Nos acercamos a la orilla del lago para ver esconderse el sol desde allí, nosotros dos solos, todo en silencio ¡qué bonito y que romántico!
Jamás se borrarán de nuestras retinas las imágenes que vimos esos dos días. El monte Fuji en se quedó grabado a fuego, un lugar mágico que ya forma parte de los mejores lugares visitados en nuestros viajes.
Teníamos una hora de coche hasta el hotel en el que dormiríamos esta noche. Un hotel muy especial que tenía sorpresa: Mount View Hakone (podéis ver su web pinchando aquí).
Lo especial de este hotel es que es que tiene onsen privado, por lo que nada más llegar preguntamos por las horas disponibles (no se puede reservar con anticipación, debe hacerse en el día) y nos dijeron que teníamos libre en una hora el tipo de onsen que yo quería ¡yupiiiii!
Nos acompañaron a la habitación, nos explicaron un par de cosas y nos dejaron acomodarnos.
¡La habitación era chulísima! Era una habitación doble de estilo japonés, con tatami, futones para dormir y yukatas. Súper súper japonés.
Como teníamos tiempo antes de irnos al onsen decidimos hacernos un té y descansar un rato, pero claro está, con las yukatas puestas jajaja.
Ya era hora de bajar a recepción para que nos llevaran a nuestros 45 minutos de relax en el onsen. Y algunos os preguntareis ¿qué es eso? Lo he nombrado antes en el hotel de Kawaguchiko pero no lo he explicado al no haberlo usado.
Se conoce como onsen a las aguas termales de origen volcánico que se encuentran en Japón. Son los baños tradicionales japoneses, que aprovechan el calor natural de estas aguas procedentes de la gran actividad volcánica, por lo que es una actividad que no debéis perderos si visitáis el país.
En este caso elegimos el onsen Kaguya, el mayor de todos con un ofuro (piscina/bañera) de madera enorme y vistas a un bosque de bambú precioso. Además como ya había anochecido estaba iluminado y era aún más relajante.
Hay que ducharse antes sentándose en una especie de mini banqueta para no salpicar. El agua estaba suuuper caliente (cuidado los que tenéis la tensión baja) pero con el frío que hacía fuera se agradecía un montón.
Allí estuvimos a remojo todo el tiempo que pudimos, hablando, relajados ¿se podía estar mejor? Un lugar especial junto a la persona más especial, imposible estar mejor.
Volvimos a darnos una ducha para quitarnos el calorazo que teníamos y nos pusimos las yukatas para subir a la habitación a cambiarnos.
Era ya muy tarde y en recepción nos dijeron que muchos de los restaurantes cerrarían en breve por lo que cogimos el coche y nos acercamos a un 7-Eleven (nuestra tienda de referencia jajaja) para comprar unos quick noodles y cenarlos en la habitación.
Aunque el día comenzó con cambio de planes por el mal tiempo, terminó genial. No podíamos pedir más. Para la próxima vez que volvamos a Japón completaremos las cosas pendientes (se nota que quiero volver ¿verdad?) y veremos el Fuji con el reflejo en los lagos al amanecer. Siempre hay que dejar cosas para una próxima visita.
DÍA 7
El plan era el siguiente: madrugar e ir al Torii flotante del el santuario de Hakone-jinja para luego volver al hotel a desayunar (teníamos el desayuno incluido) peeero en esa época del año el amanecer era las seís y medía de la mañana y hasta el Torii teníamos veinte minutos de coche, por lo que cuando a las cinco de la mañana sonó el despertador después de habernos acostado tan tarde dijimos: ¿comorrrr? ¡Va a ser que no! Y nos dormimos de nuevo.
A las 7 nos volvimos a despertar en nuestros futones calentitos (no se duerme nada mal por cierto) y ya tuvimos que levantarnos.
El desayuno empezaba a las 7:30 y debíamos estar allí nada más abrir para poder llegar a tiempo a devolver el coche de alquiler en Odawara a las 10:30 (misma hora a la que lo habíamos cogido días antes).
Y diréis ¿tanto interés por un desayuno? Es que no era un desayuno cualquiera, era el rey de los desayunos tradicionales jajaja y no queríamos perdérnoslo.
Sopa de cangrejo, salmón, arroz, tortilla, salchichas, fruta, verdura hervida, soja y algunas cosas que no sabía ni lo que era, era la composición de nuestro desayuno. Con té o café para acompañar y mi nombre escrito en una especie de portafotos que me hizo mucha gracia.
Nos tiramos un buen rato desayunando hasta que terminamos todo. La verdad es que estaba muy rico y era muy diferente, muy recomendable.
Pero como siempre, el tiempo apremiaba y teníamos que irnos para poder coger el Shinkansen Hikari sin agobios, tren que nos llevaría en dos horas a Kioto, nuestro siguiente destino en Japón.
Mi foto con el Torii sumergido la apuntaré en la lista de «cosas pendientes». Si tenéis oportunidad no os lo perdáis, hay unas fotos muy chulas desde allí.
Desde el hotel de Hakone hasta la estación de Odawara teníamos media hora pero había que parar a llenar el depósito del coche (cosa que no sabíamos cómo hacer, menos mal que nos ayudó el gasolinero) e ir con tiempo para dejar el coche y canjear el JR Pass.
Por cierto, como os he comentado en el apartado de «Datos Prácticos» es muy importante que cuando llenéis el depósito para devolver el coche guardéis el ticket, ya que os lo pedirán en la agencia de alquiler (así comprueban donde lo habéis llenado, por lo que no cabe picaresca alguna).
Dejamos nuestro cochecito sin ningún problema y nos fuimos a activar el JR Pass.
En la oficina de JR nos encontramos con un pequeño robot ayudante súper gracioso, con traje de revisor de tren que hablaba. Los niños se quedaban sorprendidos mirándolo y nosotros también, jajaja.
Primer problema: ya no hay asientos reservados para el shinkansen que queremos coger, debemos ir en no reservado y hoy es un día festivo. No reservar asiento un día así es un gran, gran error y de hecho lo llevaba apuntado para hacerlo antes, pero por falta de tiempo no lo hicimos y pagamos las consecuencias. Y ¿qué consecuencias son esas? Seguid leyendo…
Se abrieron las puertas del precioso shinkansen y alucinamos: ¡estaba a tope! Pero a tope, es a tope. Nos metimos como pudimos pensando que igual habría un sitio para sentarnos cuando se bajara gente en la siguiente parada pero para nada, al revés, se intentó meter aún más gente. Y digo intentó porque yo me puse a gritar que allí no cabía nadie más (íbamos que casi no podíamos ni respirar, de pie, con la maleta entre las piernas, la mochila a la espalda, el equipo fotográfico al hombro y menos mal que somos altos, porque a algunos japoneses ni se les veía entre toda la gente apelotonada). Lo grité en español, si, como si me entendieran porque cuando empezaron a empujar quería morirme. Todos los que estaban a mí alrededor me miraron asombrados y las personas que iban a entrar se retiraron. Dirían: «yo donde esa loca no me pongo» jajaja.
Continuamos de pie como sardinas en lata durante más de una hora. Aquello era un infierno, con lo planificadora que soy yo y cómo metí la pata. Que no os pase, reservad siempre los asientos si sabéis los trayectos que vais a coger y más en un día festivo.
A falta de media hora conseguimos sentarnos, cada uno en un lado pero al menos estábamos sentados sin tener que sujetar la maleta.
Y por fin llegamos a Kioto.
Nuestro hotel para las próximas dos noches era The Garden Hostel Premium To-ji (página web pinchando aquí) donde reservamos una especie de habitación cápsula privada para los dos (hay otros tipos de habitaciones, pero nos apetecía dormir en literas, eso sí, sin compartir habitación ni baño).
La ubicación del hostel era muy buena respecto a la estación de tren, ya que podíamos ir andando hasta ella sin tener que recurrir a taxis (15 minutos). Así era más cómodo para realizar las dos excursiones, sin maletas, que tenía planeado hacer desde Kioto.
Como hasta las cuatro de la tarde no podíamos hacer el check in, decidimos ir a dejar las maletas (te las guardan sin problema ni costo alguno) y luego ya comer algo por allí.
Esta vez la comida no fue nada japonesa, entramos en un KFC que vimos y como nos suele pasar, después nos arrepentimos, pero era ya tarde y no queríamos andar dando vueltas.
Estábamos agotados por la paliza del tren pero ahora teníamos otro de los momentazos estrella del viaje: una sesión de fotos en la que nos convertiríamos en maiko y emperador japonés y que habíamos reservado previamente para las cuatro de la tarde en el estudio Yumekoubou de Gion (podéis ver los precios, estudios y opciones que tienen pinchando en su web).
La relación calidad precio habíamos leído que era de las mejores y reservamos con ellos vía email desde España (por cierto, se puede pagar con tarjeta) ya que suelen estar a tope.
Para llegar hasta allí cogimos el autobús 207 (iba a tope, para salir fue una odisea), ya que en Kioto el metro no es tan amplio, y caminamos hasta el estudio.
Estaba en un piso y cuando entramos mi primera sensación fue muy mala. De hecho, si hubiera podido me hubiera ido en ese mismo momento.
Era un cuarto pequeño, allí no había ni un solo occidental y había varias japonesas sacándose fotos en un photocall bastante cutre….Y yo decía: ¿esto es el estudio? Vaya forma de tirar el dinero…Pero ya habíamos dado nuestros datos y nos daba apuro irnos.
Nos mandaron esperar un poco y nos separaron. Mi chico se fue a una sala y yo a otra mucho más grande que lo que había visto hasta ahora. Me mandaron quitarme la ropa, dejarla en unas taquillas, desmaquillarme, soltarme el pelo (ya que lo llevaba recogido en un moño) y cepillármelo. Me puse una bata y pasé a la sala de «chapa y pintura». Teníais que verme con mi pelo ondulado cepillado…parecía Tina Turner jajaja.
Me dejaron elegir el modelo de kimono que quería ponerme. Tenían un montón, eran enormes (estaban colgados en unas perchas gigantes) y muy muy bonitos. Me decanté por un color claro, neutro, para que después en las fotos quedara más fino y elegante. No soy muy fan de los colorines.
Y empezó la transformación: primero me pusieron una crema, deduzco que hidratante, en la cara, después con una brocha gigante me dieron una especie de colorete rojo por todas las mejillas y posteriormente con una esponja me extendieron el maquillaje blanco hasta que cubrieron toda mi cara y cuello (exceptuando la parte de atrás, que hicieron la tan famosa forma de las maikos y geishas). Esta pintura no es nada desagradable ni pastosa pero cuando pasó el tiempo (hablo de más de una hora) si que se cuarteó. Después me maquillaron los ojos, los labios y las cejas. Yo me miraba en el espejo y pensaba: «madre mía vaya pintas que tengo» jajaja.
Me mandaron levantarme e ir hacia un espejo de cuerpo entero, donde me quitaron la bata y me empezaron a preparar para colocarme el kimono.
No os podéis imaginar la de capas que lleva el traje, y no solo capas, hasta un «aplasta todo» atado con cuerdas que me hizo sentirme como Scarlett O’Hara cuando Mammy le ajusta el corsé en una escena de «Lo que el viento se llevó».
Y como colofón, la peluca. Ahí sí que me sentí transformada por completo. La peluca era guapísima, parecía mi pelo natural, estaba muy lograda y se mimetizaba con el maquillaje a la perfección. Me decían con gestos que estaba muy guapa y la verdad es que, aunque estaba irreconocible, me sentaba mejor de lo que me imaginaba.
Me mandaron ir hacía la sala donde estaba el fotógrafo y ¡sorpresa! allí estaba mi chico mirándome con cara de ¿quién es esa y donde está Conchi? jajaja. Se quedó muy sorprendido y no hacía más que decirme: «es que no pareces tú, que fuerte» jajaja.
La sala del fotógrafo sí que era lo que yo esperaba, el decorado era muy bonito y tenía atrezo para complementar las fotos.
Y empezó lo divertido: posamos, nos sacamos fotos juntos, por separado…El fotógrafo era super majo y en todo momento nos indicaba dónde mirar, cómo colocarnos, todo un experto. Lo que me pude reír, fue divertisímo y eso que en las fotos no podía hacerlo (fue complicado no sonreír como lo suelo hacer normalmente cuando poso en las fotos).
Os dejo unas cuantas fotos del book que me hizo (nos las entregaron en papel y en digital), me encantaron.
Mi vestuario era de maiko, es decir, de aprendiz de gheisa, ya que me parecía mucho más vistoso.
Una maiko se caracteriza por su pesado maquillaje blanco, su complicado peinado y su colorido kimono mientras que a medida que mayor es la geisha, más sencillo es su atuendo, su peinado y su maquillaje.
El momento subirme en los zapatos fue toda una experiencia. Tengo maña, mucha maña con los tacones, pero jamás me había puesto unos zuecos de ese estilo y sus indicaciones de «el peso hacia atrás» tenía su razón de ser ¡porque madre mía! Si te caes de ahí te matas. Supongo que será práctica, porque ellas caminan a una velocidad asombrosa. Si os fijáis mi kimono interior es rojo, el color característico de las maikos.
Después de la sesión de fotos oficial nos dejaron todo el tiempo que quisiéramos para sacarnos fotos con nuestras cámaras y ¡cómo no! allá que fui al photocall que tanto me había espantado a la entrada. Eso sí, ahora super contenta y feliz por lo bien que había salido la sesión y lo divertida que había sido.
Os enseño la parte de atrás del maquillaje. Si os fijáis la zona de la nuca, llamada en japonés komata, está sin pintar y tiene forma de W. Esto es así porque para los japoneses ésta es una de las partes más eróticas del cuerpo femenino y dejándola al descubierto aumentan la sensualidad.
Y llegó la hora de quitarme este estupendo vestuario y volver a la realidad. Me ayudaron con la ropa (por fin pude respirar con normalidad) y me quité el maquillaje con unas toallitas. En el pelo lo intenté, pero salí de allí con mechas blancas jajaja.
Si os gustan estas cosas ni os lo penséis. A mí me hacía mucha ilusión y mereció muchísimo la pena, de hecho si volvemos a Japón seguro que me animo a hacer lo mismo pero en exterior.
Estábamos totalmente agotados. El centro de Kioto al ser festivo estaba a tope por lo que preferimos coger un taxi e irnos al hotel (previo paso por la tienda que había justo debajo del hostel para comprar la cena y el desayuno del día siguiente).
A medio día habíamos dejado las maletas pero no habíamos visto la habitación, por lo que entramos a nuestra habitación de literas con cortinillas al estilo cápsulas, eso sí, con unas preciosas vistas a Tō-ji, una pagoda de 54,8 m. de altura (la más alta de Japón) y baño privado.
Japón sabe cómo aprovechar al máximo el espacio, y el lavabo-ducha y taza-lavabo que tenía nuestra habitación son dos muestras de ello. ¿Alguna vez os habéis duchado en el lavabo? jajaja.
Terminaba otro intenso día, supongo que ir como sardinas en lata durante hora y media en un shinkansen es también una aventura muy japonesa, pero prefiero quedarme con el recuerdo de mis «Memorias de una gheisa».
DÍA 8
Nuestro primer día en Kioto lo íbamos a pasar fuera de Kioto ya que tenía organizada una escapada a Inari y Nara.
Desayunamos en la habitación, nos pegamos una ducha para entrar en calor (hacía bastante frío) y, más tarde de lo que tenía planeado, salimos hacia la estación de tren.
Debíamos coger el tren JR Nara Line que nos dejaría en escasos cinco minutos en la estación de Inari Station. El santuario está al lado de la estación, hay que caminar dos o tres minutos y la entrada es gratuita (está abierto 24 horas).
Pese a ser bastante pronto (eran las 8 de la mañana) ya había gente, no mucha, pero había (era sábado, hay que tener eso en cuenta). Teníamos que haber cogido el tren de una hora antes y plantarnos allí a las 7, pero nos pudo la necesidad de descansar y nos dijimos: «ay que dormilones somos, si hubiéramos venido antes igual estábamos completamente solos», pero viendo la gente que había cuando regresamos a la estación, comprendimos que no, que eso no era nada ¡a mediodía había mareas humanas! Aquello era imposible, por lo que consejo: id pronto. La diferencia de gente que vimos con la hora fue increíble.
El santuario de Fusimi Inari o Fushimi Inari Taisha es uno de los santuarios más conocidos e importantes de todo Japón y está dedicado a la deidad Inari, el dios del arroz y por tanto patrón de los comerciantes.
En la antigüedad se asociaba tener una buena cosecha de arroz con tener prosperidad en los negocios, de ahí que los miles de toriis que encontramos en el santuario hayan sido donados por comerciantes que ponen sus nombres o los de sus negocios en los torii para que el dios Inari les sea propicio. Es como poner una vela pero a lo grande (y a lo japonés).
Es uno de los lugares más impresionantes de Kioto y una visita que no os debéis perder.
Ha salido en la película «Memorias de una geisha», concretamente en la escena donde la pequeña Sayuri corre a través de los torii.
Comenzamos el camino de subida por los miles de torii que encontramos uno detrás de otro formando una especie de pasadizo techado y, como no podía ser de otra forma, nos paramos cada dos por tres a sacar fotos.
Al no haber mucha gente hasta pudimos poner el trípode para sacarnos vídeos y fotos juntos, y a medida que subíamos había menos y menos gente, hasta llegar a estar completamente solos en buena parte del recorrido.
Caminar por este lugar es una experiencia preciosa y muy relajante, eso sí, también es muy cansada porque hay una subida continua y son 4 kilómetros. Podéis adaptar el tiempo y el recorrido a vuestra capacidad o deseo, por si os sirve de referencia nosotros estuvimos aquí casi cuatro horas y no llegamos hasta arriba porque empleamos mucho tiempo sacando fotos.
Durante vuestro recorrido veréis que en el santuario hay un montón de zorros de piedra. El zorro o kitsune está considerado el mensajero de Inari y a menudo suele tener una llave en la boca, que representa la del lugar donde se guarda el arroz y, por lo tanto, la riqueza.
Los japoneses consideran al zorro una figura sagrada y misteriosa capaz de «poseer» a un humano.
También iréis encontrando por el camino santuarios, altares…Deteneros en los detalles, es la clave de este paseo, disfrutadlo con calma.
Creo que me podría haber quedado allí todo el día, hasta que anocheciera e iluminaran los faroles (tiene que ser muy bonito) pero no teníamos tiempo para todo y había que volver a la estación para continuar con las visitas programadas.
A la salida del santuario nos encontramos con otra estampa preciosa: un kitsune enmarcado por los colores del momiji.
Nos fuimos a la estación de tren para coger el JR Nara Line Rapid (cuidado porque hay uno que no es rápido y tarda más).
Las hordas de gente que había en Inari a esa hora eran impresionantes, un agobio curioso. Menos mal que ya nos íbamos de allí y en Nara nuestro recorrido era muy extenso y no íbamos a notar la gran afluencia de gente al ser sábado (mirad la foto del tren, no cabía ni un alfiler).
Fueron casi tres cuartos de hora de trayecto y llegamos a la JR Nara Station (en Nara hay dos estaciones, no os confundáis ya que la estación de Kintetsu NO es JR).
Desde allí, decidimos ir andando hasta un restaurante que llevaba apuntado: Okonomiyaki Parco, un local recomendado donde sirven tortilla «a la japonesa» en directo sobre una plancha.
Es un local pequeño y tenía remarcado que había que ir pronto para encontrar mesa, por lo que aunque no era todavía la hora de comer, decidimos acercarnos.
Pedimos la tortilla de gambas y la acompañamos con unas ricas gyozas y una cervecita Asahi. Estaba todo tremendo. He dicho ya más de una vez que me encanta la comida japonesa ¿verdad?
Después de comer comenzamos con la visita de Nara Kōen, un recorrido que se puede hacer perfectamente a pie, y al que le podéis dedicar desde medio día hasta uno entero (en función de lo que os guste).
Nosotros decidimos emplear medio día y por eso lo combinamos con Fushimi Inari.
Nuestra primera visita, por cercanía con el restaurante, fue Kōfuku-ji, un templo budista construido inicialmente en Kioto en el año 669 y trasladado en el 710 a Nara. Este templo fue fundado por Kagaminookimi, la primera esposa del Emperador Tenji, quien buscaba mediante esta construcción que su amado esposo recuperara la salud.
Destaca su pagoda de cinco plantas, la segunda más alta de Japón después de la de Tō-ji en Kioto (la supera por unos pocos centímetros).
Desde aquí caminamos durante bastante rato por el parque, parándonos cada dos por tres para fotografiar a los más de 1.200 ciervos que viven aquí. Según el folklore local, los ciervos de esta zona se consideraban sagrados y están protegidos.
Había verdaderos Bambis, súper bonitos, y no se asustaban si te acercabas a acariciarlos, están muy acostumbrados a la gente.
En el parque podéis comprar shika-senbei que son unas galletitas para alimentar a los ciervos, aunque por lo que pudimos comprobar están ya un poco aburridos de ellas y te perseguían si veían comida de otro tipo. Nosotros no compramos pero era hacerles el amago de tener algo y venían.
El lugar estaba repleto de niños, novias, turistas, pero al ser tan grande no daba ninguna sensación de agobio.
Paradas de fotografía de ciervos y compra de un helado de té verde a parte (muy rico, por cierto), seguimos avanzando por el parque hasta un punto muy concreto: Kasuga Taisha, el mayor santuario sintoísta de Nara.
Según la tradición sintoísta, Kasuga Taisa se reconstruía por completo cada 20 años.
El camino hasta él es precioso, repleto de linternas de piedra que se alinean a los lados del camino, con ciervos pasando por allí y enmarcado todo esto con los colores del momiji, una atmósfera muy chula.
Pagamos la entrada y accedimos al santuario, famoso por sus muchas linternas de bronce. Era algo muy diferente a lo que habíamos visto hasta ahora en nuestros viajes y nos apetecía verlo.
Por cierto, lo que pensábamos que eran las taquillas de venta de entradas (y donde hicimos cola) resultaron ser unas tiendas donde vendían no sabemos muy bien qué, y había unas chicas con unos tocados muy curiosos a las que les sacamos foto hasta que nos dijeron que estaba prohibido apartándonos la cámara. Podéis ver en la foto el prohibido. No hagáis cola sin preguntar antes para qué es para no perder tiempo.
Algo muy curioso de este santuario es que hay una sala totalmente a oscuras con las linternas iluminadas. Es pequeñita y el recorrido es muy rápido, por lo que no os la olvidéis. Pierde un poco de magia con la gente abriendo la cortina porque pasa la luz, pero en los momentos en los que no entra ni sale nadie la sensación es muy curiosa.
Después de esta visita continuamos nuestro recorrido por el parque sin olvidar que a última hora queríamos llegar a la joya de la corona: Tōdai-ji para evitar la masificación de un sábado en hora punta (os dejo el enlace a su página web).
Y ya nos costó encontrar el camino porque nos perdimos unas cuantas veces, jajaja, pero al final llegamos.
Lo primero que nos encontramos fue el gran Nandai-mon (puerta principal de Tōdai-ji) con sus dos guardianes musculosos comúnmente conocidos como los » Ni-ō (Dos Reyes) de Tōdai-ji» de 8,4 metros de altura.
Este pórtico de 20 metros, data de 1199 y es usado para cruzar la muralla que lo circunda y lo separa de la vida mundana, y acceder a un patio procesional, que en su tiempo albergara miles de peregrinos y monjes budistas
Avanzando encontramos un precioso lago con los colores del momiji en pleno atardecer y más adelante las taquillas.
No había apenas cola en las taquillas, por lo que pagamos la entrada y fuimos directos a ver el famoso Daibutsu-den, iluminado por el sol del atardecer al igual que el jardín.
El Daibutsu-den es el edificio principal del templo de Tōdai-ji y alberga en su interior la gran estatua de buda. Esta construcción ostenta un récord mundial ya que es la estructura de madera más grande del mundo.
Lo primero que nos encontramos antes de entrar fue la linterna de bronce octagonal, que mantiene las figuras originales de la linterna hecha en el siglo VIII. Ha sobrevivido a incendios, guerras e inclemencias del tiempo durante más de 1.300 años. Las cuatro puertas fijas de la linterna llevan un bodhisattva músico con un instrumento musical diferente mientras que los cuatro pares de puertas batientes están decorados con leones que corren a través de las nubes.
Impresiona, y mucho, ver al Gran Buda asomarse por las enormes puertas del pabellón principal. No obstante, es uno de los budas en bronce más grandes del mundo.
La estatua gigante del Buda Vairocana (llamado dainichi en japonés que significa «Buda que brilla a lo largo del mundo como el sol») es conocido como Daibutsu (Gran Buda), el Buda cósmico del que se cree que dio origen a todos los mundos y a sus respectivos budas.
Mide dieciocho metros de altura incluyendo al pedestal de altura y está formada por 437 toneladas de bronce y 130 kilos de oro. Fue fundida originalmente en el año 746 y refundida en el periodo Edo (que es la que podemos ver en la actualidad). En un principio estaba cubierta con una hoja de pan de oro, por lo que debía ser espectacular y causar un gran impacto a los visitantes de la época.
La cabeza del Daibutsu está rodeada por dieciséis budas menores a modo de halo que simbolizan las diferentes manifestaciones del Daibutsu.
A lo largo de los siglos, la estatua sufrió daños a causa de varios incendios y terremotos, incluso perdió su cabeza un par de veces, por eso el color de la misma tiene una pequeña diferencia con el resto del cuerpo.
Una curiosidad: uno de los pilares que sostiene el edificio (se ve al rodear la estatua por detrás) tiene un agujero en su base cuyas dimensiones son las mismas que los orificios de la nariz del Buda (50 cm) y la leyenda dice que aquel que pase será bendecido con la iluminación. Los niños son los afortunados que caben por dicho hueco, los adultos mejor ni intentarlo, nos quedaremos sin iluminar, jajaja.
A la izquierda del Daibutsu está Komokuten (el señor de la visión ilimitada), guardián de Buda. Está de pie sobre un demonio (jaki), que simboliza la ignorancia, y sostiene un cepillo y un rollo de papel, símbolo de la sabiduría.
A la derecha, está Tamonten (el señor que todo lo oye), otro de los guardianes de Buda. Sostiene una pagoda, que representa un almacén divino de sabiduría.
También podemos ver dos grandes figuras sentadas al lado del Daibutsu.
A la izquierda está Kokuzo Bosatsu, bodhisattva de la memoria y la sabiduría, al que rezan los estudiantes para que les ayude en sus estudios y los fieles para que les lleve hacia la iluminación.
Sentado a la dercha del Aibutsu está Nyoirin Kamon, una de las formas esotéricas del Kannon Bodhisattva. Es uno de los bodhisattvas que presiden sobre los seis reinos del renacimiento kármico.
También podemos admirar una maqueta donde se aprecia la grandeza del buda y comprar algún recuerdo en los puestos que hay allí.
Después de recorrer el lugar y empaparnos de la magia que allí se respiraba (a esta hora con muy pocos turistas) salimos ya que era la hora de cierre.
Salimos al lago del inicio y nos sentamos un rato a descansar y a contemplar el paisaje.
Dábamos por finalizadas las visitas del día ya que tanto el Museo Nacional de Nara como los templos Nigatsu–dō y Sangatsu–dō estaban cerrados.
Salimos rumbo a la estación para coger el tren de vuelta a Kioto pero no pudimos resistirnos ni a entrar en una tienda de recuerdos donde había unas muñequitas japonesas a modo de llavero preciosas (para llevar de regalo), ni a probar las Mitarashi dango, unas dulces bolas de arroz hechas a base de harina de arroz.
Llegamos a la estación de Kioto y como ya era la hora de cenar (parece increíble que en España cenemos a las 10 de la noche y allí a las 7 ya estábamos con hambre jajaja) decidimos probar un restaurante que llevaba apuntado cuya especialidad era el Tonkatsu y el Katsudon: Katsukura, en la planta onceaba del centro comercial The Cube, dentro de la estación.
Había bastante cola, aunque avanzaba rápido al compartirse mesa.
Pedimos la versión premium acompañada de arroz y sopa de miso. Estaba todo delicioso aunque a mí después me repetía el rebozado. También podéis pedir croquetas de cangrejo y langostino gigante rebozado (como lo habíamos comido hacía muy poco pedimos únicamente el tonkatsu).
Para los que tengan miedo de la comida japonesa, en muchísimos restaurantes hay «maquetas» de la comida, por lo que podéis ver cómo van a ser los platos que os van a servir. Os muestro un ejemplo de otro restaurante que había en el centro comercial.
Salimos del restaurante y dimos una vuelta por el centro comercial. Iluminado de noche es algo que no os debéis perder, además desde aquí se puede ver la torre de Kioto, también iluminada.
Nos acercamos a Mister Donut (también en el centro comercial) para comprar el postre de la cena y comérnoslo camino del hotel. Así tendríamos dulces sueños en nuestras literas jejeje.
DÍA 9
Aprovechando nuestra cercanía a la estación, decidimos hacer nuestra segunda excursión fuera de Kioto: Himeji.
Desayunamos en la habitación, recogimos todas las cosas (ya que debíamos dejar las maletas en recepción para cambiar de hotel) y saqué la última foto a la gran pagoda Tō-ji desde nuestra habitación antes de irnos a la estación de tren. La vista desde aquí, al estar en alto, era impresionante.
Con nuestro JR Pass cogimos el shinkansen Hikari y en aproximadamente una hora estábamos en la estación de tren de Himeji.
El principal atractivo de Himeji es su castillo, uno de los tres más populares de Japón (junto con el castillo de Matsumoto y el de Kumamoto).
El trayecto hasta la entrada del castillo (desde la estación de tren) es muy corto (15 minutos) pero coincidió que había muchísimo ambiente con actuaciones en la calle y puestos de comida, por lo que esos 15 minutos se convirtieron en una hora, no podíamos pasar de largo. Son esas cosas que no tienes planificadas y te sorprenden.
Primero vimos danzas en grupo.
Después, un grupo de tres chicas dándolo todo encima de un escenario, cantando, con coreografías muy top y muchísimo público.
Un puesto de ostras llamó nuestra atención, pero no nos atrevimos a comprar por si la liábamos.
Las vistas del Castillo de Himeji desde esta plaza eran muy chulas, la verdad es que es un castillo precioso lo mires por donde lo mires.
A continuación nos fuimos a Shiromidai Park para sacar una foto a la que le tenía muchas ganas: el Castillo de Himeji entre dos Shachihoko, animales mitológicos japoneses con cabeza de tigre y cuerpo de carpa.
En el antiguo Japón, se creía que este animal tenía el poder de provocar lluvias, y por eso, templos y castillos eran adornados con ellos, para así proteger a estas edificaciones de los incendios.
No os perdáis este punto de vista del castillo, además es gratis y no suele estar nada concurrido.
Desde aquí nos acercamos caminando a la entrada del castillo (parándonos cada poco a sacar fotos porque las estampas eran preciosas con los colores del momiji).
El Castillo de Himeji es una de las estructuras más antiguas del Japón medieval que aún sobrevive en buenas condiciones (la construcción que vemos en la actualidad es el edificio original, no es una reconstrucción, lo que lo hace más especial).
Se le conoce a veces con el nombre de «Castillo de la garza blanca» debido al color blanco brillante de su exterior, un yeso que además no es sólo decorativo, sino también ignífugo (algo muy importante ya que está construido con madera).
Es un castillo del tipo hirayama-jiro, es decir, un castillo situado sobre una colina rodeada de llanuras y es un ejemplo perfecto de arquitectura de los castillos japoneses.
Es famoso, además de por su espectacular torre principal o tenshu, por su complicadísimo diseño defensivo lleno de puertas, pasadizos, cuartos secretos, muros y murallas. Todo este diseño, junto con otros elementos defensivos como el laberinto que llevaba hasta la torre principal, pretendía confundir a los invasores en su entrada al castillo y así poder atacarlos con más facilidad y rapidez.
Como curiosidad, el Castillo de Himeji apareció en la película de James Bond «Solo se vive dos veces».
Os dejo el enlace de su página web para que podáis ver horarios y precios actualizados.
En la entrada nos encontramos a varias personas disfrazadas que te buscaban para sacarte fotos con ellos, otra bonita imagen con el castillo de fondo. No sabemos si cobraban o no, no probamos.
Fuimos paseando por los alrededores del castillo (nosotros no entramos ya que habíamos leído que estaba vacío y estuvimos recorriendo los alrededores el doble del tiempo que tenía programado jajaja) y sacando miles de fotos.
Con los colores del momiji en todo su esplendor todos los ángulos nos parecían preciosos.
No sé cuántas fotos tengo de cada lugar, como suelo decir siempre, cuando algo me gusta soy temerosa jajaja.
Caminamos hasta el museo de arte y descansamos un poco sentados en sus jardines. Desde aquí podéis contemplar otra panorámica muy peculiar.
Esta novia nos recordó muchísimo a las que vimos en nuestro viaje por China, concretamente en Hong Kong.
Y esta otra, con kimono y toda la familia.
Sacamos unas últimas fotos al castillo desde esta zona y volvimos por donde habíamos entrado.
Foto de rigor con el castillo de fondo para el recuerdo y foto a un barquero que pasaba por el foso que rodea el castillo.
En Himeji tenía apuntado un restaurante de ramen recomendado (Koba & More) pero preferimos comprar un sándwich en una tienda y comerlo tranquilamente allí. Por cierto, los baños públicos impolutos y con sus botones de sonidos ambientales para que no te oiga la vecina jajaja.
Mismo camino que a la ida (esta vez sin paradas) y de vuelta a Kioto.
Desde la estación de Kioto caminamos hasta nuestro hotel, recogimos las maletas y paramos a un taxi (cargar con las maletas en el bus no nos apetecía nada de nada) para que nos llevara hasta nuestro hotel en la zona de Gion: M´S Inn Higashiyama. ¿Encontráis a Wally en la foto? jajaja.
Quisimos combinar dos zonas en Kioto por comodidad para lo que queríamos hacer. Por un lado estar cerca de la estación los días que íbamos fuera de Kioto y por otro estar en el centro para vivir el ambiente de la zona tradicional de Kioto y sobretodo estar cerca para fotografiar un amanecer muy especial (luego lo veréis).
El check in en el hotel lo hicimos en una máquina con las instrucciones que nos enviaron previamente. Es sencillo, pero si tenéis alguna duda y vais a una hora «normal» hay una chica en un cuarto a modo de recepción que os puede ayudar.
La habitación-apartamento estaba genial. Era amplia, moderna, limpísima, con un baño en dos ambientes, una mini cocina y dos pijamas muy cucos.
El hotel estaba mil veces mejor que el anterior, pero como os he comentado, también queríamos dormir en literas del estilo hoteles cápsula pero en privado.
Dejamos nuestras cosas, descansamos un rato y salimos en busca de un restaurante donde cenar.
El templo budista Zenkyoan nos sorprendió al lado del hotel.
No lo llevaba apuntado pero desde la puerta nos llamó la atención y entramos.
Es un templo dedicado al jabalí, estaba iluminado al ser ya de noche y no había absolutamente nadie. Nos gustó mucho, muy curioso y muy diferente a lo que habíamos visto hasta ahora.
Decidimos que ya era hora de probar un restaurante de sushi de cinta transportadora y en Kioto había uno especialmente recomendado: Chojiro.
En diez minutos estábamos allí.
Bajamos sus escaleras y esperamos a que nos avisaran (no había mucha cola y como venía siendo costumbre nos llamaron bastante rápido).
Ya habíamos estado en restaurantes de este tipo pero el que fuera en Japón lo hacía más especial.
Investigamos cómo pedir por el Ipad y nos pusimos manos a la obra.
La calidad de los platos era buenísima, nunca suelo comer sushi de atún porque me resulta muy fuerte y aquí era pura mantequilla, se deshacía, suavísimo y delicioso. Nos gustó tanto que incluso repetimos varios platos.
Pedimos también postre: unos Mochis de castaña (ya que era la temporada, incluso estaban decorados con hojas rojas) que estaban deliciosos. Nunca los había probado y me encantaron.
Una cena redonda, que rico estaba todo y además a un precio muy razonable. Nos encantó el lugar, os lo recomiendo sin duda alguna. Una cena tenéis que reservarla para hacerla aquí.
Caminamos de vuelta al hotel pasando por el Teatro Minamiza (si tenéis tiempo podéis asistir a una obra de teatro Kabuki) y por las callejuelas cercanas a nuestro alojamiento (previo paso por un 7-Eleven para comprar el desayuno del próximo día), casi desiertas a esas horas.
Hubiéramos dado una vuelta más extensa porque no estábamos muy cansados pero al día siguiente teníamos que madrugar muchísimo y era mejor retirarnos a tiempo. Nos acostamos y pusimos el despertador a las 5:30 a.m. ¿A dónde íbamos tan pronto?
DÍA 10
Pues sí, a las 5:30 a.m. sonó la dulce melodía del despertador y con mucha mucha pereza nos levantamos.
La cama era comodísima e intentaba atraparnos pero hoy debíamos hacer un esfuerzo. Teníamos solo un día para ver todo lo que había seleccionado de Kioto y la primera visita debía ser a primera hora para no encontrar aglomeración de gente.
Desayunamos en la habitación y pusimos rumbo a la estación de metro de Gion para enlazar con Nijo Station. Desde allí cogimos otro tren con destino Sagano-Arashiyama y desde esta estación anduvimos durante diez minutos aproximadamente para llegar a nuestro destino. Como veis en las fotos no había prácticamente nadie en el metro.
Y estaréis diciendo: pero ¿a dónde ibais? Nuestra primera visita del día era el Bosque de bambú de Arashiyama, un lugar muy especial pero que con la masificación de turistas creemos que iba a perder toda la magia, por eso el madrugón.
Algún que otro loco como nosotros se bajó del tren, trípode en mano, con el mismo trayecto. El sol comenzaba a iluminarlo todo, empezaba el espectáculo.
Y allí estaba la gran arboleda de bambú, con la luz del amanecer y casi desierto. Los colores eran increíbles, un remanso de paz y tranquilidad que se ha hecho muy famoso por ser uno de los más espectaculares de Japón.
No os imaginéis un bosque enorme, es un caminito repleto de bambús pero bastante corto. Leí que a mucha gente le decepcionó la visita y es que además de ser un lugar relativamente pequeño, está masificado en horas punta, por lo que no cometáis ese error. Tiene que ser agobiante y os puede dejar un mal sabor de boca.
En cuestión de una hora cambio el panorama y el lugar comenzó a llenarse de gente, pero nosotros ya nos íbamos por lo que ya nos daba igual.
Una japonesa en sesión de fotos puso el broche a esta visita.
Nuestra siguiente parada era el templo Tenryū-ji, a diez minutos andando del bosque de bambú, por lo que lo íbamos a ver al poco rato de que lo abrieran (solo adquirimos la entrada al jardín).
Elegí este templo de la escuela Zen Rinzai por tener uno de los jardines más bonitos y especiales de Kioto, de hecho, está designado como un lugar de especial belleza escénica de Japón.
Este jardín zen del siglo XIV es un claro ejemplo de sahkkel (paisaje prestado) ya que integra la montaña de Arashiyama en su paisaje, haciendo que parezca que es parte del propio jardín. Al visitarlo en otoño, el color de los árboles de arce se reflejaba en el estanque, creando una estampa preciosa.
Las fotos parecían lienzos irreales, el lugar era impresionante. Nos dejó totalmente enamorados. Os recomiendo no perdéroslo, especialmente si vais en primavera o en otoño.
Salimos del jardín y continuamos viendo estampas preciosas del momiji junto a los templos de los alrededores (hay un montón, nosotros no entramos pero si vais con tiempo podéis hacer una ruta por esta zona).
El tiempo se estaba pasando volando, y eso que habíamos madrugado un montón. Debíamos ir a otra de las visitas importantes del día: Kinkaku-ji.
Nos acercamos caminando a la estación de tren de Arashiyama y como teníamos tiempo hasta que saliera el tren, almorzamos unos perritos calientes. Habíamos desayunado hacía mucho y ya rugían las tripas.
El viaje en tren fue muy chulo, era un tren con encanto.
Llegamos a la parada más cercana al templo y nos bajamos. Podíamos haber enlazado con un bus pero preferimos caminar y así ver un poco esta parte de la ciudad.
Y no hay caminata sin recompensa, porque por el camino nos encontramos una panadería donde nos hubiéramos comprado todo lo que había. No pudimos resistirnos, entramos y compramos un par de bollos.
Nuestro destino era el templo Kinkaku-ji, o Templo del Pabellón de Oro, que es uno de los monumentos más conocidos de Japón (os dejo el enlace a su web).
Fue construido originalmente en 1.397 como villa de descanso del shogún Ashikaga Yoshi-mitsu y fue convertido en templo budista por su hijo. En 1950 un joven monje incendió el templo y cinco años después se terminó su reconstrucción (siguiendo el diseño original).
El mayor atractivo del templo es su salón principal: El Pabellón Dorado, o Kinkaku, un edificio de tres plantas donde las dos superiores están recubiertas con hojas de oro puro (también conocido como pan de oro). El pabellón funciona como un shariden, guardando las reliquias del Buda.
Además, El Pabellón Dorado posee un magnífico jardín japonés y un estanque llamado Kyōko-chi (espejo de agua). En dicho estanque existen numerosas islas y piedras que representan la historia de la creación budista.
Es importante que luzca el sol, el impacto al ver este templo brillando es una pasada. Además los colores otoñales nuevamente invadían el lugar y el colorido enmarcaba esta belleza.
En el techo está ubicado un fenghuang o «fénix chino» dorado.
Después de sacarle mil fotos al templo continuamos caminando por los jardines. Paramos en un pequeño puesto para comprar unas pulseras que nos gustaron y nos tentó el sentarnos en una casa de té muy cuca que había allí. Pero no había mesas libres y no teníamos tiempo para esperar, por lo que salimos del recinto.
Nuevamente el colorido del momiji invadió nuestras retinas ¡Japón en esta época es una pasada!
En esta zona está también está Ryōan-ji, un templo zen con uno de los jardines secos más famosos del mundo. La composición de este jardín utiliza arena rastrillada, musgo, y rocas y es uno de los símbolos de Kioto.
Pero a última hora también tenía programada la visita a otro jardín, por lo que lo dejamos de lado muy a mi pesar (no tanto al de mi chico,jajaja) y nos fuimos en autobús a comer a la zona de Gion.
No habíamos visto la zona de día, por lo que no pudimos resistirnos a fotografiar algunas instantáneas.
Cruzamos el Kamo-gawa, el principal río de Kioto que atraviesa el corazón de la ciudad.
Y nos dirigimos hacía el canal de Shirakawa, un lugar donde había chicas vestidas de Maikos haciéndose books de fotos (como hice yo pero en exterior).
Chicas con kimonos.
Y parejas disfrutando de un romántico paseo (atención a las posturas del conductor/fotógrafo).
La zona tiene mucho encanto, te sumerges en el Japón más tradicional.
Ya iba siendo hora de comer y teníamos antojo de rámen, por lo que nos dirigimos a un pequeño local con muy buenas opiniones (cercano a Chojiro). Su nombre os lo indico en japonés porque no está traducido: 麺処 蛇の目屋
Aquí las opciones principales son rámen o soba, pero puedes pedir algún entrante más (nosotros pedimos alitas de pollo y arroz). El menú está en inglés y es muy muy auténtico. Te sientas en la barra y ves cómo cocinan todo.
Muy buena atención, muy buena la calidad de la comida (la cantidad ni os cuento, yo no pude terminar todo) y muy económico.
Después de esta comilona nos pusimos en marcha de nuevo. Como el templo Kiyomizu-dera estaba en obras no nos pareció interesante visitarlo (esto es algo muy personal ya que es uno de los templos más visitados de Kioto) por lo que nos fuimos directamente a por el autobús que nos llevaría a uno de los lugares más impresionantes que veríamos en el día y en el viaje: Daigo-ji (os dejo el enlace a su página web para que veáis horarios y precios).
El camino hasta allí no fue ni rápido ni fácil. Anochecía pronto y tuvimos que darnos vida para coger el autobús 86B que nos dejaría en 40 minutos muy cerca del templo.
Y vaya peripecias para coger el dichoso autobús. Veíamos el 86A, el 86, vimos pasar el 86B pero no paraba donde indicaba Google Maps…Al final mi chico lo vio pasar y fuimos literalmente corriendo detrás de él hasta que lo cogimos.
El trayecto se nos hizo infinito y cuando nos bajamos del autobús tuvimos que subir una enorme cuesta hasta llegar al templo. Llevaba apuntado que era recomendable pedir un taxi para hacer este corto trayecto, pero no veíamos ninguno por allí y no queríamos perder más tiempo.
¿Todo este esfuerzo y el tiempo invertido para ver un jardín? ¿Merecería de verdad la pena? Os adelanto la respuesta: SI rotundo.
Solo puedo mostraros las imágenes, pero os aseguro que no reflejan ni un 1% de lo que vimos con nuestros ojos.
Daigo-ji es un templo budista cuyo objeto de devoción principal es Bhaisajyaguru, el Buda de la Medicina. Fue fundado en el año 874, posee la pagoda más antigua de Kioto (no tengo fotos de ella, no me dio tiempo al salir a fotografiarla) y su jardín no hay palabras para describirlo.
Era otro de los imprescindibles de Japón y lo estábamos viendo en su máximo esplendor. Una pasada de colores, una imagen icónica, no podía ser más precioso.
Kioto (las visitas de la ciudad) no nos gustaron en exceso, pero este jardín compensó sin duda el haber añadido una noche más aquí. Para mí, lo más espectacular de todo Kioto (superando al Templo Dorado incluso).
Como era ya bastante tarde había muy poca gente y pese a estar anocheciendo éramos incapaces de irnos de allí. Era precioso.
El jardín lo iluminaban de noche y tenía que ser espectacular, pero para volver a la ciudad no queríamos perder la hora del autobús que tenía apuntada, por lo que sacamos unas últimas fotos y salimos de aquella preciosa lamina japonesa.
Volvimos a hacer el mismo recorrido que a la ida y nos tocó nuevamente correr porque el bus estaba ya en la parada y si se iba íbamos a tener que esperar un montón al siguiente.
Había sido un día intenso pero todavía teníamos fuerzas para dar una vuelta por Ponto-cho, una de las mejores zonas de ocio de Kioto, con calles muy estrellas, restaurantes y tiendas de artesanía. Echaríamos un vistazo para ver donde cenar.
Y llegó la sorpresa de la noche: sin buscarlo, nos encontramos con una maiko saliendo de un callejón. Yo me quedé petrificada, no reaccioné, solo me quedé mirando como avanzada a la velocidad de la luz mientras pasaba por mi lado, elegantemente vestida y con unos enormes zuecos que parecían plumas en sus pies (y yo me acordaba cuando me los pusieron a mí, jajaja). Me miró discretamente, pero yo no me atreví a levantar la cámara hasta que paso de largo. Aquí tenéis la imagen, o la prueba como le decía a mi chico, de que la había visto jajaja.
No nos decidimos por ninguno de los restaurantes de esta zona, por lo que nos fuimos a Issen Yoshoku, un local donde degustar a muy buen precio un rico Okonomiyaki que cocinaban a la plancha en directo. Lo reconoceréis fácilmente por la famosa figura de su entrada.
El local estaba a tope por lo que optamos por pedirlo para llevar y comerlo en nuestra habitación tranquilamente, pero si hay sitio, os recomiendo sentaros para experimentar la «frikada» de compartir mesa con maniquíes vestidos con kimonos jajaja.
Hoy no nos entretuvimos de camino al apartamento, debíamos preparar las maletas ya que era nuestra última noche en Kioto y tocaba acostarse pronto. Nuestro siguiente destino nos esperaba, destino que además era muy especial.
DÍA 11
El despertador sonó aun siendo totalmente de noche. Antes de despedirnos de Kioto teníamos pendiente un amanecer y un desayuno «diferente».
Trípode en mano nos dirigimos hacia el templo Hōkan-ji para ver el amanecer con esta preciosidad como principal atracción.
Este templo es conocido coloquialmente como Yasaka-no-to (pagoda Yasaka), es una pagoda de cinco pisos y 46 metros de altura, con elegantes tejados y un entorno único que la hace muy fotogénica.
Estábamos prácticamente solos y disfrutamos un montón fotografiando la pagoda (que es espectacular) y viendo como poco a poco despertaba esta zona de Kioto.
Cuando apagaron las farolas decidimos ir a dar una vuelta por la zona hasta la hora de desayunar. No os tenéis que perder este paseo, es un barrio precioso, y al ser tan temprano, el silencio y la soledad le daban un carácter aún más especial.
Nuestro estómago ya protestaba y decidimos ir al Starbucks y esperar en la puerta a que abrieran ya que faltaba muy poco. Y diréis ¿ese era el sitio de desayuno diferente? Sí, porque este Starbucks es diferente, y ahora con las fotos veréis porqué.
La cafetería está ubicada en una casa tradicional y su estilo es acorde a la misma: cojines en el suelo, tatamis, mesas bajas, habitaciones «privadas»…Nos quedamos alucinados cuando vimos todo esto en directo, y además, al estar allí nada más abrir pudimos elegir «habitación» solo para nosotros dos.
Nos sacamos mil fotos, grabamos vídeos, vamos, que hicimos de todo menos tomarnos el café y la tarta, jajaja. Un rato súper divertido y un café en un lugar muy diferente que os recomiendo no perderos.
Después de este desayuno tan especial volvimos a las calles de Kioto para dar una última vuelta por la zona.
El sol iluminaba ya las calles y quisimos aprovechar esta luz para sacar unas cuantas fotos más de la pagoda antes de volver al apartamento. Cuando algo nos gusta…
Pero las visitas en Kioto llegaban a su fin.
Hicimos el check out en el apartamento, paramos a un taxi y nos dirigimos a la estación de tren para embarcar al siguiente destino: Koyasan (o Monte Kōya). Debíamos llegar antes de las 17:30 para que nos dieran la cena incluida en la reserva, y como era una cena muy esperada, no queríamos perdérnosla.
Probablemente este lugar no os suene, no es una parada habitual en las rutas por Japón debido a su localización, alejado de todo y con necesidad de tomar varios transportes para llegar hasta allí. Pero el esfuerzo tiene su recompensa y es que Koyasan es uno de los lugares más especiales de Japón y una visita de las de incluir en la lista de «mejores experiencias viajeras». Un lugar místico, mágico y espiritual.
Os voy explicar los trayectos que hicimos para llegar a Koyasan y que así os animéis a visitar este rinconcito secreto de Japón, pero recordad, no se lo digáis a mucha gente jejeje.
Eso sí, confirmad la ruta, ya que cuando fuimos nosotros estaban en obras en varios tramos (por ejemplo el cable car estaba cerrado ya que justo ese día comenzaban las tareas de mantenimiento del mismo) y tuvimos que variar la ruta respecto a lo que llevaba apuntado.
Desde la estación de Kioto cogimos un tren con destino Shin-Osaka Station, cambiamos de línea para dirigirnos a Shin-Imamiya Station donde tuvimos que salir a la calle y cambiar de estación (preguntando porque nos perdimos y dimos mil vueltas) para comprar los billetes (es un billete combinado para el resto de trayectos pendientes y muy importante: si elegís ida y vuelta, que es lo recomendable, no lo perdáis) y entrar en Nankai Line. Este tren nos llevó hasta Hashimoto Station donde cogimos un bus que sustituía al cable car hasta un parking a las afueras de Koyasan. Aquí volvimos a cambiar de autobús (nos indicaron amablemente las personas que estaban allí dónde teníamos que montarnos y bajarnos con nuestra reserva de hotel) para acercarnos al centro del pueblo.
Hay otra ruta para llegar hasta Koyasan a través de la estación de Namba en Osaka, enlazando con la Nankai Line hasta Gokurakubashi y utilizando el cable car hasta la estación de Koyasan. Aquí deberéis coger un autobús que os acercaría al centro del pueblo. Pero por favor, confirmad las rutas antes de ir.
Las maletas las dejamos en la estación de Osaka. Al tener que hacer tantos cambios de transporte y para pasar una noche exclusivamente en Koyasan no nos compensaba andar cargando con tanto peso, por lo que metimos lo necesario en nuestras mochilas y dejamos el resto del equipaje en las taquillas automáticas de la estación de Osaka. A ella volveríamos en un día para coger el tren de regreso a Tokio (la explicación de uso de las taquillas está en el aparatado «Datos Prácticos»).
Después de toda esta odisea de trenes, buses y vueltas varias, llegamos al remanso de paz del Monte Kōya, el centro más importante del budismo shingon en Japón.
Kōyasan deriva de Kongobuji, nombre del templo más importante del lugar, que significa «Templo de la Montaña del Diamante». El asentamiento original fue elegido por el monje Kukai en el año 819 como cuartel general del budismo shingon japonés. Allí se construyeron a lo largo del tiempo los 120 templos que ocupan el valle y una universidad dedicada a estudios religiosos.
Os cuento un poco la historia de Kukai para que veáis la importancia de este lugar en Japón.
Kukai, conocido tras su muerte como Kōbō-Daishi, se fue a China en el año 804 a estudiar el budismo esotérico (Vajrayana) y se hizo discípulo de Hui Kuo, uno de los maestros más importantes del budismo en China. Regresó a Japón en el año 806 y se hizo abad en un templo de Kioto. Fundó la secta shingon, una forma esotérica del budismo japonés y en el año 819 comenzó la construcción de un gran templo en la montaña de Koya.
Se le atribuyen numerosos logros como la invención del kana, el silabario con el cual, en combinación con los caracteres chinos la lengua japonesa es escrita o la composición del famoso Iroha, un poema que es un pangrama perfecto, ya que usa todas y cada una de las vocales y consonantes del idioma japonés exactamente una vez. Fue uno de los autores que compilaron el diccionario más antiguo del Japón, gran poeta y gran maestro en caligrafía.
El lugar como veis está empapado de historia y espiritualidad, y nosotros íbamos a poder participar en ella y vivirla en primera persona. ¿Cómo? Alojándonos en un shukubo, es decir, un templo que acoge huéspedes y cuyo fin es el retiro espiritual. Si, habéis leído bien, íbamos a dormir en un templo, con los monjes, compartiendo su rezo matutino y sus estancias, compartiendo su paz, su comida y empapándonos de esa atmósfera mágica que rodea el lugar.
Este alojamiento tan especial tiene nombre: Jokiin y creo que las imágenes van a hablar por si solas.
Unas habitaciones tradicionales de ensueño, unos jardines japoneses preciosos y la posibilidad de asistir y participar en el rezo matutino, algo único. La única pega es que no tenía calefacción y pasamos bastante frío (nos pusieron una estufa en la habitación pero para dormir tuvimos que apagarla y en las zonas comunes, como por ejemplo los baños, hacía muchísimo frío).
Para entrar en el templo debíamos dejar los zapatos en la entrada y calzarnos las zapatillas que habían dejado a disposición de los huéspedes. En las habitaciones tampoco se podía entrar con las zapatillas, había que dejarlas a la puerta, algo que con el frío no era muy apetecible pero había que respetar las normas del lugar.
El lugar transmitía paz. Sus pasillos, sus jardines…no puedo imaginar un retiro de meditación mejor y eso que con el frío no pudimos disfrutarlo como nos hubiera gustado.
La habitación…pues que os puedo decir, que nos encantó. Paneles dorados en las paredes, armarios con decoración japonesa, vistas al jardín japonés, tatami…todo súper auténtico y muy muy bonito.
Como os he comentado antes, debíamos llegar no más tarde de las 17:30 ya que en caso contrario perdíamos la cena que teníamos incluida.
En cualquier otro hotel nos hubiera dado igual, pero aquí no. Y es que la cena nos la servían los monjes en nuestra habitación y habíamos leído que no había que perdérsela. Y tenían razón.
Todo un despliegue de tazas y cuencos con comida vegetariana (tenedlo en cuenta si no os gusta) como sopa de miso, tofu, tempura de verduras, algas, fruta y algunas cosas que ni olisqueándolas sabíamos que eran jajaja.
Como veis, no tarde ni un segundo en ponerme la yukata (esta vez con chaqueta por el frío) para cenar. Daba hasta pena comerse las cosas, estaban tan bien puestas y era tan idílico que no paramos de sacarnos fotos (junto con Hakone los dos hoteles más auténticos). Por cierto, a este tipo de cocina se llama shōjin ryōri, a nosotros nos encantó todo, estaba riquísimo.
Terminamos de cenar y decidimos cambiarnos, ponernos ropa de abrigo e ir a sacar fotos nocturnas a la pagoda Kopon Daito en el templo Dango Garan ya que al día siguiente no nos iba a dar tiempo y no queríamos perdernos esta enorme pagoda de 50 metros iluminada haciendo lucir sus colores de forma más intensa.
En las fotos no se puede apreciar lo grande que era, pero os aseguro que os dejará con la boca abierta.
Después de pasear por el recinto un buen rato (totalmente a solas) decidimos irnos al alojamiento. Ya iba siendo hora de irse a la cama, habíamos madrugado mucho y estábamos agotados de tantos trayectos. Allí nuestros futones estaban listos para «acogernos» en los más dulces sueños.
DÍA 12
No me digáis que despertarse así no es lo más de lo más japones,jajaja.
Hoy teníamos otro día intenso. Nos despertamos muy temprano y fuimos a los baños (compartidos) para adecentarnos un poco (por cierto, estaban impolutos).
El motivo de madrugar tanto fue que en este shukubo los monjes permiten que los huéspedes participen en el rezo matutino que realizan, y éste es a las 6:30 a.m.
Es una actividad totalmente opcional y hay que llegar muy puntual y permanecer en silencio durante la misma. El aviso del comienzo del rezo se hace mediante una campaña y en la entrada hay un cuenco de incienso que debes coger para purificarte antes de entrar.
Que os puedo decir del rezo…que fue impactante (y largo, duró casi una hora). Nunca habíamos asistido a algo igual donde nosotros fuéramos parte del mismo. El sonido de los mantras, las vibraciones y la atmósfera de la sala hacía que te olvidaras de todo (bueno de todo no, porque del frío y del hormigueo de piernas de estar sentados no pudimos olvidarnos jajaja).
No permitían sacar fotografías ni grabar en vídeo durante el rezo, por lo que no os voy a contar más, si queréis vivir esta experiencia inolvidable tendréis que ir 🙂
Sólo os dejo de aperitivo una foto del altar (sacada con el móvil con el permiso de los monjes).
El desayuno, a diferencia de la cena, nos lo sirvieron en una sala común muy auténtica y también fue vegetariano (para mí un poco repetitivo, pero no hay que olvidar que se está en un shukubo, no en un hotel de 5*).
Volvimos a nuestra habitación para recoger las cosas y dejar las mochilas en recepción.
Queríamos ir a ver el Cementerio de Okunoin y llegar a la hora de la ceremonia que realizan allí los monjes (preguntad la hora exacta por si variara, cuando fuimos nosotros era a las 11) ya que habíamos leído que era impactante.
Como queríamos ver un poco el pueblo decidimos ir andando y desde el alojamiento la caminata fue larga (media hora hasta la entrada del cementerio y otra media hora hasta llegar al extremo más alejado del mismo, que con fotos etc fue mucho más).
El pueblo es muy pequeñito y está lleno de templos, escuelas y rincones que hacían que nos parasemos cada dos por tres.
Si os gusta poner incienso en casa (como es nuestro caso), por el camino hay una tienda que os recomiendo no perderos (no apunté el nombre, estaba en la acera izquierda yendo hacia el cementerio). Allí podréis comprar incienso de la zona, es decir, os llevareis a casa incienso del lugar más sagrado de Japón.
El Cementerio de Okunoin es el cementerio más grande y más sagrado de Japón.
Según la creencia de la escuela budista shingonen, en Okunoin ya no hay muertos sino sólo espíritus a la espera.
Dice la leyenda que un día Kukai (Kōbō Daishi), el fundador de la comunidad religiosa del Monte Koya, salió de su estado de meditación cuando llego a la tierra Miroku, el Buda del futuro. Fue entonces cuando todas las almas en tránsito que reposaban en las tumbas, o cuyos cabellos o cenizas habían sido colocados por seres queridos frente al Mausoleo Kukai (si no tenían dinero para ser enterrados aquí), también se levantaron.
Se dice que el cementerio de Okunoin es el primer lugar por el que comenzará la salvación de las almas el día de la resurrección (cuando el Buda Miroku llegue a la Tierra).
La entrada al cementerio la hicimos por el puente Ichinohashi, un puente que parece separar dos mundos. De noche tiene que ser espectacular (las dos mejores horas para visitarlo son al atardecer, a nosotros ya no nos dio tiempo el día anterior porque perdíamos la cena, y a la hora de los rezos de los monjes).
Justo antes de pasarlo los fieles juntan las manos y se inclinan para demostrar su respeto a Kukai.
Entramos en un lugar sobrecogedor donde las lápidas, figuras, cedros y musgo creaban una atmósfera sagrada llena de misterio y paz.
Comenzó a llover tímidamente cuando estábamos a medio camino y aunque esto para las fotos fue un poco molesto, le dio un «punto» al lugar ya que se podía oír perfectamente el sonido de las gotas en los árboles. El silencio, la lluvia, la soledad y aquel mágico lugar.
Algo que nos llamó muchísimo la atención fue la cantidad de figuras con gorritos y baberos rojos que había en el cementerio. Según leímos, éstos son ofrendas que las madres dejan para que protejan a sus hijos en este mundo o traerles suerte en el más allá.
Salirse del camino principal no es una opción, es una obligación.
Tumbas olvidadas donde la naturaleza se mezcla con ellas en perfecta armonía y te hacen sentir que estás en un lugar irreal, de película.
Siguiendo el camino nos encontramos con el puente Gobyōbashi o Gobyō no hashi que representa el paso a un nivel aún más sagrado.
Aquí, al igual que al inicio del camino, hay que juntar las manos y hacer una reverencia para invocar a Kukai antes de pasar al otro lado.
Hay un cartel que señala que no se permiten bebidas, comidas ni fotografías a partir de ese punto, de hecho, los propios peregrinos nos lo indicaron cuando se nos ocurrió sacar una foto (no habíamos visto el cartel).
Al fondo de camino se encuentra el Tōrōdō o «sala de los faroles» un lugar que hizo que nuestras mandíbulas se desencajaran.
Es el edificio principal y el lugar más sagrado del cementerio, con más de diez mil maravillosas linternas luminosas algunas de las cuales, según la leyenda, han estado encendidas sin cesar desde hace más de novecientos años. Un lugar realmente espectacular y mágico.
Tras esa sala se pueden ver las puertas cerradas del Kōbō DaishiGobyōo Mausoleo de Kōbō Daishi, donde se dice que está Kōbō Daishi pero no muerto, sino descansando en meditación eterna mientras espera la llegada de Miroku Nyorai, el Buda del futuro.
Mientras admirábamos este lugar los monjes comenzaron a caminar de un lado para otro trayendo y llevando cosas. Era la hora. La hora donde podíamos ver cómo los monjes llevaban comida a la puerta de Kobo Daishi para pagarle su esfuerzo.
No os puedo enseñar lo que allí vimos, ni trasmitiros las sensaciones. Al igual que con el rezo de primera hora en nuestro shukubo, deberéis ir a Japón para experimentarlo.
Nos hubiéramos quedado allí unas horas más, pero se nos hacía tarde. Si disponéis de días os recomendaría pasar en Koyasan dos noches, así lo podréis disfrutar con tranquilidad (eso sí, llevaros algo de comida extra jajaja).
Volvimos a hacer el mismo camino que a la ida, esta vez sin paradas fotográficas, hasta llegar al alojamiento para recoger nuestras mochilas y comenzar la ruta de buses y trenes hasta nuestro último destino del viaje.
Terminábamos el viaje donde lo habíamos empezado: en Tokio, llegando en su famoso shinkansen.
El hotel en el que pasaríamos nuestras dos últimas noches en Tokio, aunque estaba en la misma zona que el primero (Asakusa), no era el mismo.
Tenía reservado algo especial y es que desde nuestra habitación en el hotel Gracery Asakusa teníamos estas increíbles vistas (además de ser una habitación espaciosa, impecable y un baño nuevo enorme).
Estábamos agotados del madrugón (llevábamos dos días seguidos levantándonos muy temprano) y de tanto viaje, por lo que bajamos a un 7-Eleven a comprar algo para cenar (y el desayuno del día siguiente) y nos lo comimos admirando las preciosas vistas que teníamos desde la habitación.
DÍA 13
Dos últimos días en Tokio y mil cosas por hacer. ¿No os pasa que cuando planeáis las cosas en casa os da tiempo a hacer todo y luego sobre el terreno os quedáis en la mitad? jajaja. Pues eso me pasó a mí con Japón y es la excusa perfecta para volver, porque a Japón volveremos seguro.
Desayunamos en la habitación y fuimos directos a la primera parada del día (muy cerca de nuestro hotel y sin necesidad de coger metro): el Centro de Información turística de la cultura de Asakusa, donde subiendo a la azotea habíamos leído que se tenían buenas vistas de Sensō-ji y de la Tokyo Skytree.
La ruta de hoy la tuve que improvisar. El tiempo no nos quería regalar una puesta de sol en Odaiba (daba 100% cobertura de nubes y lluvia) por lo que mi plan de ver Sensō-ji, coger el barco Hotoluna o Himiko y ver Odaiba lo pospuse para ver si al día siguiente hacía mejor.
La alternativa fue irnos de compras hasta la hora de comer. Un viaje a Japón es una buena opción para comprar tecnología, relojes o discos japoneses a muy buen precio, por lo que nos fuimos a Shibuya donde teníamos fichadas varias tiendas como la famosa Tower Records, Housekihiroba o Discland Jaro entre otras.
Cogimos la línea G (Ginza Line) hasta la estación de Shibuya y en 40 minutos estábamos en otra parte de la gran ciudad (como veis los desplazamientos no son ninguna broma).
Peeero no pudimos resistirnos a fotografiarnos en el famoso cruce de Shibuya de una forma «especial» aprovechando que llevábamos el trípode (no fue casualidad, lo llevamos para esto), por lo que volvimos a esta zona y nos pusimos manos a la obra.
Lo habíamos visto desde las alturas y ahora tocaba fotografiarlo a ras de suelo.
No me digáis que no mola la foto que me hizo mi chico. Es un artista y eso que no era fácil porque mucha gente se para, y eso es un horror cuando quieres conseguir este efecto. De hecho, tuvimos que repetir la foto varias veces cada uno, pero al final lo conseguimos.
De camino a otra tienda nos encontramos con otro local de Purikura, nos miramos y dijimos: ¡¡¡vaaaamos!!! jajaja.
Subimos unas escaleras y allí nos encontramos con Purikura no Mecca, otro local lleno de máquinas donde sacarnos las fotos más divertidas del mundo. Además, como ya conocíamos cómo funcionaba del primer día en Tokio nos lo pasamos pipa.
Ya os lo había comentado antes, no os perdáis esto, es una frikada muy muy divertida.
Y la zona de día (aunque de noche está genial con las luces), también merece mucho la pena. No os pongo foto a la tira de fotos purikura porque mi chico me mata, jajaja.
Era ya la hora de comer y nos apetecía muchísimo repetir la experiencia de sushi con cinta transportadora por lo que nos acercamos a Katsumidori Seibu Shibuya (en la octava planta del centro comercial Seibu Shibuya), del que habíamos leído otra frikada de las que queríamos ver: el sushi te lo trae un shinkansen jajaja.
¡Y era cierto! Un trenecito súper gracioso se paraba en nuestra mesa con los platos que íbamos pidiendo. Después le dabas al botón rojo y se iba. Muy muy curioso, nos hizo muchísima gracia.
La calidad del sushi nada tenía que ver con la del restaurante de Kioto, pero bueno, el precio era barato y hasta nos animamos a probar el sake (a mí no me gustó nada de nada).
Después de comer vimos un par de tiendas más por la zona.
Algo que me llamó muchísimo la atención fue que muchas de las tiendas estaban en pisos, es decir, como si fueras a una casa particular coges un ascensor y te plantas en un descansillo donde hay una tienda. Muy curioso.
Al anochecer tan pronto decidimos ir ya hacia la zona desde donde veríamos el encendido de las luces de Tokio desde las alturas.
Leí mucho sobre los miradores, miré miles de fotos para ver las vistas y el que finalmente me pareció más espectacular fue el mirador de la Torre Mori, en Roppongi Hills (también llamado Tokio City View).
Estábamos bastante cansados (¿quién dijo que ir de tiendas no cansa?) y optamos por coger un taxi ya que caminando eran 40 minutos y en coche 10.
Nada más bajarnos del taxi nos encontramos con unas vistas alucinantes de la Torre de Tokio, la famosa torre de telecomunicaciones blanca y roja de 315 metros de altura cuyo diseño se basó en la Torre Eiffel de París y es uno de los emoji de washap (como curiosidad).
Hasta esta torre no nos acercamos, lo que más nos gustaba era verla de lejos, en plan «icono de Tokio» pero seguro que en una segunda visita a la capital vamos hasta su base.
Rodeamos el edificio para ir en busca de una pariente española muy conocida por nosotros. Y es que «Maman», la enorme araña de bronce de estilizada silueta de la fallecida artista franco-americana Louise Bourgeois, es una de las varias esculturas permanentes que hay en el mundo y una de ellas está en Bilbao y la hemos visto muchas veces, por lo que nos hacía especial ilusión verla.
Maman significa madre en francés y se llama así en honor a la madre de la artista que era tejedora. Según explicaciones de la propia Louise «la araña teje la tela tanto para proteger a sus hijos como para cazar», de ahí el doble sentido de protección y lucha.
Con 10 metros de alto, 22 toneladas y 26 huevos en su abdomen os dejará impresionados.
Después de hacerle un book a nuestra pequeña arañita entramos en el edificio, pagamos la entrada (es la parte mala de este mirador, que es caro) y subimos hasta el primer nivel de vistas panorámicas.
Al ser todavía pronto no había cola para subir en el ascensor. Habíamos leído que era mejor esperar arriba a que llegara el momento mágico del encendido de las luces y así lo hicimos.
Por cierto, para saber precios, horarios y todo tipo de información podéis entrar en su web pinchando aquí.
Todavía no había anochecido, por lo que esperamos a cubierto, en la planta 52, a que llegara este momento (el ascensor subió a toda pastilla, tanto que hasta los oídos se me taponaron jajaja).
Las vistas, aunque detrás de un cristal, nos alucinaron.
En días despejados dicen que se llega a ver el monte Fuji, no fue nuestro caso pero aun así nos quedamos impactados.
Es una de los miradores más bonitos e icónicos en los que hemos estado y bien merece pagar el precio de la entrada. Desde luego quienes lo recomendaban estaban en lo cierto.
A lo lejos se distinguía Odaiba y la famosa bola de la Fuji TV, lugar que visitaríamos mañana.
Sentados en el suelo frente a aquellas cristaleras comentábamos lo que nos esperaría al subir al Sky Deck, estábamos impacientes y deseando que llegara el momento. Y llegó. Las luces comenzaron a encenderse y decidimos subir.
Después de dejar el trípode y las mochilas en las taquillas (de pago pero obligatorias ya que no está permitido subir nada que no sean móviles o cámaras) y pagar el extra que supone subir hasta el Sky Deck, cogimos otro ascensor, subimos unas escaleras y voilá. Allí, a 238 metros de altura con una visión de 360º y sin ninguna barrera estaba la gran ciudad de Tokio iluminada. No hay adjetivos para describir lo que veían nuestros ojos, una pasada con todas las letras. Nos dejó flipados, alucinados.
Allí arriba hacía muchísimo viento, por lo que al ir sin trípode y no poder apoyar bien la cámara, las fotos no salieron con la calidad que a nosotros nos gusta, pero nos daba igual. Aquello lo íbamos a guardar no solo en la cámara sino también en nuestras retinas y ahí estaría totalmente nítido.
Qué contentos estábamos por haber decidido subir a este mirador, fue gran acierto. ¿Merece la pena pagar un precio tan elevado por subir? SI rotundo, no os arrepentiréis.
Tocaba ir a cenar y por la zona no tenía nada fichado. ¿Dónde podíamos cenar hoy que fuera diferente? Se nos encendió la bombilla y dijimos ¡a por unos yakitoris! y que mejor lugar que Omoide Yokocho para ello. Precisamente los primeros días en Tokio habíamos estado por allí y lo dejamos como «pendiente» para la vuelta.
Cogimos la línea E (Oedo Line) desde Roppongi Sta hata Shinjuku-nishiguchi y en media hora estábamos en el famoso callejón de los yakitoris.
Habíamos leído que los turistas éramos «bienvenidos» en los locales que tenían carta en inglés por lo que echamos un vistazo y nos animamos a entrar en uno en el que la cocinera amablemente nos invitó a ver el género que tenía.
Nos sentamos en la barra (el espacio es reducidísimo por cierto, no puedes dejar el abrigo ni el bolso en ningún lado, son «micro-restaurantes») y dudamos si pedir yakitoris de riñón, de corazón o de hígado jajaja. Iba a ser que no, de pollo y de verduras, los más normalitos.
Como experiencia está muy bien, pero el precio es bastante caro y nosotros nos quedamos con hambre. Nos hubiéramos pedido otra ronda de comida exactamente igual, somos unos glotones, sí.
A menos de diez minutos andando teníamos la famosa puerta de entrada de Kabukichō, el barrio rojo de Tokio, y aunque ya habíamos estado en este barrio al inicio del viaje nos faltaba por ver este detalle tan fotografiado.
Caminamos un rato por la zona (esta vez sin lluvia) y nos fuimos al metro para regresar al hotel.
Para no perder la costumbre, parada en el 7-Eleven a coger el desayuno del día siguiente y algo para «engañar» al estómago por la escasa cena jajaja y a dormir.
Había sido un día muy chulo pese al mal tiempo y todavía faltaba poner el broche al viaje con nuestro último día en Tokio.
DÍA 14
Las buenas previsiones se habían cumplido y hoy lucía el sol. Mirad que contento estaba Doraemon (ah, que no os he dicho, me compré un peluchote el día anterior, jajaja) admirando las vistas desde la cama. Una pasada.
Desayunamos mientras sacábamos fotos desde nuestro mirador de la cama (imposible no hacerlo), nos duchamos y con las energías renovadas salimos a disfrutar de nuestro último día en Tokio y en Japón.
Sensō-ji fue nuestra primera visita del día (a escasos minutos caminando desde nuestro hotel, abierto 24 horas y con entrada gratuita), el templo budista más antiguo de la ciudad y uno de los más importantes.
El templo está dedicado a Kannon, la deidad de la compasión. Cuenta la leyenda que dos hermanos pescadores sacaron una imagen de oro de Kannon de las aguas del río Sumida en el año 628 d.C. El jefe de la aldea, Hajino Nakamoto, reconoció la santidad de la estatua y la veneró remodelando su propia casa en un pequeño templo para que los habitantes de Asakusa le pudiesen rendir culto. La historia llamó la atención de muchos peregrinos de todo Japón y poco a poco el templo fue ganando en fama e importancia. En el periodo Edo su fama aumentó y fue entonces cuando se construyó la gran mayoría de los edificios que constituyen el complejo del templo que podemos ver hoy en día (reconstruidos la gran mayoría después de la Segunda Guerra Mundial).
El inicio de la visita lo hicimos por la puerta del trueno o Kaminari-mon donde una linterna de 670 kilos cuelga del centro custodiada por dos deidades protectoras: Fujin, el dios del viento, a la derecha y Raijin, el dios del trueno, a la izquierda (os enseño una de las fotos que hice el día anterior desde el mirador para que veáis la puerta principal).
Cruzando esta primera puerta nos encontramos con la bulliciosa calle comercial Nakamise-dōri, el paraíso de las compras de recuerdos y souvenirs.
Allí había de todo: camisetas, figuras, kimonos, peluches y gente, mucha gente.
Nuestra idea era madrugar e ir muy pronto para verlo en soledad pero nos pudo el cansancio y decidimos cambiar la visita madrugadora por la nocturna.
Tenía apuntado que en las calles de los alrededores del templo había comercios tradicionales más auténticos y también nos dimos una vuelta por allí (de hecho «picamos» comprando algunos recuerdos para traer a la familia y como estábamos cerca del hotel las fuimos a dejar al terminar la visita).
Al final de Nakamise-dōri está la Hōzō-mon, otra puerta con dos fieros guardianes que según dicen se modelaron en la década de 1960 a imagen y semejanza de los luchadores de sumo Myobudani Kiyoshi (a la derecha) y Kitanoumi (a la izquierda). Además, en su parte trasera hay dos sandalias de paja (waraji) de 2.500 kg que simbolizan el poder de Buda y se cree que sus grandes dimensiones asustarán a los espíritus malignos.
En la plaza a mano izquierda hay una pagoda de cinco pisos de 53 metros de altura en la que NO se puede entrar ya que es una especie de cementerio con tablillas mortuorias de muchas familias (también guarda algunas reliquias de Buda). Es una reconstrucción pero es muy bonita.
Y como curiosidad, si os fijáis en la parte baja de los faroles veréis un dragón tallado en madera. Dicen que probablemente lo pusieran porque el nombre oficial del templo es Kinryuzan o ‘montaña del dragón dorado’.
Siguiendo el camino nos encontramos con un gran caldero donde los fieles quemaban barritas de incienso y se llevaban el humo para sí (algo que mis ojos no aguantarían) ya que dicen que el humo proporciona salud. En la siguiente foto, además, podéis ver la sandalia de paja de la que os hablaba antes.
A mano derecha está el temizu-ya o zona de ablución, con una preciosa estatua de bronce de un dragón.
Y finalmente llegamos Hondo o salón principal, el edificio más importante del templo a veces llamado también Kannon-do, ya que aquí es donde se supone que todavía se encuentra enterrada la estatua de Kannon que encontraron los dos pescadores hace 1.400 años ( de 6 cm de altura y sin estar a la vista del público).
El salón Hondo abre de 06:00 a 17:00 horas y merece mucho la pena subir las escaleras y entrar para ver el techo y las paredes.
En los alrededores se puede ver el Salón Bentendo, el Salón Yogodo o el Templo Denboin y sus jardines.
Antes de salir del complejo no pudimos resistirnos a comprar una de nuestras debilidades japonesas (y con la que desayunábamos cada día) que estaban haciendo en vivo: Melon pan japonés, un pan dulce recubierto riquísimo y caliente ya ni os cuento, ummmmm.
También son muy famosas las galletas ningyoyaki, los bollos agemanju (bollos de pasta de judías verdes fritas) o las galletas de arroz sembei, todas típicas de Asakusa, por lo que no os vayáis de la zona sin probar alguna de estas delicias.
Volvimos al hotel a dejar las bolsas con las compras (vaya dos días jajaja) y fuimos al metro para acercarnos nuevamente a Akihabara, esta vez de día.
Queríamos ir al centro comercial Yodobashi Camera Akiba, un centro comercial con unos descuentos muy interesantes en relojes e informática (hacen descuento por pagar con VISA, en nuestro caso un 4% y son TAX FREE por lo que el ahorro es muy importante).
A mí me encantó su sección de peluches y muñequitos, y volví a comprar otro Doaremon, esta vez para mí (el anterior era para mi sobrinito pequeño). Como una niña, igual.
Después de pasar un buen rato en este mega centro comercial y cargar con más compras, volvimos al metro para coger la línea JB (Chuo-Sobu Line) y acercarnos a la zona del santuario Meiji. En media hora estábamos en la zona.
Como era ya la hora de comer y yo no tenía apuntado ningún restaurante por esta zona, tiramos de tripAdvisor y encontramos un restaurante de ramen que tenía muy buena pinta (el nombre estaba solo en japonés) y donde ponían una música buenísima. Para indicaros, está al lado del Tonga Cofee 1-chome-33-1 Yoyogi. Os dejo una foto. Os lo recomiendo 100% (si os gusta el ramen, claro).
Nos sentamos en una mesa alta compartida y nos zampamos el ramen y el arroz. Estaba buenísimo.
Desde aquí pusimos rumbo al Santuario Meiji (Meiji-jingu), el santuario sintoísta más grande y más famoso de Tokio. Nos hubiera gustado que la visita fuera a las 8 o a las 14 ya que es cuando se puede presenciar la nikkusai, una ceremonia en la que se ofrecen alimentos y se reza a los dioses pero no fue posible.
En diez minutos estábamos en una de las puertas del famosísimo Parque Yoyogi, uno de los pulmones verdes de Tokio (la entrada es gratuita y está abierto las 24 horas del día).
Cuando crucé el torii de madera y entré en este parque, sentí que estaba en otro mundo. No sólo porque el torii represente la frontera entre lo terrenal y lo sagrado sino porque parecía que no estaba en Tokio. Allí el ruido desaparecía, las «manadas» de gente también y lo que teníamos delante era una inmensa arboleda (hay unos 120.000 árboles procedentes de todo Japón, os podéis imaginar la magnitud) que nos transportba de inmediato fuera de la ciudad.
A mí me encantan los lugares así, por eso disfruté tanto caminando por sus senderos mientras escuchaba a los pajaritos cantar.
Caminamos y caminamos. Nos encontramos con las características hileras de barriles de sake, ofrendas para que la industria del sake prospere y tengan abundantes ventas.
Y desde aquí no sé qué hicimos que nos perdimos, empezamos a dar vueltas y vueltas y no encontrábamos la entrada al santuario. Además empezaba a ser bastante tarde y no queríamos perdernos la puesta de sol desde Odaiba (siendo invierno anochece muy pronto) y hasta allí teníamos 45 minutos, por lo que decidimos desistir y salir del parque.
Luego viendo el mapa vimos que estábamos casi al lado, una pena, punto pendiente para la siguiente visita.
El trayecto hasta Odaiba era peculiar ya que queríamos ir de una forma muy concreta.
Yurikamome line, la línea de metro sin conductor de Tokio, no solo es especial por este motivo (el estar totalmente automatizada) sino porque también veréis una perspectiva futurista y única desde ella y esta era la forma en la que queríamos llegar a Odaiba.
Deberéis andar listos para sentaros en las primeras/últimas filas (dependiendo el trayecto) ya que están muy solicitadas, pero de verdad que merece mucho mucho la pena, es algo que no debéis perderos en Tokio. Nos encantó.
Fuimos un poco «malos» y no nos movimos de nuestros privilegiados asientos en todo el trayecto.
Fin del trayecto panorámico. Nos bajamos del monorraíl y caminamos hasta la zona de la playa, desde donde queríamos fotografiar la hora azul con el encendido de las luces de Tokio.
De camino, fotografiamos la famosa bola de la Fuji TV de forma expres. Si llegáis con más tiempo que nosotros subid, desde aquí hay unas preciosas vistas de la bahía de Tokio y de la zona de Odaiba desde 123 metros de altura (detrás del cristal, eso sí), pero por la hora que era preferimos no subir ya que no íbamos a amortizar la entrada (cuesta 550 yenes y cierra a las 18 horas, con último acceso 30 minutos antes, os dejo el enlace a su web).
La siguiente parada era la réplica de la Estatua de la Libertad desde la azotea del centro comercial Aqua City, donde la podíamos ver con el Rainbow Bridge de fondo.
Lo normal es pensar que es una réplica, a menor escala, de la estatua de la libertad de Nueva York, pero no, en realidad es una réplica de la estatua que hay en el río Sena en París.
Es muy curioso volver a ver una estatua a la que diez años atrás ponía cara en Nueva York, y al verla pensé: ¿será una señal de que debemos volver a la Gran Manzana? jajaja.
No nos paramos mucho ya que queríamos bajar a la playa, por lo que continuamos el trayecto.
La hora mágica había llegado y allí estábamos los dos, sentados admirando como el cielo cambiaba de color y las luces de Tokio brillaban. Estos son los momentos en los que el tiempo se detiene y quieres que no se te olviden nunca. Un bonito broche panorámico para nuestro viaje por Japón.
Yo no llevé trípode (cargar todo el día con él es insoportable para mi espalda) pero me apañé como pude poniendo la cámara encima de rocas, carteles etc jajaja.
El puente colgante Rainbow lucía espléndido con las luces, de hecho, se llama así por las luces rojas, azules y verdes que iluminan sus pilares al atardecer.
Tiene 798 metros de largo, 127 metros de altura y tráfico en dos pisos. Es sin duda uno de los símbolos de Tokio.
Con estas maravillosas vistas, volvimos a la terraza del centro comercial para sacar alguna foto más y despedirnos de este mirador.
In Love con Japón jajaja.
Nos dio mucha pena no haber tenido más tiempo para disfrutar de esta zona. En ella se puede pasar un día completo, viendo las vistas desde la torre Fuji, subiendo a la noria, visitando el increíble museo Miraikan o los diferentes centros comerciales. Japón necesita de varios viajes y este es solo el primero.
Ya era noche cerrada y hacía un frío que pelaba, por lo que decidimos acercarnos a cenar a uno de los muchos centros comerciales que hay en Odaiba.
Elegimos el Centro Comercial DiverCity ya que allí veríamos otra de las atracciones de la zona: la estatua de Unicorn Gundam, una impresionante estatua de 19,7 metros de alto.
Fijaros en el tamaño de las personas frente al Gundam para apreciar lo grande que es.
Por la noche lo iluminan y hay un pequeño espectáculo de luz y sonido, con música de Gundam y proyección de imágenes relacionadas.
Además, cambia de modo, por lo que es el momento perfecto para verlo (yo pensaba que se iba a mover pero no, solamente cambia el casco y echa humo).
Modo Destroy
Modo Unicorn
Al lado del Gundam hay varias tiendas donde podéis comprar merchandising o incluso una cafetería con esta temática.
Ya tocaba cenar algo. Entramos en el centro comercial y nos encontramos con multitud de restaurantes donde podías comprar la comida y comerla en las mesas comunes del espacio central, es decir, podías combinar platos.
Optamos por tempura y yakisoba y nos supo a gloria porque estaba buenísimo.
Regresamos al metro para irnos a nuestro barrio, queríamos hacer una última visita ¿os imagináis cuál es?
Efectivamente, Senso-ji pero desde otra perspectiva: con tiendas cerradas y muy poca gente, pero con una magia impresionante.
Si por la mañana era imposible sacarse una foto sin estar rodeada de cientos de personas, ahora por la noche no había ningún problema. Todo estaba en silencio, iluminado, precioso.
Final del día, final de las visitas y final del viaje por Japón.
DÍA 15
Maleta preparada, compras hechas, cámara y retina llena de miles de recuerdos y una sensación agridulce: pena por tener que dar por finalizado un viaje pero a la vez alegría por poder haberlo disfrutado y que todo saliera tan bien.
Las sensaciones que me llevo de Japón son buenas, muy buenas, un país generoso, de paisajes excepcionales y cultura envidiable, un país ejemplo de modernidad y de conservación de tradiciones, un país que te conquista desde el minuto uno y que hace que te montes en el avión con la firme promesa de regresar.
Miraba por la ventana de nuestro hotel y repetía: «no estés triste, volverás».
Como siempre, muchas gracias por leerme. Espero que nuestra aventura por Japón os haya gustado y servido para inspiraros en vuestro viaje.
Si tenéis alguna duda podéis escribir en los comentarios de esta entrada y os responderé lo antes posible (así todos los viajeros lo podrán leer).
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¡Salud viajeros!
Jorge Martín
Hola!,
He encontrado tu post buscando viajes a Japón!, y he encontrado muchos tips que me ayudarán en mi viaje!!,
Pero sobre todo felicidades por las fotos!, posiblemente sean las fotos más bonitas de un viaje que he visto!!
Conchi
¡Muchísimas gracias Jorge! No te imaginas la ilusión que me hace que te hayan gustado las fotos. La verdad es que Japón es una locura para eso, todo es fotogénico y en otoño aún más. Estoy segura de que Japón te encantará, es uno de mis destinos favoritos y estoy deseando volver. Un abrazo y si tienes alguna duda de algo que no haya explicado bien en el post me puedes preguntar por aquí o por Instagram.
Lidia
¡Qué súper completo! Hemos apuntado varias cositas para nuestro viaje en un mes y ¡seguro que iremos a más de un restaurante de los que has recomendado!
¡¡Gracias!!
Conchi
¡Muchas gracias Lidia!Espero que os gusten las recomendaciones y disfrutéis mucho del viaje. Japón engancha, ya veréis. Un abrazote.
Mónica
Que bien detallado todo! Imposible equivocarse.
La fotografía impresionante. Dan ganas de irse ahora mismo!! Gracias
Conchi
Mil millones de gracias Moni!!! Qué bien que te haya gustado 🙂