Tíbet: Un paseo por las nubes

Tíbet

Tíbet, el país más elevado y más aislado de la tierra. Una fortaleza de piedra, el techo del mundo. Epicentro del budismo tibetano y morada ancestral de sus líderes espirituales.
Adjetivos superlativos acompañan siempre a esta región, asombrosa, mística, invadida y sometida por China pero en la que todavía se puede sentir y disfrutar la esencia tibetana.
Un paraíso para los amantes de la naturaleza y como no, los viajeros que buscan experiencias únicas y diferentes a todo lo tradicional.
Viajar a Tíbet supuso un reto, complicado he de admitir, por eso quizás los recuerdos y sentimientos que tengo de este viaje son tan especiales.

La aventura comienza en 3….2….1

DATOS PRÁCTICOS

Como los preparativos del viaje a Tíbet son muy extensos, los he detallado en un post a parte para que no interrumpa a los lectores que únicamente quieran ver el diario del viaje. Os dejo el enlace al post de Preparativos Tíbet con todos los detalles para organizar este fascinante viaje.

-Ruta: La distribución del viaje la hicimos de la siguiente forma:

Y después de todas estas indicaciones, que no son pocas, empieza la mejor parte del viaje, la de disfrutar y admirar el país de las montañas, con sus gentes, sus tradiciones y sus increíbles paisajes. Un viaje que no vais a olvidar jamás.

Día 1: España-Xi’an

Llegar al aeropuerto de Madrid Barajas con nuestro visado chino pegado en el pasaporte fue el final de la odisea que os he contado con la tramitación del mismo.
Algo que me mosqueó fue que no me dejaba reservar los asientos por anticipado (ni pagando) en la web de China Eastern, lo tuve que dejar por imposible y no entendía porqué (no encontré la información en ninguna web).
La razón me la explicaron al facturar las maletas: al no ser chinos tenían que comprobar que teníamos el visado para poder asignarnos los asientos y eso lo hacían en el aeropuerto.

Me imaginaba que el avión iría a tope y que posiblemente nos tocara separados (ya me había hecho a la idea) pero yo creo que a la azafata le dimos tanta pena cuando le contamos lo que nos había pasado que nos puso juntos ¡que alivio! porque éramos de los pocos occidentales que íbamos en el avión. Además cual fue nuestra sorpresa cuando al llegar a los asientos vemos que son ¡los de la salida de emergencia! ¡que lujo! ¡que de espacio! Ni nos lo creíamos.

Llegamos a Xi’an después de un vuelo largo pero bastante cómodo y la alegría que llevábamos poco tardó en desaparecer. Primer problema: se suponía que nos iban a buscar al aeropuerto (el vuelo llegó en hora) y allí no había nadie. Esperamos, esperamos y desesperamos porque no aparecía nadie con nuestro nombre. Pensamos en llamar al hotel, pero la llamada nos iba a costar un riñón, por lo que decidimos coger un taxi.

El hotel que elegimos para pasar la noche en Xi’an fue el Pusu Jade Boutique Hotel.
Un hostel muy bien ubicado, al lado de la muralla y a quince minutos andando de la Torre de la Campana, muy bien decorado (algo difícil en China) y con buenas opiniones.

Os dejo unas fotos de la habitación a la vuelta de Tíbet, ya que reservamos el mismo hotel a la ida y a la vuelta. Así lo podéis ver de día.
Si os fijáis por la ventana se ve la muralla, la teníamos justo enfrente.

Xi'an

El baño super moderno, es un gustazo estar en habitaciones así.

Xi'an

Llegamos a la recepción y en la línea de China: ni papa de inglés, ni una disculpa por dejarnos tirados en el aeropuerto (o no nos entendían o ni sabían que debían ir a buscarnos) y el problemón del siglo: debían entregarnos un sobre que les había enviado la agencia por correo unos días antes con los permisos para entrar en Tíbet y no sabían de lo que les estábamos hablando ¿comooooo?

Mi corazón se empezó a acelerar, mi mente también, tuvimos que parar unos segundos para respirar y no montarle allí la bronca del siglo. Sin los permisos no podíamos montarnos en el tren, tren ya pagado, que salía a las siete y media de la mañana y ya de noche…Sin montarnos en el tren no podíamos llegar a Tíbet ¿Cómo os quedáis?

Les dijimos que por favor buscaran bien, preguntaran a sus compañeros de recepción (incluso pusimos el traductor de chino por si en inglés no se estaban enterando de nada) y nosotros subimos a la habitación para hablar con Murphy, el chico de Windhorse (la agencia con la que contratamos el tour) y ver que había pasado y que opciones teníamos (valoramos perder un día e ir en avión, nos pusimos a mirar precios y horarios, si había disponibilidad, cualquier opción con tal de no perder el viaje).

Solo tengo buenas palabras para Murphy, siendo tan tarde (porque llegamos al hotel de noche) removió cielo y tierra para contactar con las personas del hotel que habían recibido el sobre y finalmente a las 2 de la madrugada recibimos nuestros permisos.

Yo no sabía si llorar o reír, fueron unas horas horribles que se sumaban a lo que habíamos pasado con el visado. Me volví a repetir en ese momento: yo jamás vuelvo a China, aunque eso mismo dije la anterior vez y en año y medio había vuelto jajaja. Para que veías la tensión, recibimos los permisos a las 2 a.m y salíamos del hotel a las 6 a.m para ir a la estación a coger el primer tren.

Dormimos las pocas horas que nos quedaban, teníamos muchas horas de tren por delante y la cama no sería tan cómoda como la del hotel (que era comodísima por cierto).

Día 2: Xi’an-Xining

Sonó el despertador y aunque parecía que nos habíamos acostado hacía cinco minutos no pudimos remolonear.
Nos dimos una ducha que nos recargó las pilas y bajamos a la recepción cruzando los dedos para que estuviera el transporte del hotel que nos llevaría a la estación North de Xi’an.
En esta ocasión no hubo incidencias, el coche estaba listo, al ser tan pronto no había apenas tráfico y llegamos antes de la hora prevista a la estación a recoger nuestros billetes.
Como os comentaba en el apartado del tren, lo que os va a mandar la agencia es una reserva. Los billetes los debéis recoger en las ventanillas que hay en la estación, donde enseñareis tanto la reserva como los pasaportes. Después ya con los billetes en la mano hay que pasar por el control de seguridad (maletas incluidas).

Xi'an

Empezaba nuestra aventura, ahora si que si, y no sabía si creérmelo o esperar algún otro contratiempo con el que volver a llorar, porque lo que pude llorar con los preparativos de este viaje.

Xi'an

El primer viaje en tren transcurrió sin incidencias. Fuimos cómodos, charlando y casi sin darnos cuenta ya habían pasado las cinco horas de trayecto hasta Xining, nuestra puerta de entrada al reino de las nubes.

Por fin todo iba sobre ruedas, estábamos en la estación y además teníamos tiempo para comprar provisiones para el tren (en la estación de Xining hay tiendas, no os preocupéis, es bastante moderna) como botellas de agua para paliar el temido mal de altura, café para desayunar al día siguiente, bollos, botes de noodles instantáneos, snacks y chocolates. En el tren sabíamos que había un vagón comedor pero también habíamos leído las dificultades a la hora de pedir y la falta de colaboración, por lo que no nos apetecía llevarnos un mal rato innecesario.

La escala de hora y media se me hizo más larga, yo creo que por las ganas que tenía de montarme en el tren. Quien me iba a decir que con lo mal que lo pasé año y medio atrás en el tren hacia Pingyao estaría deseando montarme en otro tren litera chino. Curiosidades de la vida.

Xi'an

Nos subimos al tren, buscamos nuestro compartimento y nos instalamos. En las puertas de primera clase aparece en grande el número del vagón y seguidos los números de las literas. Os dejo una foto para que veías como lo ponen.

Tren nubes

Las maletas las apañamos como pudimos debajo de la litera (por eso os he comentado que no pueden ser muy grandes, si no os tocará dormir abrazados a vuestra maleta jajaja), apartamos los nórdicos que allí había y colocamos los sacos de dormir y la comida para tenerla a mano.

Tren nubes

Litera blanda ¡ja! me rio yo. Eso era más duro que una piedra, en la tónica china. Que se llame tren de las nubes no quiere decir que durmáis como si estuvierais en ellas jajaja. Pero nada que no se pueda aguantar por una noche.

Al principio íbamos solos y pensamos: mira que bien, vamos a tener el compartimento en plan romántico para nosotros dos, pero no, en la siguiente parada se subió una pareja china que nos acompañó hasta Lhasa. La verdad es que fueron super educados y super majos con nosotros, hablábamos con ellos con el traductor e incluso nos dieron a probar comida que llevaban.

En el compartimento teníamos un enchufe debajo de la mesita que nos turnábamos entre los cuatro para cargar los móviles y una tetera eléctrica que sirve por si compráis noodles de bote o queréis haceros un café o un té. No hay mucho espacio, sobretodo si se quiere estar juntos en la litera de abajo charlando, pero es lo que hay.

Fuera del compartimento, en el pasillo, había más enchufes y asientos individuales. También había una máquina de agua y algo que nos llamó mucho la atención: una máquina de oxígeno.

Tren nubes

Dicen que el tren va presurizado, como si fuera un avión, pero entre ventanillas abiertas, paradas con las puertas abiertas etc dudo mucho que así sea. Pero bueno, cuando se cierra todo supongo que algo hará la maquinita.

Tren nubes

En los compartimentos de primera clase teníamos un surtidor de oxígeno en cada cama por si nos encontráramos mal. En ese caso, leímos que había que llamar al revisor y el te daba un tubo para conectarlo con la salida de oxígeno. Por suerte no nos hizo falta.

Los baños del tren estaban bastante bien, cosa que cambió con el paso de las horas ya que en ningún momento los limpiaron (y eso que era primera clase). Es vital ir fuera de horas punta e intentar no hacer uso de ellos al final del trayecto porque lo que te encontraras allí no te va a gustar jajaja.

Tren nubes

La tarde la pasamos repasando lo que haríamos los próximos días, leyendo, mirando por la ventana los diferentes paisajes que íbamos encontrándonos, tomándonos un café a media tarde con un bollo que parecía que iba a explotar (notábamos ya la altura) y dando paseos pasillo arriba pasillo abajo.

Tren nubes
Tren nubes

También tuvimos que rellenar una documentación que nos entregó la revisora con nuestro estado de salud, enseñarle los billetes y permisos y luego devolverle la hoja cumplimentada (llevad bolígrafo).

Y las horas fueron pasando en mi querido tren de las nubes, donde cada poco nos levantábamos para ver los áridos paisajes que nos acompañaban y que no queríamos perdernos.

Tren nubes
Tren nubes

Llegó el momento de cenar y sacamos nuestras provisiones: salchichón con pan de pita, algo un poco raro pero es que no encontramos por ningún lado pan normal y era lo más apañado para llevar en la maleta. Y he de deciros que nos supo a gloria bendita.
Un par de paseos más por los pasillos y al saco, que queríamos despertar temprano para poder ver los que decían que eran los paisajes más alucinantes del viaje, cuando faltaran unas horas para llegar a Lhasa.

Tren nubes

Yo he de confesaros que me desperté un montón de veces y no por los ronquidos de los compañeros chinos jajaja (fueron súper silenciosos). Algunas veces simplemente movía la cortina para poder ver las estrellas. Brillaban de una forma increíble y con el traqueteo del tren me quedaba abobada mirando al cielo.
Otra (solo me pasó una vez) me empecé a agobiar porque noté que no podía respirar bien. La cabeza, que es muy traicionera, empezó a pensar que si no había oxígeno y estábamos los cuatro en ese compartimento tan pequeño con la puerta cerrada igual nos podíamos morir durmiendo y no enterarnos de que algo iba mal. Parece una locura, si, ahora lo recuerdo y pienso que se me fue un poco la pinza, pero lo cierto es que en ese momento me agobié tanto que tuve que salir del compartimento y darme unos paseos por el pasillo hasta que se me quitó el agobio, razoné y volví a la cama.

La noche fue pasando y el tren de las nubes se iba acercando poco a poco a nuestro objetivo. Tíbet estaba cada vez más cerca.

Día 3: Tren de las nubes-Lhasa

Hoy no nos hizo falta despertador. El ajetreo de la gente y los primeros rayos de sol que entraban por la ventana nos despertaron. Y que despertar más alucinante.

Tren nubes

Fue mover la cortina, ver el cristal helado y unos paisajes que se acercaban ya a lo que esperábamos ver ¡estaba todo nevado! ¡Qué bonito!

Tren nubes
Tren nubes
Tren nubes

Y nuestros primeros yaks ¡Que ilusión me hizo verlos! Estaba como loca y eso que solo los podía ver fugazmente desde el tren. Entre los reflejos del cristal y la velocidad no se aprecian como me gustaría, pero esas manchitas negras son yaks. Además así podéis ver los paisajes que hay cuando el tren se va acercando a Lhasa. Bonitos ¿verdad? (es el tramo más chulo)

Tren nubes
Tren nubes

Después de sacar una buena tanda de fotografías nuestros estómagos reclamaban, por lo que sacamos los cafés, el bollo y las naranjas que habíamos comprado el día anterior en la estación de Xining y nos pusimos al lío.

Creo que jamás olvidaré la sensación de ver las estrellas desde la cama del tren ni este despertar que os he descrito. No era el sitio más cómodo, ni tenía nada objetivamente especial, pero yo me sentí la persona más afortunada del mundo por poder estar allí y por lo que intuía que venía después. Esos momentos son los que dan vida a un viaje, los que hacen que tenga un carácter especial y los que se recuerdan con una sonrisa en la cara. Momentos que valen oro y que incluso al escribirlos me emocionan. Eso para mí es viajar y espero nunca perder esa ilusión y esos sentimientos mientras hago lo que más me gusta y me llena en mi vida.

Y puntuales llegamos a Lhasa. Nos despedimos de nuestros compañeros de compartimento y salimos de la estación en busca de nuestro guía.

Ya habíamos llegado, por fin estábamos allí. Presentamos los pasaportes y los permisos para poder salir de la estación y ¡listos! Pisábamos Lhasa por primera vez en nuestras vidas y estábamos ansiosos por descubrir cada rincón y ver cómo reaccionaba nuestro cuerpo estando a 3.650 metros sobre el nivel del mar porque hasta ahora, salvo mi paranoia nocturna, todo había ido sobre ruedas.

Pero nuevamente otro problema: no había nadie con nuestros nombres en un cartel. Segundo plantón de viaje.
Esperamos y esperamos y como no aparecía el guía decidimos llamar a Murphy y ver que pasaba. Como ocurrió con los permisos, solucionó el tema y en media hora llegaron a buscarnos. Habían tenido un problema con el coche y por eso no habían llegado a tiempo (o eso nos dijeron).

Tras las presentaciones, nuestro guía Tenzin nos puso un Khatag tibetano (palabra tibetana que significa seda) de color blanco en el cuello para darnos la bienvenida. En la cultura tibetana el color blanco simboliza la pureza, los buenos augurios, la sinceridad, la bondad, la justicia y la prosperidad, y entregado como regalo simboliza el corazón puro del que lo da.
Este pañuelo se lo vimos puesto a los lugareños durante todo nuestro viaje por lo que lo guardamos con cariño.

Tanto el guía como el conductor eran tibetanos, cosa que nos encantó para poder conocer de primera mano la cultura local y poder preguntarles todo de todo. El conductor no hablaba ni papa de inglés pero la sonrisa es un idioma universal y él la tenía, por lo que estábamos muy contentos. Íbamos a pasar muchas horas con ellos y parecían muy buena gente.

Con todo en orden llegamos al primer hotel del viaje: Yak Hotel, donde pasaríamos varias noches tanto a nuestra llegada como antes de irnos de Tíbet.

Lhasa

Tenzing nos hizo el check in y nos dio algunas ideas de restaurantes y lugares que podíamos recorrer sin guía al día siguiente, que habíamos decidido tomarlo como aclimatación.

Subir a la habitación no fue tarea fácil. Estaba en un primer piso sin ascensor y lo que en condiciones normales habría sido pan comido a 3.650 metros costaba bastante mas y el peso de la maleta no ayudaba.

Lhasa
Lhasa

La habitación estaba decorada al estilo tibetano, muy curiosa con las pinturas de la pared y el techo de colores. Nos hacía sentir que estábamos en Tíbet y eso es acierto seguro.

Lhasa

Decidimos descansar un poco en la habitación y ya con las energías renovadas salimos a explorar la zona y buscar un lugar donde cenar.

Lhasa

Todavía recuerdo mi expresión de locura cuando vi una de las calles principales de Lhasa con un fondo que parecía sacado de un decorado: unas montañas gigantes y nevadas rodeaban la ciudad en la hora azul. Precioso e impactante son dos palabras que lo describen muy bien. No llevábamos los trípodes pero no me pude resistir a fotografiar esta imagen que ahora al verla todavía tiene la capacidad de transportarme a ese momento.

Lhasa

Los edificios, sus ventanas, sus tiendas, sus farolas, todo me llamaba la atención.

Lhasa
Lhasa
Lhasa

El restaurante que elegimos para cenar fue uno de los que nos recomendó Tenzing: Lasa Kitchen y fue todo un acierto.

Lhasa

Con un poco de miedo y expectación, como suele pasar cuando te enfrentas a algo que no conoces, nos sentamos y nos entregaron una carta en inglés (todo baratísimo).

Lhasa

Probar los momos era algo que llevaba apuntado como imprescindible, por lo que estos no podía faltar. Decidimos acompañarlos con unos noodles con verduras y ternera que estaban de rechupete. Y para beber agua, no queríamos arriesgarnos con la cerveza el primer día.

Lhasa

Con el estómago lleno y súper contentos por lo bien que nos había sentado la cena volvimos al hotel. Nos pegamos una ducha y nos fuimos a la cama.

Lhasa

Era el comienzo de nuestro viaje a Tíbet y nos esperaban grandes momentos.

Día 4: Lhasa por libre

Hoy no teníamos ninguna visita programada. Este día lo íbamos a dedicar a completar la aclimatación a la altura y por tanto, íbamos a estar solos para recorrer Lhasa a nuestro ritmo, sabiendo que no podríamos visitar ningún interior al ir sin guía y sin permisos.

No madrugamos, apuramos al máximo la hora límite del desayuno, desayuno que por cierto nos sorprendió ya que te cocinaban al momento huevos o tortilla.

Y ¿Qué creéis que fue lo primero que fuimos a ver en Lhasa? Pues si, habéis acertado: el Palacio de Potala.

Un palacio que en nada se parece a los que conocemos en occidente. No tiene torres, ni foso, ni puente levadizo pero la grandiosidad que desprende hace que te quedes con la boca abierta nada más verlo.

Sobre el monte rojo se levanta el símbolo indiscutible de Tíbet, muy cerca del cielo, y es que el Palacio es el edificio antiguo más elevado de todo el Tíbet y el situado a mayor altitud de todo el planeta.
Estar frente al lugar en el que guardan las mayores reliquias del budismo tibetano emociona y como os podéis imaginar fue un sueño cumplido.

Tíbet
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El Potala o templo de Lhasa es la máxima expresión de la arquitectura tibetana. Fue la residencia de los Dalái Lama desde que Lozang Gyatso lo fundó en el s.XVII (1648)en Lhasa, la capital del  Tíbet.
En 1959, tras una revuelta popular contra China el decimocuarto Dalái Lama tuvo que exiliarse a Dharamsala en la India y en 1980 lo reabrieron como si de un «museo» se tratara porque ya perdió su función principal.

Sus colores y su silueta inconfundible la fotografiamos desde todos los ángulos posibles.
Uno de los más conocidos es desde la enorme plaza que está justo delante de la fachada principal (Potala Square) donde por cierto, está prohibido sentarse y hay control de mochilas y bolsos a la entrada(nos recordó a la plaza de Tiananmén en Pekín)

Tíbet

El palacio de Potala se sitúa sobre la montaña llamada Hongshan, a una altura de 3650 metros sobre el nivel del mar. Tiene una superficie edificada de 130.000 metros cuadrados  y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.

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El zoom de la cámara hizo que pudiéramos ver de cerca las cientos de ventanas que tiene y que corresponden a las estancias que veríamos al día siguiente con nuestro guía. Potala no es un palacio convencional, es un lugar para orar y por ello tiene muchísimas más salas para orar que para cualquier otro uso.

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La imagen con la que soñaba durante meses por fin estaba delante de mi y esto solo era el principio.

Como curiosidad y para los cinéfilos os cuento que El Palacio de Potala es el escenario que inspiró a Martín Scorsese para su película Kundun y cuyos escenarios pudimos ver en nuestra ruta por Marruecos: Las mil y una noches. Su trama recrea la vida de un niño de dos años reconocido como la decimocuarta reencarnación del Dalái Lama que es llevado al palacio de para ser preparado como nuevo líder político y espiritual.

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Tuvimos la suerte de coincidir en la plaza con una sesión de fotos de dos novios tibetanos. Al igual que nos pasó en Japón aprovechamos la ocasión para admirar sus vestidos tradicionales (llamados «bhaku») y el vistoso tocado que lucía en la cabeza la novia.

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Las mujeres tibetanas tradicionales llevan un peinado con diminutas trencitas anudadas en la espalda. Algunas llevan el pelo untado con mantequilla de yak, y trenzado en 108 tiras finas y largas ya que el 108 es un número sagrado para los budistas.

Otro de los elementos que más veríamos durante nuestro viaje por Tíbet fueron los molinillos de oración y estos novios lucían uno especial para la ocasión.

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Después de esta sesión de fotos tan peculiar continuamos con nuestro recorrido por la plaza y nos acercamos a otro lugar muy especial.

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El mirador predilecto de Potala se encuentra en la base de la Colina Chakpori, o Colina de la Medicina Rey, desde donde antes se podía obtener una de las mejores perspectivas de Potala y de la ciudad y donde ahora hay unas antenas.
Nosotros no no nos atrevimos a explorarlo por nuestra cuenta ya que leímos en algunos blogs que los chinos habían cortado el paso tanto a turistas como a locales. Una pena porque las fotografías desde allí eran alucinantes.

En su lugar nos acercamos a otro de los miradores más famosos, el que se encuentra en Yaowang Mountain y al que yo llamo «El mirador de las tres estupas blancas» (es gratuito pero no está abierto siempre ya que tiene una verja). Desde allí se puede hacer una composición fotográfica preciosa con éstas y el palacio de Potala de lado.

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En este mirador lo importante es llegar temprano para poder disfrutar de estas espectaculares vistas con tranquilidad. A mí me dejaron sin palabras estas imágenes ¿Qué os parecen?

Tíbet
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Fotos y más fotos, el tiempo se pasa volando cuando tienes delante de ti algo que te emociona.

Las tres estupas que acompañan en la foto al palacio me fascinaron.
Detrás de cada una hay un intrincado proceso de construcción y un profundo simbolismo.
En Tíbet recibieron el nombre de chörten “sostenedor de lo venerable” y adquirieron, entre otros elementos, una base escalonada sobre la que alzaron la estructura original.

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Su simbolismo es terreno comprometido porque hay numerosas interpretaciones.
Podréis leer que representan la mente iluminada donde el cuerpo y la palabra iluminados se simbolizan con una estatua o pintura del Buda y con un texto de sus enseñanzas. También dicen que la estupa representa la purificación de los cinco elementos (tierra, agua, fuego, aire y espacio) o que además de la mente del Buda, también representa su cuerpo.

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El mirador cada vez estaba más concurrido y la tranquilidad que teníamos al llegar se empezó a perder. Era hora de irnos, había que seguir descubriendo Lhasa.

Retrocedimos unos pasos para ver (desde fuera, recordad que no se puede entrar en ningún lugar sin guía ni permisos) Palha Lu-puk, un templo cueva del que dicen que fue el retiro meditacional del s. VII del rey Song-Tsen Gampo.

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El principal atractivo de la cueva son sus tallas de roca de relieve, algunas de las cuales tienen más de mil años, lo que las convierte en las imágenes religiosas más antiguas de Lhasa. Nos tuvimos que conformar con las tallas que encontramos de camino al templo.

Después de esta breve visita tocaba ver otra de las cosas que más nos llamaría la atención de todo el viaje por Tíbet: la Kora, en este caso la de Potala y la hicimos siguiendo la ruta tradicional (en sentido de las agujas del reloj, comenzando justo enfrente del mirador, cruzando la calle).

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Lo primero que me llamó la atención fue ver tiendas de lo que yo pensaba que eran quesos y resultaron ser bloques de manteca de yak. Lo mío no tiene remedio, lo se. Además me costó darme cuenta jajaja porque yo decía: cuantos puestos de queso y que cortes más raros, hasta que nos acercamos y no, no olía a queso ni parecía queso pero en mi defensa he de decir que su textura es muy similar.

Además del uso alimentario ( El té con manteca de yak es un alimento básico diario) la manteca de yak se utiliza como combustible de lámparas (que veríamos en todos los templos de nuestra ruta por Tíbet).

Después de esta pequeña anécdota comenzamos a ver lo que era una kora y lo que más me fascina de los viajes: sorprenderme con algo totalmente desconocido para mí y que me llame tanto la atención.

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Una kora es a la vez un tipo de peregrinación y un tipo de práctica meditativa en las tradiciones budistas o tibetanas que se realiza alrededor de un sitio u objeto sagrado como parte de una peregrinación, ceremonia, celebración o ritual.
La Kora de Potala la realizan los fieles rodeando el palacio en el sentido de las agujas del reloj y en ella se pueden ver y fotografiar (siempre con respeto) imágenes muy auténticas y únicas.

En la Kora de Potala podréis ver las famosas ruedas de plegaria, que son ruedas cilíndricas montadas sobre un eje construidas en metal (como es este caso), madera, piedra o cuero y donde se encuentra escrito el mantra om mani padme hum (en tibetano: ༀམཎིཔདྨེཧཱུྃ།) en sánscrito. También a veces posee dibujos de dakinis (diosas) protectoras y muy a menudo los ocho símbolos auspiciosos o Ashata mangala.

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Según la tradición budista tibetana, el hacer girar dicha rueda tiene el mismo efecto meritorio que recitar las plegarias. Si además llevan rodillo de oración las plegarias se recitan doblemente.

Este recorrido que en teoría es de media hora nosotros lo alargamos a más del doble ya que cada poco nos íbamos parando a sacar fotos.

Uno de los puntos que no os debéis perder son los tres grandes chörtens donde también circunvalan los fieles.

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Rodeándolos se ve su parte trasera y el Palacio de Potala de fondo.

Tíbet

Hicimos esta kora y continuamos fotografiando a los protagonistas de ella, los peregrinos y fieles que tanto nos llamaban la atención por sus ropas y sus rostros.

Tíbet
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Volvimos a incorporarnos a la Kora de Potala hasta llegar a otro templo a los pies del palacio y de un color ocre intenso.

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Nos acercamos y entramos, nadie nos dijo nada, también es verdad que no estuvimos ni dos minutos para no interrumpir a los fieles.

Nuevamente imágenes auténticas y una nueva sesión de fotos, esta vez sin novio tibetano.

Tíbet
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Después de esta sesión de fotos continuamos nuestro camino viendo otra perspectiva del Palacio de Potala de lado y dimos por finalizadas las visitas de la mañana.

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Volvimos caminando hasta la zona de nuestro hotel, viendo la ciudad, sus tiendas y su ambiente y nos decidimos por un restaurante que llevaba apuntado como recomendado y que resultó ser un fiasco. No nos gustó nada de nada, de hecho pedimos unos momos y tallarines, no nos terminamos ninguno de los dos platos (dejamos casi todo) y nos fuimos. Los momos estaban muy grasientos, los tallarines tenían un sabor rarísimo y olían muy fuerte. Nuestra experiencia en el restaurante Tashi fue nefasta por lo que no lo puedo recomendar.

Mi marido empezó a tener dolor de cabeza y decidimos ir a descansar al hotel. Con el mal de altura no hay que arriesgarse y más vale parar un par de horas que forzar y acabar pagándolo. Yo la verdad es que estaba muy bien, lo único que noté fue que los esfuerzos (como subir las escaleras) me costaban pero no tuve ni dolor de cabeza ni malestar.

Después de este break seguimos con las visitas poniendo rumbo a la zona de Barkhor, corazón de la ciudad de Lhasa y lugar donde se puede sentir la esencia y espiritualidad tibetana.
Allí se encuentra el Monasterio de Jokhang, el más importante de los templos budistas de Lhasa y el principal centro sagrado del Tíbet.
Como os comenté anteriormente, sin guía no se puede acceder a los templos o monasterios, por lo que nos limitaríamos a admirarlo por fuera y a ver y hacer la famosa kora que lo rodea, algo a lo que le teníamos muchas ganas.

Para entrar en la plaza o por cualquiera de sus entradas laterales se debe pasar un control, donde te miran las mochilas o bolsas, pasas por un arco detector de metales y te piden el pasaporte (al igual que ocurre en la plaza de Potala). Ya íbamos advertidos de la presencia policial en toda la zona (en las calles y azoteas) pero la verdad es que a nosotros no nos molestó.

Una vez pasado el control veréis a cientos de peregrinos caminando mientras giran sus molinillos de oración, momento en el que te sientes un poco «intruso» sin saber muy bien hacia donde tirar.

Tíbet
Tíbet

Después de estos minutos de «situación» comenzamos a andar al lado de los peregrinos, siguiendo su mismo circuito de circunvalación al templo más importante de la ciudad mientras nos quedábamos asombrados con lo que empezábamos a ver.

Estos 800 metros que recorrimos en el sentido de las agujas del reloj fueron únicos. No paramos de sacar fotos, de maravillarnos con el colorido de la calle, de sus banderas, de las fachadas de sus edificios, de sus postes simulando molinillos o ruedas de oración, de sus tiendas y como no, de sus gentes.

En varios de los puntos del recorrido hay grandes incensarios (uno en cada punto cardinal) donde los peregrinos queman incienso a medida que van pasando.

Si todo esto no fuera poco, el llegar a Plaza Barkhor, donde se encuentra la entrada del Templo Jokhang, y ver la devoción con la que los peregrinos allí rezaban fue impresionante.

Nos acercamos a la puerta del monasterio y fotografiamos con el mayor respeto del mundo algo que jamás habíamos visto. No teníamos palabras para esas escenas.

Sacamos unas cuantas fotos y después bajamos la cámara. Son esos momentos que tanto nos gustan de admiración hacia algo que nos impacta y donde no hay cámara ni vídeo que pueda captar la magia y la esencia del lugar. Momentos únicos que solo se pueden vivir y sentir estando allí.

Decidimos volver a hacer la kora, esta vez sin apenas sacar la cámara y fijándonos en cada detalle y en las tiendas que allí había.
Yo tenía claro que quería llevarme a casa algún recuerdo típico tibetano y no de las tiendas que ahora están a mano de los chinos, sino una tienda de las de «verdad» por lo que fuimos cogiendo ideas para a nuestro regreso a Lhasa tener fichada una tienda que nos gustara.

Esta vez nos metimos por callejuelas que se salían de la kora y por momentos no sabíamos dónde estábamos, pero no importaba, porque estábamos disfrutando muchísimo. Aquí Google Maps no sirve de mucho y además es mejor así, no miréis el mapa e ir investigando.

Terminamos nuestro recorrido saliendo por el control de la Plaza Barkhor y fotografiando el monasterio por última vez en el día (volveríamos al día siguiente con nuestro guía para verlo por dentro). Por cierto, aquí veréis bastante policía (en la plaza y en las azoteas) ya que fue un punto de disturbios tanto en 1998 como en 2008.

Ahora os voy a enseñar una foto ¿Adivináis que es?

Siiii, cogimos un rickshaw (o tuc tuc como yo los llamo). Como me gusta a mi montarme en estos carros, sea el país que sea si hay uno allá que voy.
Y es que queríamos ir a ver la parte de atrás de Potala pero estábamos muy cansados como para ir caminando nuevamente.

En esta zona estuvimos por la mañana pero no llegamos a ver el palacio detrás del lago ni el templo que hay en medio del lago: Lukhang Temple.

Las vistas como veis son una preciosidad, además coincidimos con la floración de los almendros y eso lo hizo aún más especial. Nos quedamos tan impresionados con el lugar que ni fuimos al templo, nuestra cámara solo tenía ojos para el palacio y las flores.

Estuvimos allí muchísimo tiempo sacando fotos, la estampa nos cautivó y cada árbol en flor era un ángulo diferente para fotografiar el Palacio de Potala. Cada cual más bonita.

También nos sentamos a disfrutar de las vistas y descansar, no os voy a mentir, que el jardín es bastante grande y caminamos bastante desde donde nos dejó el tuc tuc y como os voy repitiendo, no se puede forzar para no estropear el viaje con el mal de altura.

El reflejo de Potala no lo logramos ver porque había viento y el agua del lago estaba revuelta pero si tenéis suerte la imagen es especular. Nosotros no lo conseguimos, pero no nos quejamos porque los almendros en flor le dieron un toque precioso. Allí nos dijimos: ¿Japón en el hanami? Si, hay que prepararlo jejeje.

Y con esta estampa volvimos a la zona de la kora de Potala entrando por el acceso de los tres grandes chörtens que habíamos visto por la mañana.

Otra luz, sin apenas fieles pero con el mismo encanto.

Y continuamos caminando y alucinando con los fieles que hacían la kora postrándose en el suelo de forma continuada.

No os he hablado de esto pero tanto en la Kora de Potala como en la Kora de Barkhor vimos a personas que no iban caminando y haciendo girar las ruedas de oración o sus molinillos sino que hacían un sacrificio mucho mayor postrándose de forma continuada en el suelo.

Como podéis ver en las fotos, protegen sus rodillas y sus manos ya que se tumban totalmente en el suelo. Impacta mucho verlo.

Dimos por finalizadas las visitas de nuestro día de adaptación por libre en Lhasa, súper contentos por todo lo que habíamos visto y con muchas ganas de empezar el recorrido con nuestro guía al día siguiente.

La cena fue una hamburguesa con patatas en Dico, una cadena de comida rápida que habíamos fichado frente al punto de control de la plaza de Barkhor (para matar el hambre porque no estaba nada buena) y a la cama.

Día 5: Tour Palacio Potala, Monasterio Jokhang y Potala de noche

Hoy comenzaba oficialmente nuestro tour por Tíbet (pese a que el día de ayer fue impresionante) y Tenzin nos esperaba puntualmente en el vestíbulo del hotel para realizar una de las visitas que más expectación nos causaba: el interior del Palacio de Potala.

Esta visita (al igual que el resto que haríamos) no se puede hacer por libre, tiene que ser por agencia y con permisos, por lo que no os puedo dar datos de donde comprar los tickets ya que de todo se encargó la agencia.
Nosotros teníamos la hora reservada (tiene aforo diario limitado) pero tuvimos que llegar con margen a la plaza para pasar los controles de seguridad (que a falta de un o hay dos, por lo que hay que hacer doble cola).
No podéis introducir líquidos ni encendedores y si necesitáis agua porque el mal de altura está «atacando» aprovechad los puestos que hay en el palacio. ¡Ah! no olvidéis llevar vuestros pasaportes.

Os dejo el enlace a web del palacio por si tenéis curiosidad, pero no funciona muy bien y está en tibetano (sirve de poca ayuda).

Dentro del palacio está prohibido hacer fotografías y lo controlan con cámaras y sensores, por eso solo os puedo mostrar las zonas abiertas, cosa que puede dar pena pero que en parte hace que se guarde el misterio y aumente la expectación por esta visita.
Si estáis pensando en hacer algo estilo «sacar fotos sin que se enteren» a parte de estar infringiendo las normas, yo con la policía china no me la jugaría. Cada uno que haga lo que quiera pero creo que es una cuestión de educación y de respeto.

Estamos acostumbrados a ver todo por anticipado, saber exactamente lo que nos vamos a encontrar y en el Palacio de Potala no es así.
Quizás por esto me alucinó tantísimo, había escenas con monjes leyendo en vidrieras con una luz perfecta en las que me moría por sacar la cámara pero en cambio solo mi retina guardó esas imágenes y se han quedado para siempre en mi recuerdo. Si queréis comprobar de lo que os estoy hablando deberéis ir a Tíbet jejeje.

El Palacio de Potala tiene 410.000 metros cuadrados, de los cuales unos 130.000 están edificados, y tiene 13 pisos de altura en su cuerpo principal, unas dimensiones que impresionan y viéndolo de cerca más aún.

Su estructura original se levantó en piedra y madera y en su pared exterior se introdujo hierro fundido para que fuera más resistente a los terremotos. Gracias a esto podemos admirarlo en la actualidad.

Para llegar al primer punto de la visita tuvimos que subir una buena tanda de escalones que, aunque nos costaron, los llevamos mejor de lo que imaginamos.

Habíamos llegado al patio del Palacio Blanco o Potrang Karpo, residencia de las diferentes generaciones de Dalái Lama. Aquí paramos un momento a coger aire, sacar una fotos y admirar la plaza en la que el día anterior habíamos estado, pero esta vez desde las alturas.

Por no hablar de las imponentes montañas que rodean Lhasa, montañas que tanto me impactaron cuando llegué a la Plaza de Barkhor.

El edificio amarillo al lado del Palacio Blanco alberga las grandes banderas con símbolos sagrados que se cuelgan en la fachada meridional durante los festivales de Año Nuevo.

Entrabamos en el universo de Potala accediendo por unas grandes «puertas de tela» lugar donde encontramos unos impresionantes frescos y unos leones de las nieves que si que pudimos fotografiar.

Estas tres imágenes son las únicas que vais a ver del interior de Potala. Si queréis ver más podéis buscar en internet y si queréis mantener el misterio esperad a estar allí. Lo dejo a vuestra elección (no voy a poner fotos sacadas de internet porque yo preferí no verlas).

Continuamos con la visita y llegamos a un punto exterior: la azotea del Palacio Blanco donde se encuentran las dependencias privadas del decimotercer y decimocuarto Dalái Lama (aquí podréis comprar agua si necesitáis).

La primera sala que visitamos fue la Sala del Trono (Simchung Nyiwoi Shar), donde los Dalái Lamas recibían a los invitados oficiales.
La imagen grande que veréis a la izquierda del trono es del decimotercer Dalái Lama, la del actual la quitaron.

La siguiente dependencia fue la Sala de Recepción (Dhaklen Paldseg).

El tour continuó visitando la Sala de Meditación y la Sala de Estudio del Dalái Lama (Chimey Namgyal) donde pudimos ver algunos objetos personales del Dalai Lama.

Desde aquí accedimos al Palacio Rojo, en la tercera planta, donde pudimos ver la Capilla de Jampa, la Capilla de los Mandalas Tridimensionales (Loilang Khang) , que por cierto nos dejaron con la boca abierta, jamás habíamos visto algo así, la Capilla de la Victoria contra los Tres Mundos (Sasum Namgyal), con una increíble biblioteca con textos manchúes y donde Tenzin nos explicó cómo ganaron una guerra contra los reyes de Nepal con ayuda los países vecinos. Y por último la Capilla de la Felicidad.

Continuamos con las visitas llegando a una de las zonas más importantes del palacio: las tumbas de los Dalái Lama (salvo cuatro que no están aquí).
La primera tumba es la del decimotercer Dalái Lama, que ahora únicamente se puede ver desde la parte inferior, ya que la habitación desde la que se podía ver está cerrada.
La siguiente tumba es la del sexto Dalái Lama, pero no tiene nada de especial ya que según dicen era arisco y mujeriego y no le tenían cariño alguno. Todo lo contrario que la del séptimo Dalái Lama, hecha con más de media tonelada de oro y con un importante chörten.

Pero el plato fuerte estaba por llegar ya que la siguiente visita fue la más importante de todo el recorrido: la Capilla de Arya Lokeshvara, que data del S.VII de cuando aquí se erigía el Palacio de Songtsen Gampo (Potala fue reconstruido sobre aquella primera construcción) y donde está la imagen de Arya Lokeshvara, la más venerada del Potala.
Al final de esta zona vimos las tumbas del octavo y noveno Dalái Lama, también impresionantes (tienen casi diez metros de altura).

Bajamos a la segunda planta y vistamos la Capilla de Kalachakra, con un impresionante mandala detallado con más de 170 estatuas , la Capilla de Sakyamuni, con una increíble colección de libros y el trono del séptimo Dalái Lama (ya hemos visto varios tronos hoy), la Capilla de los nueve Budas de la Longevidad o Tsepak Lhakang con el trono del octavo Dalái Lama con objetos personales y la Sala de Meditación del rey Songtsen Gampo, con tres mil estatuas de China, Nepal y Mongolia.

La última visita fue la planta baja del Palacio de Potala donde llegamos al Hall Principal o sala de reuniones (la más grande del palacio) y cuatro capillas:

  • Capilla de Lamrim  donde se explican las diferentes fases para llegar a la iluminación y donde podemos ver un mural de la visita del Dalái Lama a Beijing en 1652.
  • Capilla de Rigzin Lhakhang dedicada a ocho maestros indios que trajeron prácticas tántricas y rituales al Tíbet. La figura central es una estatua de plata del gurú Rinpoche (uno de los ocho).
  • Capilla de la Sagrada Sucesión, donde se encuentra la estatua y el chörten del onceavo Dalái Lama que murió con tan solo 17 años.
  • Capilla de las Tumbas de los Dalái Lama donde se encuentran las tumbas del quinto, décimo y duodécimo Dalái Lama. Tiene dos pequeños chörtens con el X y XII y uno enorme de 12,6 metros embellecido con mas de 10.000 piedras preciosas y 5.000-6.000 quilates de oro llamada «The sole ornament of the world» con el más importante Dalái Lama de todos, el quinto.

Si contáis todos los dalái que os he ido nombrando veréis que faltan «números».

El primer Dalái Lama fue Gendün Druppa, nació cerca de Sakya (lugar que incluimos en nuestra ruta) y fundó el principal monasterio de Tashilhunpo en Shigatse (que también visitaremos). Solo fue considerado Dalái Lama a título póstumo.

Según dicen, el tercer Dalái Lama tiene la peculiaridad que cuidó del segundo y el cuarto tuvo relación mongola.

El decimocuarto Dalái Lama (el actual) se exilió en Dharamsala (India) cuando comenzaron las revueltas tras la invasión china y allí permanece junto al gobierno tibetano en el exilio. Como os he comentado antes, si sois cinéfilos no debéis perderos la película Kundun donde se cuenta la vida del décimo cuarto Dalái Lama. 

Una mención especial he de hacer con el quinto Dalái Lama: Ngawang Lozang Gyatso, de la escuela Gelugpa.
Fue conocido como «El Grande» y «El Gran Quinto» ya que empezó a construir el Palacio de Potala en el siglo XVII y su muerte se ocultó durante quince años para poder acabar de construir el Palacio y evitar que los vecinos al Tíbet pudieran aprovecharse del período de sucesión entre dalái lamas.

Logró de los mongoles el poder secular del Tíbet y entabló relaciones con China a través del emperador Shunzhi, segundo de la dinastía Qing, durante una visita a Pekín en 1652. Gracias a esto los dalái lama fueron considerados sacerdotes al trono de los siguientes emperadores Qing.
Sus escritos espirituales constituyen obras reconocidas del budismo tántrico tibetano (llamado «tantra»).

Se puede decir que el quinto Dalái Lama fue el líder del budismo tibetano clave en la unificación de todo el Tíbet tal y como lo conocemos hoy en día.

Bueno, y después de toda esta información seguimos con el recorrido del Palacio de Potala, que ya llegaba a su fin.
Bajamos las escaleras por la parte trasera de Pótala sin detenernos, ya que habíamos estado el día anterior haciendo una buena tanda de fotos.

Nuestra siguiente visita del día era el Monasterio Jokhang, pero esta vez veríamos su interior y no nos quedaríamos solo con la imagen exterior.
También recorreríamos su kora por tercera vez aunque ahora acompañados de Tenzin.

El Monasterio de Jokhang es el monasterio más importante de Lhasa y del Tíbet, donde llegan peregrinos de todos los rincones y donde se puede sentir la devoción de los fieles de forma más intensa. Verlos de frente al entrar al monasterio fue alucinante, una estampa única.

Fue construido en el 647 por Songtsen Gampo con estilos arquitectónicos han, tibetano y nepalí y está considerado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad junto con el Palacio de Potala y el Palacio Norbulingka (que veremos mañana).

El monasterio es una construcción de cuatro pisos, con tejados cubiertos con azulejos de bronce dorado y tiene numerosos altares y habitaciones decoradas. Además, en el tejado se encuentran dos ciervos dorados que flanquean una rueda de dharma.

Como en el resto de monasterios y templos de Tíbet, no pudimos realizar fotografías de su interior (de las zonas exteriores si), por lo que repito lo que os dije para el Palacio de Potala: educación, respeto y disfrutad aprovechando que la cámara no os va a distraer.

La primera visita fue la Sala Principal de Reuniones, donde pudimos admirar un patio al aire libre rodeado de frescos.

En la planta baja también se encuentra la sala principal de oraciones y alrededor de ella se ubican varias capillas que vamos visitando en el sentido de las agujas del reloj junto al resto de turistas y peregrinos (aquí con más gente que en Potala).
Algunas de estas capillas son la Capilla de Tsongkhapa, fundador de la Orden Gelugpa, la Capilla de os Ocho Budas de la Medicina, la Capilla de Chenresig, la Capilla del Buda de la Luz Infinita y la más importante: la capilla que alberga la imagen de oro macizo del S.VII de Jowo Sakyamuni, la más sagrada del Monasterio de Jokhang y del budismo tibetano.

Continuamos la visita hasta llegar a la última capilla, desde donde ascendimos a la parte superior del monasterio, recorriendo nuevamente las capillas que allí había en el sentido de las agujas del reloj.

Aquí nos detuvimos a admirar unos preciosos rodillos de oración que vendían los monjes del monasterio ¡me encantaron! Ya no había dudas, uno de esos rodillos tenía que venir a España conmigo y de hecho, así fue (está en mi salón y de vez en cuando lo giro para teletransportarme a Tíbet).

También nos llamaron la atención el resto de artículos que allí vendían, creo que hubiéramos comprado de todo jejeje.

En la parte superior Tenzin nos dejó un tiempo libre para poder fotografiar a nuestro aire detalles del monasterio, como por ejemplo, sus fascinantes tejados cubiertos con azulejos de bronce dorado y las estatuas que lo adornan, impasibles ante la belleza de las montañas que lo rodean.

Unas últimas instantáneas a los monjes y damos por finalizada al monasterio, sin duda un lugar que no os debéis perder en vuestra ruta por Tíbet.

Era un poco tarde (esta última visita la hemos alargado con estas fotos, nuestro guía ya empieza a conocernos) pero debíamos ir a recargar las pilas a un restaurante que se convirtió en nuestro favorito de Lhasa y de todo Tíbet: Tibetan Family Kitchen.

El día acompañaba por lo que decidimos comer en su maravillosa terraza. El menú: hamburguesa de yak y momos, ambas cosas exquisitas y el trato del personal de lo más encantador.

Además de buena comida las vistas que teníamos desde allí al Palacio de Potala y al monasterio de Jokhang eran impresionantes, no me digáis que no es un restaurante especial.

Tenzin nos propuso hacer la kora del monasterio de Jokhang pero como ya habíamos estado, simplemente caminamos un poco con él y le dimos la tarde libre (si, volvimos a sacar fotos, es imposible dejar pasar algunas escenas, esa kora es una locura fotográfica).

Y bueno, que me decís de las peticiones de fotos jajaja.

Después de este pequeño paseo nos fuimos a tomar un café. Si, un café, y puede parecer muy simple pero no era algo con lo que contáramos en Lhasa.

Descubrimos una cafetería (Summit Cafe) al más puro estilo Starbucks tibetano donde, aunque los precios eran caros (nos costaron lo mismo los dos cafés que la cena del día anterior) para ser Tíbet, el café que nos pusieron con nata y caramelo nos supo a gloria.

Allí sentados comentamos lo sorprendente que estaba siendo todo, y es que, son en esas sobremesas donde nos solemos parar a analizar todo lo visitado y a digerirlo. Tíbet estaba superando nuestras expectativas y esto solo era el principio.

El sueño y el cansancio se apoderó de nosotros y preferimos irnos al hotel a descansar un rato. Queríamos ir a ver Potala iluminado de noche y al día siguiente había que madrugar por lo que mejor hacer un pequeño parón.

Con las energías renovadas decidimos dar otra vuelta por el centro de Lhasa para ver más tiendecitas y como no, volver a fotografiar a sus gentes.

Volvimos a pasar por el hotel a coger los trípodes y por segunda vez en el día y cuarta en el viaje nos fuimos a ver el Palacio de Potala, pero esta vez de noche.

No sabíamos si la policía nos iba a poner problemas por tener allí montado el «tinglado de cámaras, disparadores y demás» pero lo intentamos y nadie puso pega alguna.

Yo me pregunto: ¿Pero como nos puede gustar tanto este palacio?
No solo estuvimos en la Plaza de Potala sacando fotos, es que siendo totalmente de noche y teniendo que madrugar al día siguiente tuvimos humor para ir de nuevo a la parte trasera y ver si había algún reflejo con el lago. Lo nuestro no tiene remedio.

Y mereció la pena ¿Qué me decís? Yo le quitaría esa luz de neón azul que no acompaña al estilo del lugar, pero bueno, pese a eso nos maravilló.
Fotos y más fotos hasta que nos empezó a dar un poco de «cague» estar en ese parque solos siendo ya tarde y volvimos a la zona de la plaza.

Por cierto, antes de ir a la plaza nos acercamos por el que yo llamo el «Mirador de las tres estupas blancas», pero lo vimos tan a rebosar que nos desmotivó (allí no cabía ni un alfiler, como para poner los trípodes). Yo llevaba apuntado que cerraba a las 22:·30 pero no, nosotros nos acercamos bastante antes (después de sacar fotos en la plaza) y ya estaba cerrado, por lo que nos faltó esa panorámica nocturna.

Agotados hasta niveles infinitos no podíamos ni pensar en volver al hotel andando, por lo que negociamos con uno de los propietarios de los rickshaw que había en la plaza.
Eso fue divertido porque a ver como le decíamos a un local que no entendía ni papa de inglés que queríamos ir a nuestro hotel. Le enseñamos la tarjeta del hotel pero nada, no sabía. Al final se nos ocurrió decirle que nos llevara al monasterio de Jokhang, eso lo entendió a la primera y ya cuando estábamos cerca le pedimos que nos parara. Había sido buena estrategia, le hicimos pedalear menos y le pagamos igual, aunque sinceramente hubiera pagado lo que me pidiera con tal de no caminar más jajaja.

Fin del día y qué día, para el recuerdo.

Día 6: Monasterio de Deprung, Palacio de verano Norbulingka y Monasterio Sera

Estábamos muy emocionados porque íbamos a ver algo muy especial (os dejo con la intriga, pero ya os adelanto que vais a alucinar) por lo que pese a que se nos pegaron las sábanas y nos tocó desayunar deprisa y corriendo, íbamos con muchas ganas. Teníamos por delante otro intenso día de visitas en Lhasa y eso motiva y mucho.

Nos reunimos con Tenzin y nos montamos en el coche. Nuestra primera parada era el Monasterio de Deprung.

El Monasterio está a 8 km de Lhasa y dicen que fue uno de los más grandes e importantes del mundo desde su construcción en 1416 por Jamyang Choge Tashi Palden.
Su nombre significa «montaña de arroz» y hace referencia a las edificaciones y rocas que hay en la montaña que al ser de color blanco se parecen a los granos de arroz.

Después de recoger nuestras entradas comenzamos la visita subiendo unas cuantas escaleras y una cuesta que nos hizo desperezarnos por completo. Si veis un monasterio en lo alto ya sabéis lo que os toca jejeje.

Llegamos a una gran explanada frente a la Sala de Reuniones principal, lugar donde nos paramos para escuchar las explicaciones de Tenzin y comprender al detalle el lugar en el que nos encontrábamos.

El monasterio Deprung llegó a tener hasta 10.000 monjes (ahora apenas superan los 300), siete colegios y junto a Sera y Ganden es uno de los tres grandes lugares sagrados de la secta Gelugpa en Tíbet. De hecho, se convirtió en la sede principal de la escuela Gelugpa.

El recorrido pasa por conocer el Palacio Ganden (ojo, no es lo mismo que el Monasterio Ganden, que visitaremos el último día en Lhasa, a la vuelta del tour).
En 1530 el segundo Dalái Lama se estableció en el palacio, siendo a partir de entonces y hasta la construcción de Potala el hogar de los Dalái Lamas. Por ello aquí se encuentran las tumbas de los Dalái Lama II, III y IV.
Al igual que en las visitas del día anterior las fotografías en los interiores están prohibidas.

Entre las visitas estaban Sanga Tratsang (donde hay una estatua del quinto Dalái Lama), una sala de una diosa que no permite la entrada a mujeres (increíble pero cierto, me tuvo que parar el guía porque no me fijé en el cartel que había con la prohibición) y la tumba del maestro Sonam Drakpa.

Justo después de la visita de la cocina del monasterio está uno de los lugares más importantes: la Sala de Reuniones o Hall Principal del monasterio.
180 columnas, varios thangkas, túnicas de monjes y sombreros amarillos, salas (destacando la sala de los Reyes del Tíbet y la de la estatua de Jampa) y capillas hacen de este lugar algo mágico que nos dejó con la boca abierta.

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La siguiente visita fue la Capilla de Sakyamuni y la sala en la que se encuentra la escultura del Buda del Futuro, la imagen más venerada Monasterio de Drepung.
La Capilla Drölma, con tres imágenes de esta diosa protectora y varias colecciones de libros fue otro de los lugares que visitamos.

En el monasterio de Deprung se encuentras las escuelas que se conocieron como las grandes universidades.

Una de ellas es la Escuela Ngagpa, dedicada al estudio tántrico. Aquí visitamos varias capillas, entre ellas la dedicada a Dorje Jigje, una diosa tántrica muy venerada.

También visitamos las escuelas Deyang y Loseling (la más grande del monasterio) donde se encuentra el trono que utilizaban los diferentes Dalái Lama y varias estatuas de ellos.

Pero si algo me llamó la atención del recorrido fue, a parte de las salas, el poder caminar por aquella mini ciudad, con callejuelas y rincones tan fotogénicos. Además, sin apenas turismo al ser primera hora, era como transportarse a otra dimensión y a otro tiempo. Realmente mágico.

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Dábamos por finalizada una visita que nos había encantado. Nos hubiéramos pasado allí horas descubriendo cada rincón y disfrutando de las vistas tan impactantes que tiene este monasterio.

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De camino a nuestra siguiente visita volví a ver yaks pero esta vez estaban más cerca ¡qué emoción! Desde el tren, desde el coche…¿Llegará el momento de verlos en directo?

Pusimos rumbo a nuestra siguiente visita del día: Norbulingka, el Palacio de Verano del Dalái Lama.

Ya habíamos leído que esta visita no era nada espectacular por lo que nuestras expectativas no eran muy altas (aunque ya os adelanto que sí que nos gusto).

Recogimos nuestra entrada en 3D (por eso la foto se ve tan rara) y comenzamos con la visita.

La construcción de Norbulingka comenzó en 1755 por el séptimo Dalai Lama, Kelsang Gyatso y se utilizó como tradicional residencia estival de los sucesivos Dalái Lamas desde el año 1780 hasta la ocupación del país por China. El Palacio de Potala era el palacio de invierno y Norbulingka el palacio de verano.

Tiene una superficie de 19 hectáreas y cuenta con 374 habitaciones.
Está declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y es el jardín histórico y cultural artificial más alto, más grande y mejor conservado del mundo.

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En nuestra visita pudimos ver tanto el Palacio del octavo Dalái Lama como el Nuevo Palacio de Verano, construido por el actual Dalái Lama (el decimocuarto) y que se encuentra en la parte central del parque.

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En el interior de las salas del palacio no está permitido fotografiar nada por lo que como he hecho con los anteriores os describiré lo que fuimos visitando.

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Una de las estancias que visitamos fue la cámara de audiencias del Dalái Lama, en la que pudimos contemplar unos increíbles frescos que representaban la historia del Tíbet.

Después de esta sala recorrimos las habitaciones privadas del Dalái Lama: su dormitorio, la sala de meditación y la sala de reuniones donde admiramos un trono de oro y varios murales interesantes.

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El conjunto del palacio está formado por capillas, jardines, fuentes y estanques.

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Los jardines son populares lugares de merienda y proporcionan un bonito escenario para espectáculos teatrales, danza y festivales. El festival más conocido es el Sho Dun o Festival del Yogurt, que se realiza a comienzos de agosto, con familias que acampan en los terrenos durante varios días, rodeadas por coloridos tenderetes provisionales hechos con tapices y lienzos para disfrutar del calor del verano.

Otra de las estancias que se visita es la zona de retiro del decimotercer Dalái Lama, donde se puede ver un tigre disecado (no hemos visto nunca ningún tigre, ya es mala pata ver el primero así jejeje) y una estatua de Chenresig junto a una gran colección de libros.

Tenzin nos indica que debemos salir para poder ir a comer y llegar con tiempo a nuestra última visita del día, que es la más especial de todas: Monasterio Sera.

El restaurante al que nos llevó nuestro guía se llamaba Sera Restaurant, era de estilo buffet y estaba delante de la entrada al monasterio, justo donde dejamos aparcado el coche.
La comida sorprendentemente nos encantó, estaba todo muy rico y repetimos la bandeja que veis (porque al principio no nos fiábamos).

Descansados y con el estómago llenito fuimos directos a lo que iba a ser uno de los momentazos del viaje.

Tenzin nos dio nuestras entradas y nos adentramos nuevamente en el fascinante mundo de los monasterios tibetanos.

El Monasterio Sera es uno de los tres grandes monasterios de la Universidad Gelugpa del Tíbet junto con Ganden (que como os he comentado, visitaremos el último día en Lhasa, a la vuelta del tour) y Deprung (que hemos visitado hoy por la mañana).

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Su población inicial de monjes rondaba los 5.000 y en la actualidad se han reducido un 90%. Además, durante la revuelta de 1959 en Lhasa, el Monasterio Sera sufrió severos daños con sus colegios destruidos (en la actualidad todavía siguen en restauración) y cientos de monjes muertos. Por ello, muchos de los monjes de Sera que habían sobrevivido al ataque se movieron a Bylakuppe en Mysore, India.

El Monasterio Sera tiene nada menos que 115.000 metros cuadrados y fue fundado en 1419 por Jamchen Chojey de Sakya Yeshe de Zei Gungtan, un discípulo de Je Tsongkhapa.

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Las visitas pasan por conocer la Escuela Sera Me, la Escuela Sera Je (el mayor de los colegios de Sera) y la Escuela Sera Ngagpa (la estructura más antigua de Sera), además de una capilla con mandalas de arena. Como en nuestras anteriores visitas las fotografías de interior están prohibidas.

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Y no nos podemos olvidar de la espectacular Sala de Reuniones Principal, el edificio más grande de Sera, con dos mil metros cuadrados, una impresionante estatua de Jampa de bronce dorado de seis metros y grandes thangkas suspendidos del techo en las paredes laterales.

Pero os estaréis preguntando: ¿Y que tiene de especial este monasterio para que al inicio nos contaras que era una de la visitas más especiales del viaje? Sus sesiones de debate. ¿Debates? Si, todos los días entresemana y durante un par de horas los monjes del monasterio se reúnen en el patio de debate y es todo un honor y una experiencia poder acudir como espectadores.

Como todavía faltaba media hora para que estas puertas que veis en la fotografía superior se abrieran, Tenzin nos dejó que recorriéramos por libre el monasterio, pero siempre sin perder de vista este lugar.

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Para sorpresa de mi marido hoy también le pidieron una foto. Está causando sensación entre los lugareños. Yo se ve que no les gusto tanto jajaja.

Continuamos recorriendo las calles, a veces sacando la cámara y otras sentándonos a descansar y siendo meros espectadores de la vida diaria del monasterio.

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De repente empezamos a oír jaleo, nos asomamos y vimos como si fuera una «procesión» de monjes que se dirigían hacia el patio de debate.

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En esta parte pudimos hacer fotos con nuestras cámaras, pero una vez en el patio de debate Tenzin nos indicó que debíamos guardar las cámaras y únicamente fotografiarlos o grabarlos con el móvil. Esta fue mi última foto con la cámara, mientras esperaba para subir las escaleras de acceso al patio de debate con uno de los monjes «en plena faena».

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Entramos en silencio y nos sentamos en el suelo, en uno de los laterales del patio (en la zona designada a turistas), y empezamos a alucinar. Aquello era como estar en una película, totalmente asombroso.

Los debates entre los monjes de doctrinas budistas son una parte integral para el proceso de aprendizaje en los colegios del complejo del Monasterio Sera. Esto facilita la mejor comprensión de la filosofía budista para obtener niveles más altos de estudio.

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El debate entre los monjes se desarrolla en presencia de sus maestros, con una serie de reglas de procedimientos bien definidas por el defensor y los interrogadores.

El debate se abre con la invocación a Manjushri recitada en un tono alto y agudo.
El interrogador tiene que presentar su caso (todo con temas relacionados al budismo) y el defensor tiene que responder dentro de un rango de tiempo determinado.

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Como el debate dura mucho no estuvimos siempre en el mismo sitio, nos movimos para poder ver a todos los grupos de debate. Lo que nos hubiera gustado entender lo que decían (Tenzin nos ponía ejemplos pero no es lo mismo) y así poder vivirlo más intensamente.

Los debates se acentúan con gestos vigorosos, los cuales avivan el ambiente de la ocasión y cada gesto tiene un significado.
Algunos de los gestos hechos de manera sutil son: aplaudir después de cada pregunta y mantener la mano derecha y estirar la izquierda hacia delante golpeando la palma izquierda con la palma derecha en caso de una respuesta incorrecta presentada por el defensor.
El error del oponente es demostrado al envolver su túnica superior alrededor de su cintura.

Cada vez que una nueva pregunta se hace, el maestro golpea su palma izquierda, la cual está extendida, con su palma derecha. Cuando una pregunta se contesta correctamente, se reconoce por el maestro al llevar su mano derecha hacia su palma izquierda.

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Había algunos monjes verdaderamente eufóricos, de hecho temíamos por la integridad de algunos jajaja, de la emoción que demostraban.

Dimos por finalizada la sesión de debate y volvimos a las calles del monasterio, capturando nuevamente imágenes tan auténticas que todavía me emocionan.

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Tenzin la verdad es que está teniendo mucha paciencia con nosotros y nuestras fotos, nos espera todo lo que le pedimos y siempre tiene una sonrisa. Pero ya era hora de irse, había sido un día intenso y debíamos procesar todo lo vivido además de preparar la maleta para dejar Lhasa, ya que al día siguiente comenzaba nuestra ruta.

Nuestro conductor nos dejó en el hotel y decidimos preparar las cosas para el viaje de mañana y descansar un poco.

Después de este break salimos en busca de algún supermercado para comprar provisiones para el viaje (siempre que vamos a otro país y tenemos ocasión, entramos en tiendas locales de comida para ver que marcas y que productos tienen).

Encontramos un centro comercial enorme al más puro estilo occidental y entramos.

El supermercado lo fichamos en la planta de abajo, entramos y cargamos con algunos snacks, agua y fruta. La comida en el tour la teníamos incluida pero siempre viene bien llevar provisiones por lo que pueda pasar. ¿Qué os parecen estas manzanas con forma de buda?

Pasamos nuevamente por el hotel a dejar las bolsas y fuimos a cenar al que había sido nuestro restaurante favorito en Lhasa: Tibetan Family Kitchen, aunque esta vez como era tarde y hacía frío preferimos cenar dentro (es una preciosidad también). Por cierto, se entra por el callejón que hay justo debajo del cartel negro que veis en la foto con el nombre del restaurante.

Y se acabó la aventura por hoy. Nos despedimos de Lhasa. Dentro de cinco días volveremos y quien sabe si con alegrías o decepciones. Hasta la fecha Tíbet nos esta conquistando.

Día 7: Lhasa-Khamba la pass-Lago Yamdrok-Karo La Glacier-Monasterio Ralung- Gyantse

Hoy comienza oficialmente nuestro tour por Tíbet. Vamos a recorrer con Tenzin y nuestro conductor los principales puntos turísticos (y no tan turísticos) de la región. Y que os voy a contar, pues que estamos super emocionados, expectantes y deseosos de avanzar con este increíble viaje.

Cargamos nuestras maletas, bolsas y demás bártulos en el coche (bajar todo por las escaleras fue un buen ejercicio mañanero jajaja) y comenzamos el viaje. Por delante casi cinco horas de coche alargándose con las visitas. Día potente de nuevo.

Desde el coche no me resistí a sacar algunas instantáneas (pese al cristal ahumado) de los paisajes por los que íbamos pasando.

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También observamos a lo lejos una escena (un montón de buitres en el cielo) a la que nosotros no le dimos importancia, pero que Tenzin nos explicó lo que era, dejándonos con la boca abierta: «El funeral celeste».

Y es que en Tíbet no entierran ni incineran a sus muertos (salvo en casos excepcionales), los descuartizan y los entregan a los buitres que serán los encargados de elevar sus almas al cielo, para transitar a la nueva vida. Además, cada parte del cuerpo tiene que completar el viaje, por lo que los huesos y el cráneo también se recogen y se trituran con un hacha y un martillo. Después, se mezclan con harina para atraer de nuevo a los buitres y que no quede nada del difunto.

A mí se me cortó la respiración, es más, le pregunté varias veces a mi marido si lo estaba entendiendo bien o me había colado en algunas palabras con mi inglés patatero. Pero no, era así.

Es otra cultura y otra forma de ver la vida, o mejor dicho la muerte, donde el cuerpo no es más que un «recipiente» y una vez que la persona muere, y como última muestra de caridad, su cuerpo debe servir de alimento a los buitres sagrados. Como leí después, el buitre es considerado por los sacerdotes un ave muy budista: no mata a otros seres y acepta lo que le viene, el curso natural de las cosas.

Rituales funerarios aparte, continuamos con el viaje.
La primera parada no estaba en ruta, era un mirador y ¡sorpresa! había unos perros tibetanos que hicieron que corriera hacia ellos como una loca para achucharlos. Eran una preciosidad, enormes, super buenos, cariñosos. Como veis las fotos son una maravilla.

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A los segundos de estar con el perro un lugareño vino corriendo, me plantó un gorro y me pidió dinero por haber estado con el perro (la palabra money se la saben). Me quedé bastante alucinada, no quise decirle nada y accedí a pagar pero sin dejarle que le pusiera los complementos que traía para el perro (gafas de sol y demás). Mi marido me sacó un par de fotos y nos fuimos. Fijaros como cambia la actitud del perro al estar el dueño allí.

Cuando nos fuimos hacia el mirador vi que estaban montando una especie de photocall para sacarte fotos con ellos y obviamente cobrar.

Dimos unos pasos y se abalanzaron sobre nosotros unas mujeres con unas cabras chiquitinas preciosas que me pusieron los brazos para que les pagara por sacarme una foto con ellas, cosa a la que me negué. Todo lo contrario de lo que hicieron varios grupos de chinos que llegaron a los pocos minutos en varias furgonetas, poniéndose todo tipo de complementos y haciendo poses de las suyas con los perros y cabras.

Desde el mirador pudimos contemplar el árido e inhóspito paisaje de Tíbet y admirar la fortaleza de la gente que allí vive, aislados y sin apenas recursos en un entorno tan hostil.

Volvimos a pasar por la zona donde estaban los perros «en exposición» y nos montamos en el coche (las fotos se las hice medio a escondidas sin que me vieran los dueños porque si no nos hacían pagar).

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La parada que hicimos a comer ni os la he mencionado, no recuerdo el nombre del pueblo ni del restaurante, yo creo que mi memoria lo ha borrado.
No somos exquisitos a la hora de comer, pero es que aquello estaba malísimo, solo nos comimos el arroz de acompañamiento y pensamos: «como sea así los cinco días de ruta vamos a volver con unos cuantos kilos menos». Por suerte llevábamos provisiones y en el coche nos hicimos un bocadillo.

Nuestra primera parada oficinal era el Lago Yamdrok y estábamos deseando ver cómo reaccionaban nuestros cuerpos al estar a 4.998 metros, desde el mirador de Khamba La Pass, en la 307 Provincial Road (conocida como Southern Friendship Highway, o carretera de la Amistad).

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Y que maravilla señores. Un lago azul turquesa con una mezcla de áridas montañas y picos cubiertos de nieve rodeándolo y el acompañamiento de las banderas de oración tibetanas. Y nuestros cuerpos al 100% sin rastro de malestar por el mal de altura.

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Como no podía ser de otra forma nos sacamos una foto en el mirador donde aparece la altura a la que estábamos y aprovechamos para sacarnos una foto con nuestro guía y nuestro conductor, que hasta ahora no os los había presentado. El sitio lo merecía.

El Lago Yamdrok es uno de los cuatro lagos sagrados de Tíbet, tiene una superficie de 638 km² y más de 72 km de largo. 
Los tibetanos consideran sagrados los lagos, al igual que las montañas, ya que son moradas de los dioses protectores y por ello están investidos con poderes espirituales especiales. Yamdrok en concreto se cree que tiene poderes adivinatorios y todos, desde el Dalai Lama a los pobladores locales, hacen peregrinaciones hasta sus orillas. Además, según la mitología local, el lago Yamdok es la transformación de una diosa.

Volvimos al coche y comenzamos a bajar hasta llegar a la orilla del lago. Por cierto, en la siguiente foto podéis ver las cámaras de control que llevábamos en el coche (y de las que os hablaba en el apartado de «Datos Prácticos»).

Allí Tenzin nos dejó tiempo libre para que camináramos y sacáramos las fotos que nos apetecieran y así lo hicimos. Paseamos por su orilla, nos sentamos a disfrutar de las vistas y como no podía ser de otra forma a saber si tocando el agua del lago teníamos alguna revelación (por lo del poder adivinatorio que os contaba antes), pero no, no tuvimos esa suerte.

Volvimos a ver que había un «circo» parecido al de los perros y cabras pero con yaks. Nuevamente grupos de chinos no paraban de subirse y sacarse fotos.

Sí, estaba viendo yaks y no podía acercarme ¡vaya suplicio! Pero con el teleobjetivo pude sacarles unas bonitas fotos y gratis. Ya tendría ocasión de verlos de otra forma más natural, aunque no me digáis que no estaban en un entorno bonito.

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Con las fotos que quería en la cámara, volvimos al coche, donde nos esperaban nuestro guía y conductor.

Sin dejar de mirar por la ventanilla del coche continuamos el viaje divisando nuestro primer glaciar. ¡Qué emoción! No era el primero que veíamos en nuestra vida (Islandia y Canadá tienen la culpa de esto) pero se nos iluminó la cara como la primera vez.
Tenzin se dio cuenta de esto y mando parar el coche para que pudiéramos bajarnos a sacar unas fotos y nosotros encantados no tardamos ni medio segundo en bajarnos.

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No solo el glaciar era una preciosidad, es que las montañas que lo rodeaban parecían sacadas de un cuadro.

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Os aseguro que es real, tal cual, una preciosidad sin punto en el mapa, sin mirador, así de salvaje y precioso.

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Nos volvimos a montar en el coche y seguimos la ruta hasta llegar al Glaciar Kalais Kora, otro de los paisajazos que nos regalaría esta ruta por Tíbet.

¡Sobrepasamos los 5.000 por primera vez en el viaje! (sin contar el tren) y no podemos estar más emocionados porque el lugar tiene una magia que no nos esperábamos.

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Una estupa, banderas de oración y un glaciar de fondo es el triplete que hizo que nuestras mandíbulas se desencajaran y exclamáramos un «guauuuu» nada más verlo.

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Además tuvimos la suerte de estar allí solos durante bastante rato. Así pudimos disfrutarlo y apreciarlo como a nosotros nos gusta.

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Como dato os cuento que en este punto fue librada la batalla a mayor altitud por el Ejército británico en toda su historia y pese a la altitud la ganaron. Una historia de guerra en un lugar que transmite paz, curioso.

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Kalais Kora te vas directo a la lista de los mejores lugares de Tíbet, sin lugar a dudas.

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Lo que no se van a la lista de los mejores lugares, sino todo lo contrario son los baños tibetanos. Con los baños chinos y los indonesios creíamos haber visto ya de todo, pero no, van los tibetanos y se superan. En Lhasa no habíamos tenido problema pero en esta ruta empezamos a rememorar viejas sensaciones y olores jajaja.

El destino final en la ruta de hoy era Gyantse, pero antes queríamos pasar por un monasterio que desde el minuto uno dijimos que no podíamos perdérnoslo: Monasterio Ralung (4.350 m).

Probablemente el nombre no os suene, no es lugar que los turistas visiten, está alejado, la pista es mala y no tiene la majestuosidad de otros, pero por la historia que guarda para nosotros era un lugar imperdible.

Además del lugar en el que se encuentra (asilado y rodeado de picos imponentes y los campos glaciares de Nojin Gangzang, 7.191 metros, Jangzang Lhamo, de 6.324 metros y Gyetong Soksum, 6.244 metros) el monasterio Ralung es uno de los lugares más sagrados del Tíbet.

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El monasterio de Ralung es la sede tradicional del linaje Drukpa del budismo tibetano (en Bután, el linaje Drukpa es la escuela dominante y la religión estatal) y fue fundado en 1180 por Tsangpa Gyare.

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El fundador de Bután, el primer Zhabdrung Rinpoche, Ngawang Namgyal, fue el decimoctavo abad del monasterio Ralung. En 1616, huyó del Tíbet cuando su reconocimiento como la reencarnación del renombrado erudito Kunkhyen Pema Karpo fue cuestionado por el gobernador de la provincia de Tsang. Ngawang Namgyal unificó los valles en guerra de Bután, defendiéndose de los ataques del Tíbet, formando una identidad nacional y estableciendo un sistema dual de gobierno que continúa hasta el día de hoy en forma modificada como el Gobierno Real de Bután.

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Tenzin nos dijo que hacía muchísimos años que no iba por allí, que los turistas no lo pedían y los últimos fueron unos fotógrafos, cosa que nos alegró (para no sentirnos como bichos raros jejeje).
Allí no había coches, ni personas. Un monje salió a recibirnos y con cara de orgullo nos fue enseñando el monasterio (Tenzin nos iba traduciendo lo que nos decía).

Y cuál fue nuestra sorpresa cuando nos dijo: ha dicho que de forma excepcional os deja sacar fotos dentro del monasterio con las cámaras, pero que solo cinco minutos. Bueno, bueno, bueno, yo me puse tan nerviosa que ni atinaba a cambiar el objetivo. Además la falta de luz y ausencia de trípode hacía que las fotos salieran movidas o con mucho ruido. Subida de ISO, apertura de F, mierda, salen mal, otra vez a probar. Fueron cinco minutos en los que me debió subir la adrenalina hasta los topes. Estaba super nerviosa, super feliz, super emocionada, un cúmulo de emociones. Y mirad que maravilla.

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Todo lo que os he ido explicando en los monasterios anteriores ahora os lo puedo enseñar con fotos. Mirad el colorido, las túnicas, lo auténtico que es todo. Las veo y me sigo emocionando porque fue un momento muy especial.

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Cuando terminamos Tenzin y el monje se miraron y se sonrieron, no olvidaré ese gesto, yo creo que de complicidad porque sabían que estábamos locos de contentos.

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Nos despedimos del monje (yo le hubiera dado un abrazo y un par de besos con la emoción, pero creo que lo hubiera asustado un poco jejeje) y volvimos al coche.

Había que deshacer la pista de tierra y poner rumbo a Gyantse (3.977 m), destino final del día de hoy donde nos alojaríamos en el Gyangtse Hotel.
La habitación no estaba mal, el baño ejem ejem, aunque era mejor que el que os he enseñado antes en la carretera jajaja.

Para cenar Tenzin nos llevó al restaurante Tashi y aunque habría sido un lugar al que jamás habríamos entrado por nuestra cuenta (mirad la entrada) la verdad es que la comida estaba muy rica y fueron super amables con nosotros. Compensamos la comida horrenda del mediodía con un rico arroz con huevo y verduras y tallarines también con huevo y verduras que nos supieron a gloria.

Decidimos volver solos al hotel y dejar a Tenzin un poco a su aire. Así podríamos pasear y curiosear un poco las tiendas que había en la calle principal.
Gyantse es una ciudad muy auténtica y pese a que en el S. XV perdió el esplendor que había tenido en siglos anteriores, sigue manteniendo su encanto.
Ya habíamos leído que merecía la pena hacer noche aquí y la verdad es que es así. Una pena que no llegamos con mucho tiempo y solo pudiéramos explorar una parte pequeña de la ciudad.

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Y algo que nos gustó (y mucho) de Gyantse fue su fortaleza o dzong, uno de los mejores conservados de todo el país ubicado donde antes había un castillo.
Además, desde el hotel pudimos admirar la puesta de sol, la hora azul y el momento en el que la noche dio paso a la magia de ver el dzong totalmente iluminado. ¿Qué os parece? Porque hicimos una labor de apoyo entre ventanas digna de MacGyver jajaja.

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Se me ha olvidado comentaros que en el trayecto de hoy hemos pasado por varios controles donde Tenzin mostró los permisos de entrada, pasaportes etc. Es por esto por lo que he mencionado varias veces que a Tíbet no se puede ir por libre. El gobierno sabe en todo momento dónde estás y si estas donde debes. Nos guste o no es así. Y hay bastantes puntos de control como estos.

Y ahora sí, terminaba otro día para el recuerdo en Tíbet.

Día 8: Monasterio Pelkor Chöde, Pagoda Kumbum-Monasterio Sakya

La sala de desayunos del hotel de Gyantse era como una obra de arte. Nos quedamos totalmente asombrados cuando bajamos (con el tiempo justo, como siempre) y vimos que todas las paredes estaban decoradas con pinturas y en el centro de la sala había un enorme bufet. Si lo hubiéramos sabido nos habríamos levantado antes jajaja.

Pudimos desayunar unos huevos fritos y un café (ojo que no nos quejamos) pero al ver tantos recipientes pensamos que habría variedad occidental, y no, la mayor parte del buffet era chino, es decir, cosas raras que para nada apetecen en el desayuno. Recuerdos de aquellos momentos en Inner Mongolia donde no éramos capaz de coger nada para desayunar y terminábamos con un plátano comprado el día anterior y agua. Aquí fue algo mejor, por suerte.

Subimos a la habitación para bajar las maletas (ya que hoy seguíamos la ruta por Tíbet) y desde la ventana pudimos ver como el sol iba iluminando las montañas cubiertas de nieve. Tocaba abrigarse, que como ayer, el viento y la altura en el mes de abril no perdonan.

Nuestra primera visita del día era el Monasterio Pelkor Chöde (tambien llamado Palcho), uno de los más importantes en Tíbet.
El monasterio fue fundado en 1427 con una arquitectura han, tibetana y nepalí acogiendo hasta 18 monasterios que incluían tres órdenes budistas. Todo un ejemplo de tolerancia y convivencia en armonía único en Tíbet.

La pena es que con la invasión británica en 1904 y con la Revolución Cultural china de 1959 el monasterio quedó prácticamente destruido.

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La primera visita que hacemos es a Tsulaklakang, dentro del cual se ubica el Salón de Asambleas, y pese a haber visto ya unos cuantos en nuestro viaje por Tíbet, he de confesaros que nos sigue impactando.

Este salón se conoce como el Tshomchem en tibetano y se encuentra en buenas condiciones. Consta de tres plantas y murales en excelente estado de conservación que datan del S. XV. 

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Además, aquí sí que hemos podido sacar fotos con la cámara (hemos pagado por ello) por lo que con mucho respeto y sin sacar fotos como locos, hemos ido captando los detalles de esta impresionante sala.

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Algo de lo que todavía no os he hablado es del olor tan particular que hay en todos los monasterios y capillas. Habíamos leído que era desagradable pero a nosotros no nos pareció así, de hecho a mí me olía a chuletillas de cordero jajaja. Bromas aparte, si pudiera olerlo ahora mismo conseguiría trasladarme de inmediato al interior de un monasterio tibetano y eso es algo único.
La causante de ese olor es la manteca de yak que es usada para el mantenimiento de las llamas de las velas (también como combustible de lámparas). En la imagen podéis ver a dos tibetanas echando en los cuencos manteca para que sigan alumbrando.

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En la capilla principal del templo Tsulaklakang se encuentran pinturas al fresco e ídolos de Buda y una estatua de bronce de Shakyamuni Buda, que es el dios principal del lugar. Esta imagen mide ocho metros de alto y pesa alrededor de 14 toneladas. Existen otras imágenes como el Manjushri y Maitreya que contribuyen a ayudar a la iluminación del pensamiento budista.

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En la primera planta del Tshomchem se puede observar una imagen de los cuatro reyes guardianes, después de lo cual hay un altar con un dios protector llamado Gonkhang.

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La visita nos ha emocionado y eso que no hemos podido prestar tanta atención a los detalles como en el resto de monasterios donde nos olvidábamos de la cámara. Es la cara B de la fotografía, pero aun así nos ha encantado poder tener estas imágenes.

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Después de la visita al monasterio nos acercamos a ver la Pagoda Kumbum, o Gyantse Kumbum, pero ¡sorpresa! La parte más alta estaba en obras.

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Aun así, no dudamos en fotografiarla desde diferentes ángulos. El mayor chorten de Tíbet, también llamado kumbum, se merecía unas cuantas fotos.

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Y si os estáis preguntando que es un kumbum os lo explicaré. Un kumbum es un agregado de varios pisos de capillas budistas en el budismo tibetano.

Esta estupa funeraria de nueve lhakang o niveles, tiene 35 metros de altura, está coronada por una cúpula de oro y tiene 77 capillas.
Su construcción está creada de tal forma que cada nivel forma un mandala y todo en su conjunto representa el camino tridimensional hacia la iluminación del Buda.
Fue fundada en el año 1427 por un príncipe de Gyantse y ahora nos disponíamos a recorrerla siguiendo, como siempre, el sentido de las agujas del reloj. A ver si nos iluminábamos un poco.

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Dentro pudimos hacer fotos (nuevamente pagando) y así piso por piso fuimos recorriendo todas las capillas hasta llegar a la parte más alta (el camino está indicado con flechas porque a veces es difícil orientarse).

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La mayoría de sus estatuas fueron dañadas durante la Revolución Cultural, pero desde entonces han sido reemplazadas por imágenes de arcilla, aunque carecen del mérito artístico de las originales.

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Los murales del siglo XIV, que muestran influencias newar y chinas, sobrevivieron en mejores condiciones.

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Por cierto, en algunos tramos hay que subir por escaleras de madera bastante estrechas y con poca seguridad, no es un lugar apto para gente con problemas de movilidad.

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Una vez arriba las vistas a todo Gyantse nos sobrecogieron. Su Dzong (impresionante viéndolo desde aquí), la muralla, el Monasterio Pelkor Chöde o las montañas que rodean la ciudad fueron algunos de nuestros objetivos fotográficos.

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Salimos del kumbum y dimos por finalizadas las visitas en Gyantse. Hay gente que visita el Dzong pero habíamos leído que por dentro no merecía mucho la pena y decidimos eliminarlo y así tener más tiempo en nuestro siguiente destino: Sakya (4.320 m).

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Como el trayecto hasta Sakya era largo (aunque ameno porque no paramos de ver paisajes que nos mantenían enganchados a la ventanilla, que pese a no poder sacar fotos decentes desde el coche) paramos a comer en carretera.
Estábamos temblando. Nuestra primera experiencia de este tipo (que fue el día anterior) terminó comiendo solo arroz y nos temíamos lo peor.

Subimos a una especie de «casa particular» donde la dueña, bastante reservada por cierto, nos sirvió una sopa con noodles que estaba para morirse de rica. Era un restaurante bastante raro (sin cartel ni nada, por lo que no os puedo decir el nombre) pero lo importante fue que estuvimos super bien y llenamos la panza con comida rica rica.

Continuamos el viaje hasta llegar al control de Sakya (pude sacar una foto para que vierais como son).

Fuimos directos al hotel Yuan Mansion Hotel, dejamos las maletas y sin perder ni un segundo nos volvimos a juntar con Tenzin en la recepción del hotel para ir a visitar el monasterio de la ciudad.

Otro de los lugares que marcamos como imprescindible en nuestra ruta por Tíbet fue Sakya. Al ver las imágenes y leer su historia no dudamos ni un segundo en incluirlo y en pedir dormir allí para poder empaparnos de lo auténtico del lugar.
Hay gente que se lo salta y va directo al Campo Base del Everest, yo creo que es un error porque es uno de los lugares más impresionantes (y menos turísticos) de Tíbet.

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Como veis en la primera foto, el aspecto del monasterio es totalmente diferente a todos los que hemos visto hasta ahora (colores blancos, rojos y amarillos). Su color gris ceniza con rayas verticales blancas y rojas contrasta con las áridas montañas y su estilo mongol lo hace único.

Estos colores simbolizan la Rigsum Gonpo (la trinidad de bodhisattvas: Manjushri, Avalokiteshvara y Vajrapan) y se erige como una marca de autoridad.

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El monasterio se construyó en 1073 por Khon Khonchong Gyalpo y sus poderosos abades gobernaron Tíbet durante los siglos XIII y XIV. Sin embargo, el aspecto de fortaleza viene de su transformación posterior en el 1268 con fines defensivos. De ahí sus torres de vigilancia en cada esquina de sus altos y gruesos muros.

La primera visita es un gran patio que da acceso a la impresionante Sala de Reuniones, de más de 6.000 metros cuadrados, paredes de 16 metros de altura y preciosos thangkas. Sin duda era la sala más espectacular que habíamos visto hasta el momento.

En el interior del monasterio de Sakya si se pueden hacer fotos pagando 300 yuanes (en otros monasterios donde lo permitían el precio eran 10 yuanes, para que veáis la diferencia) pero la falta de trípode para un lugar con tan poca luz hubiera hecho que el dinero fuera tirado, por lo que no lo pagamos. Si lleváis equipo y tenéis tiempo para dedicarle a la sesión fotográfica yo si lo pagaría, pero lo dicho, amortizando bien ese dinero, que son casi 40 euros por cámara.

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Además de las magnitudes de la sala otro detalle que nos asombra es que las columnas que sostienen la sala están hechas con troncos de árboles tibetanos.

Continuamos la visita accediendo a otro espectacular patio donde vemos más capillas y dentro de una de ellas diez chortens de plata que contienen reliquias de varios monjes de Sakya y un mandala de arena.

Los murales de las paredes también nos dejan alucinados y no podemos dejar de fotografiar los que están en las paredes exteriores. Todo esto y como podéis ver las fotos sin ningún otro turista, algo que me parece increíble dado lo especial del lugar.

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Pero si hay algo por lo que destaca el Monasterio de Sakya es su gran biblioteca. En 2003 se encontraron más de 84.000 pergaminos sellados en una pared de 60 metros de largo y 10 metros de alto que hasta la fecha habían permanecido ocultos. Es algo impactante, te sientes muy pequeña admirando aquellas grandes paredes y muy afortunada por estar delante de ese gran descubrimiento. Por no hablar de la atmósfera que hay… Como suelo decir, no hay palabras para describirlo, hay que estar allí, verlo y sentirlo.

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Dejamos atrás la parte baja del monasterio para conocer la parte superior, desde donde además de seguir viendo capillas pudimos inspeccionar y fotografiar el terreno de los alrededores.

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Tenzin nos sorprendió con una foto con su móvil donde ponía la altura a la que estábamos y nos la envió, un bonito recuerdo a 4.329 metros jejeje.

La visita al monasterio llegaba a su fin y no podíamos estar más contentos con la decisión de llegar hasta aquí. Si estáis dudando espero que las fotos y el relato os hagan decidiros para incluir Sakya en vuestro recorrido por Tíbet, no os vais a arrepentir.

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Si os dais cuenta, casi todos los monasterios los visitamos por las mañanas, y es que es cuando tienen la mayor parte de las capillas y salas abiertas. Por la tarde todo está cerrado.

Nosotros teníamos la tarde sin ninguna visita programada y le dijimos a Tenzin que, salvo que él no nos lo recomendara, nos gustaría ir por libre a «explorar» Sakya. Nos dijo que sin problemas, que no tuviéramos miedo alguno y que si necesitáramos algo le llamáramos.

El objetivo lo teníamos claro: habíamos visto una kora desde lo alto del monasterio que nos había llamado mucho la atención y allá que queríamos ir.

Hasta su inicio pasamos por casas de locales, entre las miradas de fieles, monjes y ¡yaks! Porque hasta los animalillos parecían saber que éramos intrusos allí.

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De hecho, no pudimos resistirnos a hacerle un book a dos de estos yaks que estaba muy cerca de nosotros.

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Además tenían pendientes puestos, lo que nos llamó mucho la atención (a mí me recordaban a las borlas de los trajes de luces de los toreros, cosas de nieta de antiguo trabajador de la plaza de toros).

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Continuamos el recorrido parándonos cada dos por tres a fotografiar el lugar y divisamos la hilera de ruedas de oración que indicaban que habíamos comenzado la kora.

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Seguimos subiendo y subiendo y al tomar altura la imagen de fortaleza del monasterio se veía clara.

Si os fijáis tanto en la imagen anterior como en la siguiente, veréis «cosas» apiladas encima de los muros de las casas. Son excrementos de yak que los tibetanos secan y luego acumulan para utilizar como combustible.

Esta kora en nada se parecía a las que habíamos visto hasta el momento, el terreno era complicado y había que sudar de lo lindo para hacerla, pero allí estábamos, disfrutando como enanos.

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Pocos fieles y ni un solo turista nos encontramos por el camino, solo el silencio, las banderas de oración ondeando, la espiritualidad del lugar y nosotros.

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Llegamos a los tres grandes chörtens que habíamos visto desde lo lejos. Era impresionante estar en su base y admirar lo que teníamos ante nuestros ojos. Allí estuvimos un buen rato, entre fotos y descanso, que había que reponer un poco las fuerzas (estábamos a más de 4.000 metros y no había que olvidarlo).

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Un poco de agua y a seguir el recorrido, en el que comenzábamos ya a bajar y a tener vistas de los lugares por los que habíamos pasado.

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Finalizamos la kora y nos dirigimos al hotel a descansar, no sin antes alegrar la tarde a un grupo de niños que nos siguieron durante un buen rato.

Tenzin nos avisó para ir a cenar con él a un restaurante cercano al hotel: Manoxarovar Restaurant. Dimos por finalizada la jornada y mañana era un día importante, muy muy importante ¿sabéis por qué?

DÍA 9: Monasterio Rongbuk, Campo Base del Everest

Después de una noche un tanto ajetreada con el sistema de calefacción de la habitación fuimos a desayunar con Tenzin al mismo restaurante de la cena del día anterior.

No os lo he dicho, pero el famoso y calórico té tibetano con mantequilla de yak no fue de nuestro agrado, por lo que nos limitamos a café o a té normal. Es un sabor muy peculiar, si vais tenéis que probarlo y así decidir si os gusta o no.

Últimas imágenes de Sakya y nos ponemos rumbo al Campo Base del Everest.

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Durante el trayecto no dejábamos de mirar al cielo para ver si se veían las montañas y si estaba despejado. Que ilusos, como que íbamos a saber lo que pasaba en el Campo Base estando a tantos kilómetros.

La primera parada la hicimos en la entrada de la Reserva Natural Nacional de Qomolangma y como no, había que fotografiar ese momento. Además el cielo estaba despejado ¡bien!

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Continuamos nuestro viaje hasta llegar a uno de los cuatro puntos de control que tuvimos que pasar hasta llegar al campo base, donde además de aprovechar para ir al baño y presentar la documentación no nos resistimos a sacarnos unas fotos.
Estábamos en la entrada norte del monte Qomolangma, es decir, del Everest (es la transcripción oficial en tibetano pinyin) y nuestra emoción iba creciendo por momentos. Lo que no nos gustaba tanto eran las nubes grises que cada vez cubrían más el cielo.

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Y el viaje continuó por carreteras de curvas imposibles, no aptas para los que se marean, fotografiando todos los detalles que podíamos desde dentro del coche y preguntando cada poco: ¿ese pico es el Everest? Tenzin ya se reía con nosotros.

Y llegó nuestra primera decepción del viaje (pese a que en la foto me veáis sonriendo).

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Paramos en un mirador desde donde se suponía que podríamos ver cinco de los grandes: Makalu (8.463 m), Lhotse (8.516 m), Qomolangma (Everest) (8.848 m), Cho Oyu (8.201 m) y XixiaBangMa (8.012 m) pero el cielo estaba totalmente encapotado y esta era la panorámica que teníamos.

No voy a negar que estábamos tristes. Sabíamos que esto podía pasar y que podíamos hacer todo el viaje hasta el Campo Base del Everest y no ver absolutamente nada, pese a hacer noche allí para aumentar las posibilidades e ir en la época más adecuada. Todo lo que estaba en nuestra mano lo habíamos hecho, el resto era el destino.

Con la tarjeta que nos dio Tenzin intentamos identificar alguno de nuestros grandes, pero apenas los intuíamos. Era inútil. Sacamos algunas fotos y decidimos continuar con el trayecto. Allí no había mucho más que hacer.

Y por fin llegamos a nuestro destino. Aparcamos el coche y nos adentramos en el lujoso apartamento que nos iba a dar cobijo en el techo del mundo.

Esta es la imagen, pero también os voy a dejar un video. Una habitación compartida sin calefacción, con mantas eléctricas y nórdicos.

Por suerte, como llegamos los primeros, elegimos cama y pudimos coger las dos que estaban apartadas. Estar al lado de la ventana no es lo mejor para el frío pero prefería eso a dormir con un/a extrañ@ al lado. Sacamos nuestros sacos, dejamos las mochilas y fuimos a ver los baños (también compartidos).

De aquí no saqué foto porque había personas, pero os aseguro que las letrinas que os he enseñado antes eran un lujo al lado de estos. Zanjas en el suelo, sin apenas luz, con un olor insoportable y montañas de mierda, literalmente.
A nosotros no nos pillaba de sorpresa, ya habíamos pasado por baños del estilo en la ruta por el desierto de Badain Jaran y en fin, aunque no era lo más agradable, por pasar un día así nadie se muere.

Creo que no opinaban lo mismo un grupo de alemanas que incrédulas se quedaron en la puerta mirando aquello, tapándose la nariz y poniendo gestos de asombro y asco mientras se miraban entre ellas. De hecho se dieron media vuelta, y yo pensé: ay amigas, yo hice lo mismo la primera vez que pise un baño así, pero cuando la necesidad aprieta ya veréis como os va a encantar esta zanja en el suelo jajaja.

Tenzin nos pidió que nos apresuráramos para poder ver por dentro el monasterio que había a los pies de la montaña más alta del mundo: el Monasterio Rongbuk.

El monasterio Rongbuk es el monasterio principal del Valle del Everest, pertenece a la secta Nyingma del budismo tibetano y está considerado como el monasterio ubicado a mayor altitud del mundo.

En el patio había una oveja muy graciosa pero el sol nos cegaba a ambas y no pusimos nuestra mejor cara para la foto jajaja.

El monasterio fue fundado en 1902 con el nombre Dongnga Chöling en un área donde se habían construido cabañas dedicadas a la meditación que fueron usadas por monjes y ermitaños durante más de 400 años (y que se pueden ver alrededor del complejo del monasterio y en el valle).

Se convirtió en un importante lugar de peregrinación hasta que fue destruido durante la Revolución Cultural de China en 1974, iniciándose en 1983 sus obras de reconstrucción. Es decir, el monasterio que os estoy enseñando no es el original, sino el reconstruido.

Pudimos sacar unas cuantas fotos de su interior y hacer la visita con uno de sus monjes pero ya sabiendo que si queríamos conocer el verdadero monasterio Rongbuk deberíamos hacer un trekking de unos treinta minutos en subida (que nos apuntábamos si nos daba tiempo).

Uno de los elementos más famosos del monasterio «nuevo» es su estupa, acompañamiento perfecto para fotografiar un paisaje extraordinario. En esta foto la podéis ver desde el lado contrario al de la foto de la entrada, acompañado de la manada de yaks que por allí campaban a sus anchas.

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Os estaréis preguntando: ¿Y el Everest? Porque no habéis venido hasta aquí para ver un monasterio o una estupa, sino para ver el punto más alto de la tierra y la montaña más famosa del mundo.

Pues bueno, nuestro querido Everest parecía estar un poco tímido y se ocultaba tras las nubes. Solo podíamos ver una parte de él, por eso decidimos hacer tiempo a ver si se despejaba mientras hacíamos un reportaje fotográfico a una manada de yaks que andaban por allí.

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Si, por fin podía fotografiar tranquilamente a estos curiosos animales sin hacerlo desde el coche o tren y sin que se tratara de un circo mediático.

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También os he de confesar que mi ansia por fotografiarlos me llevó a acercarme un montón, pero un par de ellos empezaron a mirarme y después a correr hacia mí. Yo me puse como una loca a gritar y a correr. Ni mal de altura ni nada, me dio un miedo brutal y supongo que no me iban a hacer nada, e igual no venía ni a por mí, pero vamos, que todas las demás fotos fueron desde lejos jajaja.

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Y para conocer un poco más a este animal os cuento que el yak es un mamífero bóvido de tamaño mediano y pelaje lanoso, nativo de las montañas de Asia Central y el Himalaya. Vive en las altiplanicies esteparias y fríos desiertos de Nepal, Tíbet, Pamir y Karakórum, entre los 4000 y 6000 metros de altitud, donde se encuentra tanto en estado salvaje como doméstico.

La palabra ‘yak’ es del idioma tibetano གཡག་ – yag, o gyag, donde solamente el macho es llamado así, la hembra es una dri o nak.

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Verlos pasar con la imagen de fondo de la base del Everest fue un momentazo, que pena que no se viera al completo porque probablemente habría sido mi portada de la entrada del blog.

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Cambiamos de objetivo y decidimos fotografiar (por si las nubes terminaban por no dejarnos ver nada) dos piedras que indicaban el lugar en el que nos encontrábamos.

Todo un reportaje aprovechado que salía el sol aunque el Everest seguía sin mostrarse.

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El pastor de la manada de yaks volvió a aparecer en escena y volvimos a fotografiar estos momentos mientras seguíamos esperando a que la cima del Everest se despejara, que estaba más tapada que tapada ¡qué angustia!

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El tiempo fue pasando y nosotros seguíamos allí, dando paseos hasta el límite permitido para los turistas (hay guardias controlando, por si a alguno se le está pasando por la cabeza saltarse el límite), sacando más fotos y esperando… También, viendo que el frío empezaba a ser potente, volvimos al refugio a cambiarnos para ponernos ropa de más abrigo.

Y suelen decir que el que espera desespera, pero en este caso no fue así y nuestra paciencia tuvo su recompensa ¡Se estaba despejando! Teníamos ante nuestros ojos al gran Everest, uno de nuestros objetivos del viaje y no hacíamos más que saltar de emoción ¡ay que momento! Lo escribo y se me ponen los pelos de punta, es que creo que no se me olvidará nunca.

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Lo estábamos viendo en su totalidad, allí estaba él, el coloso de piedra y el techo del mundo. Si hubiera sido un perrillo me habría puesto a dar vueltas en el suelo sobre mi misma de la alegría jajaja.

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Y como no, pusimos el trípode y nos sacamos unas fotos, una de ellas la más bonita que tenemos juntos de este viaje.
Y es que expresa lo que ahora al escribir esta parte del post vuelvo a sentir. Felicidad por lograr llegar allí superando las pruebas y retos que este viaje nos puso por delante desde un inicio, tener la inmensa suerte de verlo y sobre todo hacerlo JUNTOS. Porque no me puedo imaginar estar tan cerca del cielo sin mi ángel al lado. Suena un poco «ñoño» pero el Campo Base del Everest es uno de esos lugares mágicos que te remueven y te hacen sentirte afortunada por vivirlo y sobre todo afortunada por compartirlo.

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Además el sol salió tímidamente y aunque no nos permitió ver un atardecer iluminando íntegramente el Everest (que habría sido brutal) con eso nos conformábamos.

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El nombre del monte Everest en tibetano es Chomolungma o Qomolangma y significa «madre del universo». En otras ocasiones también se le llama «Diosa madre de las nieves».

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Cuando India era una colonia británica, un equipo de agrimensores decidió medir la altura de todas las cumbres del Himalaya. Se interesaron particularmente por una que superaba a todas los demás: la cima XV. Calcularon su altitud en 9.000 metros sobre el nivel del mar, lo cual convirtió a la montaña en la más alta del mundo.

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En 1865 le cambiaron el nombre por el de Everest, en honor a George Everest, un experto galés que se encargó de casi toda la topografía de India y actualmente su altitud oficial es de 8.848,86 metros.

Es el punto más alto de la Tierra y no hay que confundirlo con la montaña más alta del mundo, que es el Mauna Kea, en Hawái. Este otro coloso tiene 10.205 metros desde su base submarina en la depresión de Hawái hasta su cumbre. De esta altura total, 4.205 metros se encuentran sobre el nivel del mar.

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El frío y sobre todo la sensación térmica por el viento era butal y estar parados sacando fotos no ayudaba, pero es que nos daba igual, debíamos aguantar allí. ¿Y si mañana por la mañana estaba todo cubierto? No podíamos arriesgarnos, por lo que entre saltitos y emoción fuimos viendo como el Everest se iba oscureciendo sin perdernos ni un solo instante. Algunos como este muy divertido, sacándonos fotos de postureo internacional jajaja.

¿Os he dicho que estábamos muy contentos y muy emocionados? ¿No? Pues eso, me repito por si no ha quedado claro: estábamos como locos.

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Cuando ya la luz era escasa volvimos al refugio, no sin antes pasar por la zona del monasterio para sacar la imagen que antes veíais en la entrada de Rongbuk: la estupa con el Everest de fondo. Brutalidad máxima para despedir este día.

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La cena en el refugio decidimos hacerla por nuestra cuenta. Fuimos al comedor donde estaban todos los viajeros (que había calefacción y se estaba calentito), nos sentamos, pedimos unas bebidas y sacamos nuestro embutido al vacío bajo las atentas miradas de los que estaban a nuestro alrededor. Creo que hubieran pagado mucho por un bocadillo como el nuestro jajaja.

Y después de esto a la cama.
¿No tenéis curiosidad por saber cómo dormimos? Pues dormimos poco, mal y vestidos.
Yo dormí con el polar, la ropa interior térmica, los pantalones, hasta el gorro me lo dejé puesto y es que el frío en la habitación era brutal. Por encima, además de tener el saco de dormir y el nórdico nos pusimos los plumas y las cazadoras que habíamos traído. Yo solo rezaba por no tener que levantarme al baño, porque a ver cómo me levantaba con todo el «tenderete» que había montado.

Además, si encendíamos la manta eléctrica al principio estábamos bien, pero luego empezábamos a sudar y a ardernos la ropa. La quitabas y te morías de frío, vamos un lío. Eso acompañado de unos ruidos super raros que hacía una de las chicas que dormía con nosotros y que a la mañana siguiente supimos que era el respirador de la botella de oxígeno (no pasó muy buena noche). Vamos, que no pegamos ojo, yo al menos. Pero pese a todo esto mi estado de ánimo era: FELICIDAD EN GRADO MAXIMO.

DÍA 10: Campo Base Everest-Shigatse

Sonó el despertador. Era muy temprano y no se oía nada en el alojamiento. Salimos de nuestra trinchera y fuimos al «baño».
Los cristales de la habitación estaban totalmente empañados por lo que no podíamos ver si estaba despejado o no.

Mi marido salió fuera y volvió a la habitación con la cara desencajada corriendo y diciéndome «corre corre que ya está amaneciendo y hay demasiada luz».

Como estábamos vestidos no tuvimos que gastar ni un minuto en esto, añadimos a las capas que ya teníamos un abrigo de los potentes y cogimos los equipos.

Salimos del refugio y comenzamos a correr. Si, lo sé, correr por allí como dos locos no era la mejor decisión y a mí mi corazón me lo dijo claramente: me dio una taquicardia que me quedé blanca. Paré en seco y es que pese a estar muy bien y no tener ningún síntoma del mal de altura forzar corriendo a 5.200 metros pues como que no. Me recompuse y continuamos avanzando pero ya sin correr.

¿Y tantas prisas a que se debieron? Pues porque estaba totalmente despejado. Si señores si, el Everest se veía en todo su esplendor. Ni una sola nube tapándolo.

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Y no solo lo estábamos viendo, es que podíamos disfrutar de este espectáculo prácticamente solos, cuando en otras épocas aquello está hasta la bandera (además de no tener muchas opciones de verlo, por eso abril es un mes prefecto tanto para llegar aquí como para conocer Tíbet).

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Pero es que eso no era todo. El sol empezó a iluminar a nuestro querido Everest. Bueno, bueno, bueno. Alucinando era poco, ni nos lo creíamos.

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Llorar de emoción con esta estampa, sí. Un amanecer que se va los mejores de mi vida viajera, sí. Un momento que lo recordaré toda mi vida, sí.

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Estábamos paralizados y no solo por el inmenso frío que hacía, es que aquello era un sueño hecho realidad.

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Y allí, a 5.200 metros, solté uno de esos comentarios que se me ocurren por la pasión del momento, pero de los que luego difícilmente se me van de la cabeza: ¿y si montamos un viaje para ver el Everest desde su cara sur en Nepal?

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Esta idea espero hacerla realidad pronto. Es un viaje mucho más «sacrificado» porque requiere de un trekking para llegar hasta el mismo punto que hemos llegado en Tíbet en coche, pero creo que el poder tener las dos experiencias tiene que ser brutal. Aunque no poca gente me ha dicho que hemos visto la cara más bonita e impactante, la norte. Quiero ir para comprobar si es verdad o no.

Otra de las fotos que con más cariño guardo de este viaje es esta. Igual que os decía el día anterior, un momento mágico con la mejor persona que me puedo imaginar.

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Cuando el sol estuvo ya más alto la gente empezó a llegar. No entiendo como se pudieron perder el amanecer, esos segundos mágicos. Unas fotos más en la explanada y nos fuimos.

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Teníamos muchísima hambre y estábamos congelados (salvo en nuestro viaje a Laponia yo creo que nunca había pasado tanto frío) por lo que un desayuno calentito iba a ser nuestra salvación.
Pero no, no podíamos simplemente irnos, teníamos que sacar algunas fotos más. Y es que este punto, desde el que ayer fotografiamos la parte baja del Everest junto con la manada de yaks, hoy estaba sin yaks pero con una luz preciosa y con la compañía de dos monjas y dos pájaros que dieron mucho juego fotográfico. Era una composición que no podíamos dejar pasar.

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No me digáis que no es una foto impresionante (está mal que yo lo diga pero es que a mí me encanta).

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Ahora sí, dábamos por finalizada la sesión fotográfica y volvíamos a nuestra habitación para cambiarnos de ropa y después ir a desayunar.

Algo que me gusta siempre enseñaros de los refugios de montaña son las vistas desde mi cama. ¿Qué os parecen? Vale, hay postes de la luz, pero ver asomando por encima del muro al gran monte Everest es todo un lujazo que compensa el frío, el no dormir, los kilómetros, el dinero, todo, absolutamente todo.

Desde el patio igual, mismas vistas pero sin postes de la luz.

Después de desayunar, recogimos nuestras mochilas, las metimos al coche y nos despedimos de aquel lugar mágico. No es un adiós, es un hasta pronto Everest.

Algo que se me ha pasado comentaros es que NO pudimos acercarnos al campamento oficial del Everest, es decir, donde estaban las personas que iban a escalarlo. Estaban haciendo una importante labor de limpieza y la barrera de los turistas la habían cerrado un poco más atrás, por lo que el autobús que te acercaba hasta allí no funcionaba y andando no estaba permitido pasar. Algo que en ningún momento nos importó. El techo del mundo dicen que es también el estercolero del mundo y eso no puede ser.

En nuestro camino hacia Shigatse volvimos a parar en un mirador que el día anterior se nos había resistido, ya que, si recordáis, estaba todo nublado. A 5.198 metros y con todo despejado la panorámica cambiaba muchísimo y la cordillera del Himalaya lucía así.

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Ahora sí que podíamos distinguir a todos estos gigantes, con sus característicos picos y sus cumbres nevadas contrastando con el árido paisaje de los alrededores. Además, al ser temprano, en el mirador no había casi nadie.

Os muestro al Cho Oyu en la siguiente foto.

Los 8.848 metros del Everest impresionan de cerca, de lejos y desde todos los ángulos. Debates aparte de si es o no el techo del mundo (ya que dependiendo de desde donde se mida este honor se lo disputaría con el Kilimanjaro en Tanzania y el volcán Mauna Kea en Hawai como os he comentado antes) este pico y esta montaña nos había conquistado.

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El gigante que veis justo al lado del Everest, a mano izquierda es el Lhotse y en la siguiente foto os presento al Makalu (izquierda).

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Si el día anterior habíamos estado fugazmente en este mirador, hoy no nos movíamos de allí. Fotos de cerca, de lejos, seguíamos impresionados y pensábamos si alguna vez veríamos estos cinco gigantes de cerca. Uno ya lo habíamos tachado, ahora ya solo nos faltaban cuatro jejeje.

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Volvimos al coche pero no tardamos mucho en parar de nuevo. Otro mirador nos dejaba con la cara pegada a la ventanilla y Tenzin obviamente le dijo a nuestro conductor que parara.

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Y que me decís de este contraste…

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Pero en este mirador no solo teníamos esta fotogénica placa de relieve y los contrastes, unas banderas de oración a lo lejos ondeaban y nuestras mentes fotográficas no dudaron ni un segundo en ir hacia ellas y fotografiar nuevamente a nuestros ocho miles con ellas. Era una ocasión única.

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Y claro, no podía faltar nuestro querido Everest. Este photocall que le hemos buscado se pasa de bonito ¿verdad?. Precioso es quedarse corto. Tíbet, te estás superando de nuevo.

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Despedimos este impresionante paisaje con una foto de nuestro guía con dos locales y una moto muy auténtica. Broche fotográfico de lujo.

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Nuestro largo trayecto hasta Shigatse se hizo bastante pesado. Estábamos agotados de tantas emociones, de no dormir, del frío y aunque a ratos mirábamos por la ventanilla para ver este trayecto, la mayor parte del tiempo fuimos medio dormidos.

La comida fue en otro restaurante de carretera, de ambiente super local (donde teníamos una mesa de admiradores que no nos quitaron el ojo de encima en toda la comida) y con comida muy rica. La mala experiencia del primer restaurante por suerte no se había repetido.

En nuestro planning por Tíbet teníamos incluido parar en Shegar para ver su antigua fortaleza, pero no teníamos fuerzas y ver algo sin ganas solo por obligación no es nuestro estilo por lo que le dijimos a Tenzin que preferíamos ir directos al hotel de Shigatse: Manasarovar Hotel.

Alucinados nos quedamos cuando vimos que nos habían dado una suite enorme, con dos baños y un salón lleno de plantas. Hacía unas horas estábamos haciendo nuestras necesidades en una zanja en el suelo y ahora teníamos un baño para cada uno jajaja.

Algo que se me ha olvidado comentaros de los hoteles en Tíbet es el tema de las camas.

Ya tuve el inmenso placer de conocer la dureza de los colchones en China, sobre todo cuando estuvimos en el desierto de Badain Jaran (Inner Mongolia) y en Tíbet me encontré con el mismo panorama. No soy muy exigente para los colchones pero es que la dureza es tal que una de las noches tuve que ponerme un nórdico a modo de «amortiguador» en la cadera (suelo dormir de lado) porque me dolían muchísimo los huesos. Si os gustan los colchones piedra será vuestro paraíso pero si sois más de dormir estilo «entre algodones» acordaros de esto.

El restaurante del hotel estaba cerrado y aunque nos acercamos a uno que nos recomendó Tenzin como no nos dio muy buena espina, preferimos entrar en una tienda, comprar unos quick noodles e irnos a nuestra habitación a comerlos. Ducha reconfortante y a dormir como troncos.

Estos días en Tíbet y en el Everest no los íbamos a olvidar nunca. Lo que habíamos visto y vivido permanecerá en nuestro recuerdo para siempre, y es que no todos los días se está delante del techo del mundo. Pensábamos que todo lo importante de Tíbet ya lo habíamos visto, pero que equivocados estábamos, todavía faltaba una sorpresa muy especial que veréis más tarde.

DÍA 11: Monasterio Tashilhunpo, Kora Shigatse-Lhasa

Comenzaba otro día potente en nuestro viaje a Tíbet y es que hoy además de las visitas programadas debíamos regresar a Lhasa.

El desayuno lo teníamos incluido en el hotel y había bastante variedad, había que reponer fuerzas, que el día anterior no es que comiéramos mucho.

Nos encontramos con Tenzin en la recepción y nos montamos en el coche para poner rumbo a la primera visita del día.

Junto a los pies del monte Drolmari, al sur de Shigatse, se alza majestuoso el Monasterio budista Tashilhunpo.

Nos adentramos nuevamente en el fascinante mundo de los monasterios tibetanos, en este caso en uno que se encuentra en la segunda ciudad más grande del Tíbet y que fue fundado en 1447 por el primer Dalái Lama Gendun Drup (discípulo de Je Tsongkhapa).

El nombre completo en tibetano del monasterio significa «toda la fortuna y la felicidad reunida aquí» o «montón de gloria» y es la sede tradicional de los sucesivos Panchen Lamas, el segundo linaje tulku de mayor rango en la tradición Gelug del budismo tibetano, autoridad espiritual solo superada por Dalai Lama.
Los edificios color dorado que veis en la foto contienen las tumbas de los Panchen Lamas y el gran edificio blanco a mano derecha es donde se cuelga una thangka, que se puede ver desde prácticamente todos los rincones del monasterio.

Tashilhunpo en su apogeo albergó a más de 4.000 monjes y tuvo cuatro colegios tántricos, cada uno con su propio abad, pero en 1960 el monasterio fue desmantelado por el ejército chino mientras el Panchen Lama estaba ausente. Aunque, por suerte, se infligió menos daño al monasterio que a la mayoría de los otros alrededor del Tíbet.

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Nos adentramos en el entramado de callejuelas del monasterio, volviendo a respirar esa atmósfera tan especial que se siente en estos lugares de Tíbet.

Parada inevitable para fotografiar una kora dentro del recinto. Tenzin ya nos conoce a la perfección y directamente se para cuando ve escenas así.

Y es que no es para menos, Tíbet es muy auténtico, pero sus gentes lo son más aún.

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Después de esta mini parada nos dirigimos a la Capilla Jampa, uno de los lugares más impresionantes del monasterio, ya que allí se encuentra una figura de 26 metros de Jampa, el Buda del Futuro. Es el buda que ha de venir para completar la salvación de todos los seres vivos.

La estatua fue hecha en 1914 bajo los auspicios del noveno Panchen Lama e hizo falta 900 artesanos durante cuatro años para terminarla. Cada uno de los dedos de Jampa tiene más de 1 m de largo y está recubierta de 300 kilogramos de oro y piedras preciosas. Además, en las paredes que rodean la imagen hay más de mil pinturas de oro de Jampa. Impresionan las cifras ¿verdad?

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Continuamos visitando la Capilla de la Victoria donde vemos una impresionante estatua de Tsongkhapa y donde se encuentran las tumbas del décimo y el cuarto Panchen Lama (una impactante pagoda de 11 metros de altura llena de oro,85 kilos, y piedras preciosas).

En otro edificio pudimos visitar las tumbas del quinto al noveno Panchen Lama y que son una reconstrucción de las tumbas destruidas en la Revolucion Cultural.

Ejercicio: encontrad a los monjes en la foto. ¿Los veis?

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Continuamos la visita con el Templo Kelsang, en el corazón del monasterio Tashilhunpo, donde destaca su gran patio que es el centro de los festivales y actividades monásticas.

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Posar en la puerta de los templos donde hay fieles rezando no me gusta, pero mi marido de vez en cuando me saca estas fotos robadas entre locales que tanto me gustan.

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El muro que rodea el patio está cubierto por miles de imágenes de Sakyamuni en diversas posturas y expresiones.

La sala de asambleas es uno de los edificios más antiguos de Tashilhunpo, que data del siglo XV. Es un lugar oscuro, con filas de cojines y largos thangkas suspendidos del techo, que representan las diversas encarnaciones del Panchen Lama. Además también pudimos ver el trono de los Panchen Lamas.

Después de haber recorrido todas las salas Tenzin nos llamó super emocionado. La capilla donde se encontraba la tumba del primer Dalái Lama (Gendün Druppa) estaba abierta y según nos dijo esto es muy muy raro. Según sus palabras: «debéis ser personas muy buenas para tener la suerte de entrar en un lugar tan especial». Esto hizo que nuestra expectación y respeto al entrar a esta pequeña capilla fuera máxima.

Como os comenté cuando estábamos en Potala, el primer Dalái Lama nació cerca de Sakya (lugar que ya habéis visto) y fundó este monasterio de Tashilhunpo. Solo fue considerado Dalái Lama a título póstumo pero siempre será el primero y estábamos allí viendo donde descansaba. Incluso pudimos ver su huella del pie.

Impresionados salimos de allí y continuamos recorriendo las calles del monasterio, con imágenes y rincones de los que tanto nos gustan.

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Cuando íbamos a dar por finalizada la visita al monasterio escuchamos un barullo que nos resultaba familiar ¿era un debate? Sí, era un debate, por lo que ni nos lo pensamos y nos fuimos para allí. Fortuna doble ya que no esperábamos encontrarnos con algo así en Tashilhunpo.

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Ahora si, ahora ya tocaba salir del monasterio para hacer otro de los must de Shigatse: la Kora de Tashiluhnpo, pasando antes por el mercadillo que había a las puertas del templo (nos encanta ver estos puestos locales).

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Es un recorrido que lleva aproximadamente una hora y que pese a haber hecho ya la kora de Potala, Sakya o Jokhang nos encantó. No tanto el intenso olor de las hierbas que quemaban durante todo el trayecto, que a tramos hacía que no pudiéramos casi ni respirar.

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Rodillos de oración, fieles con sus molinillos, un artista con su guitarra y cabras fueron nuestros compañeros en esta increíble kora.

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Mirad que auténtico el hombre con la guitarra. Estuvimos un buen rato escuchándole, le agradecimos su música con algo de dinero y mi marido le sacó esta bonita foto.

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Por cierto, muy curioso las cabras comiendo la ceniza del enebro quemado por los fieles. Debía de estar muy rica porque se pegaban por ella y las vimos durante toda la kora.

Pero os estaréis preguntando ¿y qué es lo que hace especial a esta kora? A medida que íbamos subiendo las vistas eran cada vez más y más impresionantes.

Primero vistas al monasterio y a la ciudad.

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Segundo y más importante: vistas al impactante Dzong.

La primera vez que contemplé esta imagen tuve que parar y frotarme los ojos, porque me parecía que aquello era un espejismo. Era como una maqueta, tan perfecto, dominando la ciudad y con unas montañas de fondo que hacían que luciera aún más. Potala me encantó pero no me imaginaba que el Dzong de Shigatse me impactara tanto.

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El imponente Shigatse Dzong fue construido en el siglo XVII como un prototipo más pequeño del Potala de Lhasa. Tenía fortificaciones en forma de torre en los extremos y un Palacio Rojo central.

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Pero como gran parte de las construcciones en Tíbet, el Dzong fue destruido en 1961 (solamente quedaron unas murallas) después del levantamiento tibetano de 1959. Fue reconstruido en 2007 en el mismo lugar, aunque a menor escala pero eso para mí no le resta encanto porque ya veis que es impresionante.

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Continuamos la kora ya en bajada porque debíamos ir a comer y se estaba haciendo tarde. Pero es que no podíamos para de sacar fotos a cada paso. Nos estaba dejando alucinados ¡qué gran sorpresa y que contentos estábamos de haberlo incluido en ruta!

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¿Veis en la foto las filas de ruedas de oración? Esa es la kora que realizan los fieles y que nosotros también habíamos realizado, junto a rocas sagradas y un paisaje impactante.

Se terminaba este capítulo y nos despedíamos de un lugar mágico que nos había cautivado. Tashilhunpo nos gustó, pero esta kora era de otro planeta, de verdad, no os la perdáis por nada del mundo.

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Tenzin iba el pobre sudando, le metimos una paliza con la kora curiosa y estaba deseando llegar al restaurante para sentarse.

La comida de hoy estuvo genial, nos encantó tanto el sabor de los momos y de una especie de empanadilla que nos pidió Tenzin para probarla como el ambiente del local, con monjes comiendo a nuestro lado. No recuerdo el nombre y no lo apunté, pero vamos, que fuimos donde nos dijo el guía, que ellos saben bien donde comer.

Si, ya lo sé, que los monjes también tienen que comer, pero es que verlos en un restaurante a nuestro lado nos chocó muchísimo.

Después de comer volvimos a la entrada del monasterio para coger el coche y despedirnos de Shigatse.

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La siguiente parada de la ruta era un punto ya conocido, Lhasa, y aunque estuvimos valorando ir en tren en vez de coche (ahorrábamos dos horas) ya habíamos visto todo lo que queríamos en Shigatse, con debate y tumba del primer Dala Lama incluido, por lo que no tenía sentido. Así no dejábamos que nuestro conductor hiciera el viaje solo y aburrido jejeje.

Y llegamos nuevamente a nuestro querido Yak Hotel. Parecía que habíamos estado allí hacía siglos, la de aventuras, nervios y alegrías que habíamos tenido desde entonces. Jamás pensamos que todo saldría tan bien y que regresaríamos a Lhasa con la cámara y la retina llena de recuerdos impagables.

Como íbamos bien de tiempo optamos por ir a cenar a nuestro restaurante favorito de Lhasa (Tibetan Family Kitchen) y así irnos a dormir pronto para rendir al día siguiente.

Hamburguesa de yak y unas verduras (todo estupendo, como siempre) y a descansar.

Día 12: Monasterio Ganden, Kora Ganden, Lhasa

Hoy los planes los habíamos cambiado de antemano. La idea inicial era ir a conocer el Lago Namtso, pero después de las palizas que nos habíamos dado de coche (ir hasta el lago era sumar muchos kilómetros más), que Tenzin nos había comentado que la carretera estaba todavía muy mal y que yo había fichado un monasterio que no quería perderme. La decisión fue fácil. Cambiábamos el lago Namtso por el Monasterio Ganden y su kora, y veréis que acertada fue la decisión porque vivimos otro momento inolvidable del viaje por Tíbet.

Este cambio os he comentado que lo habíamos hecho con anticipación y es que, como he comentado muchas veces, no se puede acceder a ningún lugar fuera de Lhasa sin haber solicitado los permisos correspondientes. Y esto como lo decidimos antes, le dimos tiempo a Tenzin a hablar con su oficina y que nos lo tramitaran.

Después de un desayuno más que aceptable nos montamos en el coche y pusimos rumbo al monasterio (que no está en Lhasa sino a 40 km de allí).
Parada de rigor en el control, teniendo que salir del coche y presentar nosotros mismos los pasaportes ante los policías chinos, registro del coche y avanzamos.

Este control nos sorprendió bastante porque simplemente íbamos a visitar un monasterio, pero al llegar allí entendimos el porqué de tanto registro.

Si recordáis, cuando hicimos nuestras visitas en Lhasa estuvimos en el templo Ganden, y aquí os maticé que no lo confundierais con el Monasterio Ganden. Y es que como vais a ver son lugares totalmente diferentes.

Curvas de infarto para subir a 4.300 metros y ponerle cara a este monasterio que parece sacado de una película. Con unos paisajes desde donde aparcamos el coche impresionantes.

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Con forma de anfiteatro de colores está situado en la cima de la montaña Wangbur. Ganden significa «alegría» y es el nombre tibetano de Tuita, el cielo donde se dice que reside el bodhisattva Maitreya.

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Fue fundado por Tsongkhapa en 1409 con grandes estatuas y mandalas tridimensionales y murió allí en 1419.

El Monasterio de Ganden fue completamente destruido por el Ejército Popular de Liberación durante el levantamiento tibetano de 1959. En 1966 fue bombardeado por la artillería de la Guardia Roja y los edificios fueron reducidos a escombros.

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La mayor parte del cuerpo momificado de Tsongkhapa fue quemado, pero su cráneo y algunas cenizas fueron salvados del fuego por Bomi Rinpoche, el monje que había sido obligado a llevar el cuerpo al fuego.

Lo que estáis viendo es una reconstrucción, como pasa en muchos monumentos de Tíbet, pero que nuevamente nos impresiona.

¿Veis toda la gente que hay? Esto no nos había pasado en ningún monasterio y es que tuvimos la inmensa suerte de coincidir con una celebración. Luego veréis lo especial de esto.

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Lo primero que hicimos fue la Kora de Ganden, un recorrido en el que pudimos disfrutar de unas impresionantes vistas del valle Kyi-chu. Si el día anterior habíamos hecho una kora con unas vistas increíbles al Dzong hoy tocaba kora con vistas increíbles a las montañas.

Siguiendo las agujas del reloj comenzamos el camino ascendiendo y viendo el monasterio de lado. En esta kora tocaba sudar y además hacerlo a 4.300 metros, pero de verdad que merece mucho la pena y no es un esfuerzo sobrehumano. Tenzin no opinaba lo mismo, le estábamos machacando en este viaje jajaja.

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Llegamos a un punto en el que ya no veíamos el monasterio, estábamos en la parte trasera de la montaña y lo que teníamos delante era un inmenso valle de una belleza impresionante y donde el único sonido era el viento y las banderas de oración.

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En las rocas, pudimos ver de cerca las escaleras que estaban pintadas en ellas y que durante nuestro trayecto al Campo Base del Everest tanto nos llamaron la atención.
Estas escaleras simbolizan una escalera espiritual que permite ascender a los niveles superiores de la conciencia.

A estas alturas del viaje me sigue fascinando la devoción que tienen los fieles en Tíbet. Hacer una kora así, postrándose en el suelo del camino lleno de piedras y en muchos tramos en pendiente tanto ascendente como descendente me parece digno de admiración.

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Y para los que quieran añadir un poco más de intensidad al camino, al llegar a este punto donde veis un montón de piedras podéis rodearlo a la pata coja para tener buena suerte ¿os animáis?

Aquí también nos encontramos con numerosos puntos de quema de incienso de enebro. Y mirad que fotón nos sacó Tenzin.

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Y por fin llegamos al punto más alto de la kora, donde ya comenzaba el camino descendente y donde las banderas de oración daban mucho juego fotográfico.

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Estuvimos un buen rato descansando, sacando fotos y admirando el inmenso paisaje. Ay Tíbet, no nos hemos ido y ya sabemos cuánto te vamos a echar de menos.

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Comenzamos el camino de bajada viendo más paisajazos, las curvas de subida al monasterio y respirando ya un poco mejor al no tener que hacer tanto esfuerzo.

Llegamos a una pequeña capilla en la que Tenzin nos explicó una historia del lugar, pero es que no la recordamos ninguno de los dos muy bien al no haberla apuntado. Creo que era de una roca que apareció pintada con forma de buda, pero no os lo puedo decir seguro. Si vais por favor preguntadlo y así actualizo esto.

Entramos y sacamos un par de fotos, el sitio era muy pequeñito y la luz muy escasa, como en casi todos los templos.

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Y continuamos el camino, con acompañante volador incluido, y despidiéndonos de esta kora que había resultado ser impresionante.

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Pronto el monasterio apareció de nuevo. Lo estábamos viendo desde el otro lado, ya que habíamos rodeado toda la montaña. Tocaba visitarlo, pero antes nos esperaba un gran momentazo.

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El momentazo llegó cuando yo que me quedé rezagada sacando fotos, giro la esquina que veis en la foto anterior y me encuentro al guía y a mi marido hablando y riendo con los monjes.

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¿Cómo? Hasta ese momento jamás habíamos tenido un trato tan cercano con ellos. Tanto que hasta nos sacamos una foto donde se sumó la cabra y todo posando. Les enseñamos fotos de nuestro viaje por Tíbet, Tenzin traducía lo que nos decían y yo os aseguro que hubiera pagado lo que fuera por poder hablar directamente con ellos (con un chip traductor en la cabeza jajaja). Fue algo que nunca olvidaremos.

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Después de esto y con los nervios en el cuerpo por ese tiempo que pasamos allí sentados en el banco con los monjes del Monasterio de Ganden, empezamos la visita al monasterio.

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Como os comentaba al principio, tuvimos la inmensa suerte de coincidir con una celebración en el monasterio. Si, Tenzin aquí nuevamente nos dijo lo afortunados que habíamos sido durante todo el viaje.

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Esto parecía ser el broche perfecto al día y al viaje, porque asistir a una celebración y ver a todos los fieles y a los monjes allí sentados en las salas que hasta el momento habíamos visto vacías en otros monasterios, fue otro subidón que ni nos lo creíamos. Un momento único y muy especial.

Fijaros en el colorido de la sala de reuniones, no me digáis que no es una brutalidad.

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Como veis, pudimos fotografiarlo (con la cámara del móvil, siempre de lejos y con respeto) y pese a la mala calidad por la escasa luz (por no decir casi nula) y la cámara del móvil, la experiencia fue una pasada. Os dejo algunas fotos más de esta sala y un video de este momento. Todavía al verlo se me ponen los pelos de punta.

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Continuamos la visita admirando un mandala impresionante. Hasta ahora habíamos visto bastantes, pero nunca los habíamos podido fotografiar (porque no lo permitían o porque había que pagar).

Otra sala del monasterio y otro momento inolvidable. Nos quedábamos petrificados viendo estas escenas y encima ni un solo turista, solos allí con todos los locales.

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Y otro vídeo para que sintáis un poco más la espiritualidad del lugar y del momento. Si nos pinchan no sangramos. Ya veis que son muy cortitos porque no queríamos abusar.

Terminamos las visitas y salimos nuevamente al exterior del monasterio.

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Aprovechamos para fotografiar algunas instantáneas más. Nos íbamos despidiendo de un monasterio y de una kora muy especial.

A las afueras del monasterio habían montado bastantes puestos de comida y Tenzin nos compró unas patatas fritas estilo Tíbet que estaban riquísimas. La gente se nos quedaba mirando como las vacas al tren, mientras nosotros no perdíamos detalle de cada puesto (esta vez dejando la cámara de lado).

Nos montamos en el coche y, ahora sí, dijimos adiós a Ganden, uno de los monasterios más impactantes de nuestra ruta por Tíbet.

La llegada a Lhasa desde el monasterio nos brindó un par de panorámicas diferentes del Palacio de Potala que no pudimos resistir a inmortalizar con la cámara (pese a ser desde el coche).

Tenzin nos dejó en el hotel. Teníamos la tarde libre para organizar la maleta y dar una última vuelta por la ciudad.

No queríamos desaprovechar esas horas pero necesitábamos un descanso, por lo que nos acercamos a tomar un café a nuestra cafetería favorita: The Summit Café, donde estos simpáticos amigos tenían la misma cara que nosotros antes de tomarnos el café jajaja.

Ya más despejados y descansados hicimos por última vez la kora de Barkhor aprovechando para comprar los recuerdos del viaje que habíamos fichado en nuestros primeros días en Lhasa.

Esta es la kora que más veces hemos hecho en Tíbet, nos habremos ganado algo por eso ¿no? jejeje. Y pese a haberla recorrido tantas veces no podemos evitar volver a fotografiarla, con estas escenas tan auténticas que guardaremos para el recuerdo.

Nuestro tiempo en Lhasa se acababa, nuestro tiempo en Tíbet también y cuando llegamos al final de la kora sabíamos que aquello era también un final para nosotros.

Con cajas de incienso para unos cuantos años, nuestro molinillo de oración y un par de pulseras dimos por finalizadas las compras. Nos tentaron los mandalas pero no sabíamos el tamaño ni el lugar donde ponerlo en casa y al final no lo compramos. Buena excusa para volver a Tíbet, porque ahora ya tengo un sitio fichado en casa y eran preciosos.

La última cena ¿adivináis donde fue? Si, Tibetan Family Kitchen, con unos momos y un par de platos de verduras. Exquisito como siempre y con la amabilidad de su personal, que ya nos conocía y nos recibía con una gran sonrisa.

Que agridulces son las últimas horas de un viaje, tan bonitas por todo lo vivido pero tan tristes porque ya no hay más aventuras.

Con el recuerdo de un día maravilloso volvimos al hotel y nos acostamos por última vez en las duras camas tibetanas. Hasta eso echaría de menos. Ay Tíbet, Tíbet, Tíbet…Como nos has conquistado.

Día 13: Lhasa-Xi’an

Despertador, acondicionamiento, desayuno y bajada de maletas por las escaleras infernales jajaja. Tenzin y nuestro conductor nos esperaban para llevarnos al aeropuerto.

¡Qué pena! Había sido todo tan intenso y lo habíamos pasado tan bien que no queríamos coger ese avión. Hasta volvimos a fotografiar Potala con la luz del amanecer desde el coche. Hasta pronto Tíbet, sabemos que volveremos a verte. Seguro que esas montañas dentro de no mucho nos vuelven a llamar.

Nos despedimos de Tenzin y de nuestro super conductor agradeciéndoles infinitamente lo bien que se habían portado con nosotros durante todo el viaje por Tíbet, su paciencia y su buen humor.

Pasamos los controles del aeropuerto y puntuales embarcamos hacía Xi’an.

El vuelo llegó puntual y cogimos un taxi para ir al mismo hostel en el que nos habíamos alojado a la ida: Pusu Jade Boutique Hotel.

Dejamos las maletas y como teníamos algunas horas por delante, decidimos ir a dar una vuelta por Xi’an, concretamente por la zona de Barrio Musulmán. En nuestro anterior viaje a China no lo habíamos visto por falta de tiempo y ahora era la ocasión perfecta.

Muchísimos puestos y muchísima gente, volvíamos a la China que conocíamos y que dista, por suerte, bastante de Tíbet, aunque cada vez la estén cambiando más.

Aquí no nos animamos a cenar, buscamos algo un poco más «normal» y terminamos en un Pizza Hut con unas vistas privilegiadas a la Torre de la Campana.

Ya era de noche pero decidimos dar una última vuelta para ver la Torre de la Campana y la Torre del Tambor iluminadas. No llevábamos trípodes como la anterior vez y no nos importaba porque lucen super bonitas de noche.

Hacía una noche estupenda y la gente estaba en la plaza que hay justo entre las dos torres sentada disfrutando de las vistas.

Nosotros nos acercamos hasta la Torre del Tambor y vimos que estaba todavía abierta ¿entramos? Venga, si, que así vemos como son por dentro estas torres.

Íbamos con el tiempo justo, de hecho apenas quedaba nadie en la torre por lo que tuvimos que darnos vidilla en verla pero nos encantó, tanto el interior como las vistas desde su parte más alta a la Torre de la Campana.

Además la luna acompañaba a esta estampa. Veíamos Xi’an sin la contaminación del anterior viaje y eso nos gustó, ya que el recuerdo que teníamos de la ciudad no era especialmente bueno.

Ahora ya tocaba regresar al hotel.
Teníamos un largo viaje al día siguiente y había que descansar un poco. Si os fijáis no enlazamos el vuelo de Lhasa con el de Madrid en el mismo día para evitar que hubiera algún problema y perdiéramos el vuelo principal de vuelta a casa. Preferimos siempre viajar con margen, pero si no tenéis días y os cuadran los horarios no tendríais que volver a parar en Xi’an.

Con la foto de una de las torres de la muralla de Xi’an iluminadas (muy cerca de nuestro hotel) nos despedíamos de la ciudad.

Día 14: Xi’an-Madrid

Después de un sueño reparador (las camas del hostel son de lo mejor que hemos probado en China en los dos viajes) y una ducha en ese baño tan chulo bajamos a desayunar. Un café y un par de bollos industriales era lo que había, bastante escaso por no llamarlo de otra forma pero suficiente para quitar el hambre.

No habíamos madrugado y aunque nuestro vuelo salía a las 14:40 y teníamos una horita para poder dar otra vuelta por Xi’an preferimos descansar en el hotel, ordenar bien las cosas e ir con tiempo al aeropuerto. Aquí ya no escuchábamos Tashi Delek (buenos días) como en Tíbet y lo echábamos de menos. Nihao no suena igual.

El viaje a Tíbet había sido todo un regalo, un reto superado y un sueño cumplido. Una aventura que nos había impactado, emocionado y de la que nos llevábamos grandes momentos en la retina y en el corazón. Porque si algo tiene Tíbet es que te llega corazón.

Su Santidad el Dalái Lama decía: “Ve al Tíbet y visita muchos lugares, tantos como puedas. Luego, cuéntaselo al mundo”.
Nosotros habíamos cumplido con la primera parte haciendo el viaje, y ahora que os he contado todas nuestras aventuras, también he cumplido con la segunda. ¿Os animáis a hacer realidad vosotros también este consejo del Dalái Lama? Os aseguro que no os arrepentiréis.

Como siempre, muchas gracias por leerme. Si tenéis alguna duda podéis escribir en los comentarios de esta entrada y os responderé lo antes posible (así todos los viajeros lo podrán leer).
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Salud viajeros.

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2 comentarios

  1. Jesus

    Un gusto leer tus posts. Enhorabuena, que preciosidad de lugar!!

    • Conchi

      Muchísimas gracias!!! Tíbet fue un viaje muy especial y escribir este post me ha hecho rememorarlo y volver a disfrutarlo. Un abrazo!

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