Trineos de perros, hoteles de hielo, iglús de cristal, motos de nieve por el mar congelado… Suena bien ¿verdad? Nada de esto sabía que se podía hacer en la Laponia Finlandesa hasta que un anuncio de auroras boreales llamó mi atención y me puse a investigar.
Resultó ser un escapada donde vivimos una de esas experiencias viajeras que se te quedan grabadas para siempre.
¿Queréis saber todo lo que hicimos?
DATOS PRÁCTICOS
– Ruta: La distribución del viaje la hicimos de la siguiente forma:
- España-Helsinki
- Visitas ciudad Helsinki
- Excursión en el día a Tallin
- Helsinki-Kemi
- Safari en moto de nieve por el báltico helado hasta el rompehielos Sampo y campamento de pastores de renos. Cena en castillo de hielo
- Kemi-Saariselkä: noche en iglú de crista
- Noche en cabaña de madera y safari nocturno en moto de nieve
- Safari con huskies y noche en cabaña de madera
- Saariselkä- España
-Vuelos: Los tres vuelos de este viaje los hicimos con la compañía Finnair. El vuelo directo Madrid Helsinki, el vuelo interno de Helsinki a Kemi/Tornio y el de Ivalo a Helsinki.
-Desplazamientos: Para ir desde el aeropuerto de Helsinki al centro cogimos el Finnair city bus. Podéis ver los horarios y comprar los billetes en su web. El billete cuesta 6,60 euros por persona.
Para la escapada a Tallín reservamos los billetes de ferry con la compañía Eckerö Line en su página web (podéis hacer la reserva aquí).
El trayecto Kemi Kakslauttanen lo hicimos en dos partes: una primera en tren hasta Rovaniemi reservando los tickets por internet en la web de VR (podéis hacer la reserva aquí) por 17 euros por persona y una segunda en autobús hasta Kakslauttanen desde la web de Matkahuolto (podéis reservar los billetes en este enlace) por 47 euros por persona.
-Seguro: En todos los viajes internacionales nos gusta llevar un seguro privado. Viajamos mucho más tranquilos y lo consideramos parte imprescindible en la organización del viaje. Es un gasto,si, pero no hay nada más importante que la salud y más cuando estás fuera de casa.
La compañía con la que siempre reservamos es Iati Seguros, tienen un montón de opciones y si vais a hacer actividades de aventura hay seguros que las incluyen expresamente.
Si accedéis a través de este enlace o pincháis en la foto, tendréis un 5% de descuento.
-Actividades: Las actividades son el punto fuerte de este viaje. Son experiencias increíbles que os recomendaría no perderos pese a que el precio es elevado. Fueron las siguientes:
- Cena en restaurante del hotel de hielo de Kemi. La reservamos en la web Visitkemi. Pagamos 71 euros cada uno por la entrada y la cena (hay varios menús para elegir) y os recomiendo optar por la cena y no la comida para poder ver el hotel con la iluminación nocturna y recorrerlo sin gente.
- Safari en moto de nieve por el báltico helado hasta el rompehielos Sampo y safari de renos.
- Safari de Huskis en Saariselkä.
- En busca de las auroras en moto de nieve, excursión nocturna.
Estas tres últimas excursiones las contratamos a través de la web www.elblogdefinlandia.com. Las reservas las gestionan con Lapland Safaris, pero ellos te prestan toda la ayuda y aclaraciones que les pidas en español. No sale más caro que contratándolo con Lapland directamente y su servicio y atención fueron excelentes.
EQUIPO
Elegimos visitar Finlandia en el mes de Marzo. Queríamos disfrutar de las actividades de invierno pero sin renunciar a las horas de luz y teniendo opciones de ver la Aurora Boreal.
Al decidir ir en invierno, la ropa que llevamos era de mucho abrigo: camisetas térmicas, forros polares, guantes, gorro, bufandas, bragas para el cuello y la ropa que tenemos de esquiar (pantalones y chaqueta impermeables y que no dejan pasar el viento). Llevamos también un buen calzado que nos protegiera del frío y la humedad de la nieve.
Las empresas que ofrecen actividades de nieve proporcionan también trajes térmicos y calzado adecuado para realizarlas, pero yo os recomiendo llevar el vuestro propio porque este equipo se pone encima del que llevas. Os dejo un dibujo con el famoso «sistema de capas».
El equipo fotográfico para las Auroras Boreales, al igual que os expliqué en la entrada de Islandia, se compuso de trípode, disparador y un objetivo gran angular muy luminoso. Para el resto de actividades no hace falta ningún accesorio especial.
Una página web que os recomiendo para ver la actividad de la Aurora Boreal es la del Instituto Geofísico de la Universidad de Alaska y recordad que se necesita que haya cielo despejado, oscuridad y actividad solar para poder apreciar a la Gran Dama del Norte.
Día 1: España-Helsinki
Como muchas otras veces, nos tocaba pegarnos un buen madrugón. Es curioso, pero el sonido del despertador cuando estamos de vacaciones no molesta ni lo más mínimo. Pasa de ser un ruido odioso que hace que te levantes suspirando, a una melodía agradable que te hace saltar de la cama con la mayor de las sonrisas.
Después de tres horas de coche hasta Madrid, la típica espera en el aeropuerto comprando revistas y chuches y un vuelo sin incidencias, llegamos al aeropuerto de Helsinki cuando todavía era de día. Cogimos el Finnair city bus que nos dejaría en el centro de la ciudad en media hora y nos bajamos en la estación central de tren (ya que era la parada más cercana a nuestro hotel). En quince minutos caminando llegamos al Glo Hotel Art, un castillo de estilo Art Nouveau que data de la década de 1900, muy bien situado, con habitaciones elegantes y muy limpias.
Como era la hora de cenar decidimos ir a probar un restaurante japonés muy cercano al hotel y con muy buenas opiniones: Ravintola Koto. Teníamos antojo de japonés y fue muy buena opción porque había muy buen ambiente y la comida era fresquísima. ¡Y a dormir!
Día 2: Helsinki
Para hoy habíamos decidido recorrer la ciudad. Helsinki no tiene muchas cosas impactantes para ver, pero un día se le puede dedicar. Además, el tiempo no auguraba lluvia ni nieve, que era mi temor. Desayunamos en el restaurante del hotel, ubicado en la bodega del castillo, y nos pusimos en marcha.
La primera parada fue Vanha Kirkko, la iglesia más antigua de Helsinki, construida de madera y ubicada en un parque muy tranquilo cercano a nuestro hotel.
Después nos acercamos a la zona del puerto.
Allí podéis visitar el mercado viejo de Helsinki Vanha Kauppahalli donde hay productos finlandeses, cafés, verduras etc. Nosotros nos lo encontramos cerrado por lo que no lo pudimos ver, una pena porque nos encantan los mercados y siempre que tenemos ocasión los recorremos fotografiando sus puestos y a sus vendedores.En esta zona, desde la distancia, se pueden ver las dos catedrales de Helsinki.
Desde aquí nos acercamos a ver la Catedral Ortodoxa Uspenski. Está construida en ladrillo rojo y coronada por cúpulas verdes y doradas y es digna de ver tanto por fuera como por dentro. En la parte posterior de la catedral, se conserva una placa conmemorativa del zar Alejandro II, que era el Gran Duque de Finlandia durante la construcción de la misma.
Y de una catedral a otra: Catedral Luterana de Helsinki (Helsingin tuomiokirkko), la imagen icónica de la ciudad, de estilo neoclásico y sin apenas decoración en su interior. Se encuentra en la Plaza del Senado, fue construida como homenaje al Gran Duque Nicolás I, zar de Rusia, y hasta 1917 se llamó Iglesia de San Nicolás.
Dimos una vuelta por los alrededores y volvimos a la plaza del mercado para coger el ferry hacia la Fortaleza de Suomenlinna (podéis ver la web de Suomenlinna en español aquí con los horarios de los museos e información general).
Al llegar a Suomenlinna lo primero que hicimos fue acercarnos al Cafe Vanille, una casita de madera donde tomamos un caldo y un sándwich. Apenas había gente en la fortaleza y la mayoría de las tiendas estaban cerradas al ser invierno, por lo que la isla tenía un aire decadente muy interesante.
Lo primero que se ve caminando desde el muelle del ferry es la iglesia de Suomenlinna, austera y poco agraciada pero curiosa, ya que sirve de faro marítimo y aéreo.
Hay una ruta señalizada para seguir a pie de poco más de kilómetro y medio que recorre todos los puntos de interés, aunque con desvíos y fotos se alarga bastante. Lo que más me impresionó fue ver el mar helado, la verdad.
Uno de los puntos interesantes de la fortaleza es el submarino. Fue lanzado al mar en 1933 y llegó a participar en la II Guerra Mundial. Por dentro como estaba cerrado no tuvimos ocasión de verlo pero merece la pena, al menos, visitarlo por fuera.
Pasado el puente que une dos de las islas se atraviesa una zona de túneles de la antigua fortaleza y se llega a la Plaza de Armas.
Después de todo este recorrido estábamos muertos de frío (allí el aire pega muchísimo) y decidimos coger el ferry de vuelta para ver la iglesia excavada en roca de Helsinki: Temppeliaukio. Esta iglesia luterana no sólo se usa para dar misas. Fue diseñada también para tener una buena acústica por lo que dentro de ella se realizan conciertos. No lo pudimos comprobar, pero dicen que un cura metalero ha unido música y heavy en ella y celebra su misa heavy metal allí. Podéis ver un vídeo en este enlace de youtube.
Una iglesia que nos faltó por ver fue la Capilla del Silencio Kamppy, una estructura de madera con forma de medio huevo. Es un lugar muy curioso, ideal para meditar y sin decoración alguna, pero estábamos muy cansados y preferimos ir a entrar en calor en un restaurante del centro y cenar. Al día siguiente debíamos madrugar mucho para coger el ferry a Tallín por lo que nos pareció la mejor opción.
Día 3: Excusión a Tallín
Hoy teníamos que coger el ferry a las 8:30 a.m. por lo que había que madrugar para poder desayunar algo rápido y estar en la terminal de ferry con tiempo suficiente para embarcar (desde nuestro hotel a la West Terminal teníamos veinte minutos caminando).
El trayecto hasta Tallín fue de dos horas y media y se nos pasaron volando gracias a la música y los bailes de los pasajeros. Nos quedamos alucinados al ver que la gente a las 9 de la mañana ya estaba pidiendo cervezas en el bar y bailando, muy animados ellos.
También nos atrevimos a salir a la cubierta a sacar fotos pese a que no era sencillo. Pegaba muchísimo el viento y el frío hacía que se te congelaran hasta las ideas, pero allá que fuimos. El ferry iba rompiendo las placas de hielo a su paso y el sol tímidamente hacía brillar a esa inmensidad helada. Un amanecer precioso y diferente, merece la pena asomarse si no tenéis mal tiempo.
Llegamos a Tallín a las 11 de la mañana y el billete de ferry de vuelta era a las séis y medía de la tarde, por lo que teníamos tiempo más que suficiente para recorrer esta pequeña y encantadora ciudad que hace que te trasportes a la época medieval nada más llegar. De hecho, la ciudad vieja de Tallín es una de las ciudades medievales mejor conservadas del este de Europa. Es una delicia pasear por sus calles y admirar la magia y el encanto que trasmite la capital de Estonia.
El trayecto desde la terminal de ferry hasta el centro se hace a pié sin problema. No hay más de 20 minutos andando hasta la Catedral de Alejandro Nevski y merece muchísimo la pena perderse por sus calles y sentir el encanto del que os hablaba antes.
Nada más llegar veréis el macizo bastión conocido como Margarita la Gorda, que era una de las puertas de la ciudad medieval y que actualmente es la sede del museo marítimo. Hace muchos años, las aguas del mar Báltico llegaban hasta esta zona de la ciudad, de manera que ésta era la puerta marítima.
Las calles de Tallín te sorprenden a cada paso. Callejones misteriosos, edificios con fachadas en las que la pintura ya no existe y se ve el ladrillo de debajo, calles empedradas, puertas de las que parece que va a salir un caballero con su espada junto a una damisela…Todo parece un decorado de una película medieval.
Algo que vais a ver desde todos los puntos de Tallín es la Iglesia de San Olaf, una iglesia del siglo XIII, que cuando se construyó, con sus 123 metros (dicen que originalmente, se levantaba hasta los 154 metros), era el edificio más alto de Europa. Se puede subir al campanario (nosotros no lo hicimos).
Continuamos nuestro recorrido subiendo a Toompea (barrio alto) para poder ver una de las joyas de Tallín: la Catedral ortodoxa de Alejandro Nevski. Su construcción se hizo durante el periodo en el cual Estonia formaba parte del Imperio Ruso, de ahí que esté basada en el antiguo modelo arquitectónico ruso. Es impactante y uno de los imprescindibles de la capital. Justo enfrente está el Parlamento estonio, un edificio color rosa que distinguiréis muy fácilmente.
Viendo esta catedral apunto mentalmente que Rusia es un destino muy a tener en cuenta para un futuro.
En la zona alta también podemos ver la Catedral Luterana de Santa María.
Continuamos recorriendo las calles de Tallín hasta llegar a la zona de las murallas. Cada rincón se merecía una foto ¡cómo nos gustan este tipo de ciudades donde gastas una tarjeta de memoria enterita sin darte cuenta!
Nuestro estómago ya iba diciéndonos que era la hora de comer, por lo que dejamos esta zona y nos dirigimos hacia un restaurante que tenía fichado en la Plaza del ayuntamiento (Raekoja Plats), con sus bonitas casas de colores y una de las farmacias más antiguas de Europa (de 1422). En la torre del ayuntamiento (de 64 metros de altura) podréis ver al Viejo Tomás, símbolo de la ciudad, como veleta en su parte más alta y unos curiosos dragones sobresaliendo de los muros del edificio del ayuntamiento a modo de gárgolas.
El restaurante que elegimos para comer fue el Olde Hansa, una posada medieval perfectamente ambientada en esta época donde comes a la luz de las velas. Puede parecer una «turistada» pero de verdad merece la pena.
La comida y el trato muy bueno y el local tiene muchísimo encanto. Para nosotros un imprescindible. Podéis visitar su web aquí.
Si no quisierais comer algo tan contundente como el codillo que nos metimos entre pecho y espalda o las alubias, hay una taberna con encanto y estilo medieval en los bajos del ayuntamiento llamada III Draakon con comida mucho más básica pero rica y barata.
Después de comer volvimos a las calles de Tallín para apurar las últimas horas antes de coger el ferry.
Desde el restaurante y paseando por una de las calles comerciales de Tallín (Calle Viru) llegamos a la Puerta Viru, uno de los principales accesos a la ciudad antigua. Actualmente solo se conservan dos torres pertenecientes a la antigua muralla. Estas dos torres parecen sacadas de un cuento, faltaba la princesa Rapuncel con su larga melena rubia asomando por una de las estrechas ventanas.
Seguimos por la Calle Müurvahe hasta llegar al callejón de Katarina (Katarina Käik), un bonito pasadizo donde antiguamente se ubicaban los artesanos de la ciudad y que está lleno de arcos que pertenecían a un antiguo convento que se encontraba en el lugar. Este pasadizo tiene un encanto especial y al no ser temporada alta todas las tiendas estaban cerradas, por lo que teletrasportarte al siglo XIII era sumamente sencillo. Es una de las calles más fotografiadas de Tallin y si vais entenderéis porqué.
Mi idea era visitar el mirador Patkuli a última hora (con el sol bajo) pero no fuimos conscientes del tiempo y tuvimos que sacrificar esta preciosa estampa para no perder el ferry.
Si tenéis tiempo no os lo perdáis, a mí me dio una rabia horrible no poder ir porque me encantan las fotos panorámicas al atardecer.
De camino a la estación marítima pudimos ver la Iglesia del Santo Espíritu situada a espaldas de la Raekoja Plats. Esta iglesia gótica tiene en su fachada el reloj más antiguo de Tallín (de 1684).
Tomamos ya la calle Pikk para salir por las murallas y despedirnos una de las ciudades de cuento mas recomendables de Europa.
Tallín nos había enamorado y es que mirad con que imagen nos despedíamos de ella desde el ferry. Sin palabras.
Nuevamente los pasajeros del ferry nos amenizaron el viaje con sus bailes. La fiesta que tenían montada era aún mayor que en el trayecto de ida. No he estado nunca en un crucero porque no es una forma de viaje que me llame la atención, pero supongo que será algo parecido.
Volvíamos agotados pero encantados por haber decidido visitar esta maravillosa ciudad y muy animados porque lo que teníamos por delante era lo más esperado del viaje: Laponia.
Día 4: Kemi
Hoy abandonábamos Helsinki para poner rumbo a Laponia. Mi gran preocupación para esta etapa del viaje eran las condiciones meteorológicas. Todas las actividades eran al aire libre y si había ventiscas o temporal iba a ser imposible realizarlas. Por lo que lo primero que hice nada más levantarme fue ver la previsión del tiempo actualizada. Teníamos suerte, los siguiente dos días no daba lluvia ni nieve por lo que libraríamos ¡buf! Desayunamos en el hotel y fuimos al aeropuerto a coger la pequeña avioneta que nos llevaría hasta Kemi.
Nos íbamos acercando poco a poco al Círculo Polar Ártico y por la ventanilla ya se apreciaba el extenso manto blanco que cubría la zona. Las mariposillas en el estómago empezaban a aparecer ¡Cómo me gusta esa sensación! Es el síntoma de que lo que tengo por delante es algo especial.
Después de un vuelo de hora y media llegamos al aeropuerto de Kemi/Tornio.
Aterrizamos y fuimos andando hasta la desierta terminal a recoger nuestro equipaje perooo ¿Dónde estaba nuestro equipaje? Todos los pasajeros se habían marchado con sus maletas y nosotros estábamos con cara de tontos mirando a la cinta esperando que por arte de magia salieran nuestras maletas.
Pero no, no salieron. Tuvimos que ir a la pista de aterrizaje a contarle lo que había pasado a una persona que vimos por allí, porque en el aeropuerto no había absolutamente nada, era increíble.
El personal solo estaba allí cuando aterrizaba o despegaba un avión, por lo que tuvimos que esperar a que llegara una persona desde el pueblo para redactar nuestra reclamación.
La chica muy amablemente nos indicó que probablemente las maletas estarían en Helsinki y que llegarían en el próximo vuelo, por lo que con total tranquilidad cogimos un taxi para ir a nuestro hotel porque pensábamos que la cosa iba a ser una mera espera (ilusos de nosotros).
El Hotel elegido fue el Cumulus Kemi. Un hotel sencillo, limpio, bien ubicado (a 15 minutos de la estación de tren y a 20 del hotel de hielo), con piscina climatizada, sauna, un buen desayuno y un personal muy amable.
Explicamos en recepción lo que había pasado con nuestras maletas para que nos las llevaran a la habitación si las entregaban, y como hacía un sol espléndido nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo.
Visitamos su iglesia neogótica, sacamos unas fotos a las típicas y coloridas casas de madera y estuvimos jugando en la nieve como niños hasta la hora de comer, olvidándonos por momentos del marrón que teníamos con el tema de las maletas.
De camino al Hotel de hielo vimos una pizzería con muy buena pinta y entramos a comer: Kemi Puistopaviljonki Ky, situado muy cerca del puerto, con mucho encanto y con unas pizzas riquísimas.
El sol ya estaba empezando a bajar por lo que nos acercamos al hotel de hielo para verlo con luz y poder fotografiarlo por fuera. He de remarcar que su exterior no dice todo lo que hay por dentro,pero eso lo veréis después,cuando os cuente la experiencia de cenar en él.
Fue muy curioso ver cómo la arena de la playa daba paso al hielo del mar, nunca en mi vida había observado algo igual. Nieve y hielo si, arena sí, pero ambas cosas juntas nunca.
Y os preguntareis ¿Cómo es posible? El agua es salada pero debido a la gran cantidad de ríos que desembocan en el Báltico, la latitud donde se encuentra y la estrecha salida que tiene al océano, su salinidad es muy baja (una de las más bajas del mundo lo que disminuye el punto de fusión) y esto favorece su congelación. Curioso ¿verdad?
Y con la puesta de sol sobre el Báltico helado nos fuimos al hotel a ver si habían llegado nuestras maletas. Pero no, allí nadie había dejado nada. Llamamos al teléfono que nos dio la chica del aeropuerto y nos dijeron que pudiera ser que llegaran en el último vuelo de la noche, pero nos quedamos muy mosqueados….si las maletas las tenían localizadas, ¿cómo podía ser que no supieran en que vuelo iban a meterlas? Si era un vuelo corto y directo ¿tan complicado era?
Aun así no perdimos la esperanza y después de un buen chapuzón en la piscina del hotel y una rica cena en el mismo, decidimos estar despiertos hasta ver si llegaban en el último vuelo. Pero tampoco, ni rastro de ellas.
Después de la última llamada del día, de mirar en la web nuestros localizadores sin éxito me empecé a agobiar.
Si esto mismo nos pasa en en la playa no hay problema, te compras cuatro cosas y a sobrevivir hasta que llega la maleta, pero es que estábamos en el Círculo Polar Ártico, con una temperatura de -13 grados de mínima y -4 de máxima y con una excursión al día siguiente al aire libre. Toda nuestra ropa térmica, la ropa de ski, trípodes etc estaban en las maletas y las maletas estaban perdidas. Sólo teníamos la ropa que llevábamos en el vuelo y ésta no era precisamente la más adecuada para la ocasión. Me entró tal agobio que me puse a llorar….en tantos años viajando nunca nos habían perdido la maleta y nos tenía que pasar precisamente allí, en Laponia.
Con el berrinche del siglo me dormí, aun con la esperanza de tener la maleta en el primer vuelo de la mañana.
Día 5: Kemi
Hoy el día amanecía nublado pero sin lluvia. Bajamos a desayunar y comprobamos nuevamente el estado de nuestras maletas: desaparecidas en combate. Hoy teníamos una de las excursiones más esperadas del viaje a Laponia: Safari en moto de nieve por el báltico helado hasta el rompehielos Sampo, pero no nos pasaban a recoger hasta las 10,por lo que pensamos en ir a la tienda Intersport que habíamos visto el día anterior y comprar todo lo que nos hiciera falta.
No queríamos arriesgarnos a no tener maletas el resto del viaje y estropearlo todo, por lo que ni cortos ni perezosos iniciamos una maratón en la tienda. Éramos los únicos clientes y las dependientas no salían de su asombro viéndonos gritar en español para avisarnos de dónde estaban las cosas en oferta y echar cosas a la cesta de forma compulsiva. Es más, tuvimos que explicarles lo que nos había pasado porque sus caras eran un poema. Llenos de bolsas volvimos al hotel, estrenamos la ropa que habíamos comprado y bajamos a recepción a esperar a que nos vinieran a recoger.
Ahora sí, ahora empezaba lo bueno. Nuestro guía nos pasó a recoger y nos llevó hasta la casa de safaris donde tenían los buzos que debíamos ponernos, el pasamontañas y las botas. Nos dio un par de explicaciones a cerca de la conducción de motos de nieve y ¡al lío!
Conducir sobre las aguas heladas del golfo de Botnia al encuentro del rompehielos Sampo ha sido UNA DE LAS MEJORES EXPERIENCIAS DE MI VIDA. Lo pongo en mayúsculas, negrita, subrayado y todo lo que haga falta porque fue una auténtica brutalidad.
Cuando después de un rato de conducción paramos las motos de nieve sentí que estaba en el fin del mundo. No se veía el horizonte, todo era blanco, no se oía ni un solo ruido, ni una sola persona….y ¡¡¡estábamos pisando el mar!!! ¡el mar helado! Además como había nevado estaba aún más bonito porque tenía una capa de nieve que hacía que luciera aún más.
Y ya el momentazo en el que vimos el rompehielos a lo lejos, inmenso, haciendo crujir el hielo a su paso ¡buf! sin palabras. Las lagrimillas se me escaparon al ver donde estaba y lo que teníamos todavía por delante. Super emocionante, un subidón increíble. Da dolor pagar lo que cuesta esta excursión, pero de verdad que vale cada euro invertido.
Es algo único y super recomendable. Un must para todos los que vayan a Laponia y les guste la aventura.
Subimos al rompehielos y nos hicieron una presentación de la historia y características del Sampo, para luego hacer una visita guiada a sus instalaciones (puente de mando, sala de máquinas, salones interiores etc) antes de almorzar.
Como dato, el Sampo finalizó su actividad de rompehielos en 1987, momento en el que fue adquirido por el ayuntamiento de Kemi para darle una segunda vida como actividad turística.
La función de rompehielos se lleva a cabo gracias al especial peso y grosor de su chapa, de forma que con su peso va abriendo la ruta. Y esa apertura se puede ver en forma de inmensa grieta en el hielo a su paso.
Después, almorzamos un rico guiso de salmón y de reno (te dan a elegir, nosotros los combinamos para probar de los dos) y nos fuimos a la cubierta a sacar fotos y disfrutar de las maravillosas vistas.
Pero no acababa ahí la cosa, después de llevar un buen rato navegando, todos los que quisiéramos podíamos darnos un chapuzón vestidos con los trajes estancos de supervivencia.
Nosotros no lo dudamos ni un segundo.
La primera aventura fue meternos en un traje que me recordaba a los del programa Grand Prix, super gordo, incómodo y nada favorecedor jajaja. Las pintas que teníamos eran curiosas y nos mirábamos y nos partíamos de la risa.
La segunda aventura fue andar con él, tarea complicada, donde todos parecíamos patos torpes, por no hablar de la ardua tarea de bajar por la rampa del rompehielos, donde nos tuvieron que ayudar.
La tercera aventura fue la de meternos en uno de los «caminos» que había hecho el rompehielos. Nos tiramos al agua y empezamos a flotar, que pasada y que frío, porque aunque se supone que con esos trajes puedes aguantar hasta 4 horas en el agua yo al minuto ya estaba congelada.
Una fotito para el recuerdo cortesía del grupo de españoles que compartió la visita con nosotros, y la última odisea: salir de allí impulsándonos y arrastrándonos cual culebras por el hielo. Mucha gente necesitó ayuda para poder salir ya que se resvalaban y se volvían a caer al agua, unas risas.
Bañarte en el báltico helado en medio de la nada no es algo que se pueda hacer todos los días y es otra de las cosas que os recomiendo no perderos en Laponia. Es una pasada con mayúsculas.
Dejamos el rompehielos para ir a buscar nuestras motos de nieve, aparcadas allí en medio de la nada.
El tour terminaba en un campamento de pastores de renos donde tomamos un tentempié en una Kota (tienda tradicional Sami alrededor del fuego). La Kota tiene un diseño similar a un tipi americano pero es menos vertical y más estable para resistir los fuertes vientos.
Allí sentados alrededor del fuego pudimos hablar con el guía y con la persona a cargo del campamento de las costumbres, curiosidades del lugar, viajes, vamos lo que a nosotros nos encanta (tuvimos la suerte de estar los dos solos).
Después del descanso dimos una vuelta en un trineo tirado por estos simpáticos animalitos (a 2km/hora jajaja). Es un trayecto muy corto, simplemente para que tengas la experiencia de ver cómo se movían por esta zona.
El día había sido increíble. En cada viaje hay momentos buenos, malos y momentazos y el día de hoy había sido un MOMENTAZO con mayúsculas.
Volvimos a dejar los buzos en la casa de safaris, nos despedimos de nuestro guía y nos fuimos al hotel.
Para mi sorpresa ¡mi maleta estaba allí esperándome! ¡no me lo creía! Después de la maratón de compras de primera hora mis pertenencias estaban por fin conmigo. La maleta de mi marido no corrió la misma suerte y hoy es el día en el que no sabemos nada de ella (nos dijeron que estaba en Lituania pero nunca llegó, por lo que el pobre tuvo que poner reclamaciones y reclamaciones para conseguir que le devolvieran algo de dinero y sobrevivir con las compras que hizo). Vergonzoso que dejes tus pertenencias a alguien, las pierdan o roben y no se hagan cargo.
Después de descansar un rato en la habitación nos cambiamos para acudir a otro de los grandes momentos del viaje y así poner el broche de oro al día que habíamos tenido (tema maleta a parte): Cenar en el Snow Restaurant del Castillo de Hielo. Fue una sorpresa que le preparé a mi marido, lo llevé reservado desde España y no tenía ni idea de que íbamos a poder acceder al castillo y además cenar en él.
El Castillo de Hielo de Kemi lo reconstruyen todos los inviernos desde 1996 y ocupa un terreno total de entre 13.000 y 20.000 metros cuadrados.
Para construir esta obra maestra utilizan el agua del mar Báltico situado a su lado y usan unas mangueras acopladas a máquinas de hacer nieve (como las que utilizan las estaciones de esquí). Cada año el diseño de la planta del Castillo de Hielo es diferente: la decoración, las esculturas, el bar, el restaurante, la capilla…todo es nuevo ¡la excusa perfecta para volver!
La temperatura de dentro del castillo se mantiene constante (-3ºC aproximadamente) independientemente de la temperatura exterior y a medida que pasa el invierno y la temperatura aumenta el castillo va encogiendo hasta desaparecer.
Para los más atrevidos hay habitaciones de hielo, con paredes talladas, colchones térmicos y sacos de dormir especiales para que se pueda disfrutar de la experiencia con la mayor comodidad posible. Eso sí, los baños son comunitarios y están en otro apartado.
Nosotros quisimos vivir la experiencia de cenar en su restaurante y ver las esculturas y el castillo iluminado y con poca gente (al reservar el último turno). Cenar en un lugar así tiene un encanto especial, es otro de los «must» de Laponia sin duda alguna. Una experiencia brutal.
En cuanto al menú, tienen varias opciones a elegir en función de lo que os guste: reno, pescado blanco, pollo, sopa…
Las mesas son de hielo y los asientos de madera con piel de reno para que no se tenga tanto frío. Además, la comida la sirven en recipientes especiales que mantienen su calor, por lo que no hay problema.
Los dibujos tallados en las paredes y las esculturas eran impresionantes. Esta que veis de Neptuno tenía incluso un tobogán y podéis ver la altura con respecto a mi.
La cámara no paraba, pese a la poca luz sacamos miles de fotos, a cada escultura, a cada rincón, y como os decía antes, totalmente solos.
El día llegaba a su fin pero todavía nos faltaba por vivir otra de las grandes experiencias de este viaje a Laponia. Lo bueno no había acabado.
Día 6: Saariselkä
Hoy tocaba madrugón para llegar a nuestro siguiente destino: Kakslauttanen Arctic Resort, en Saariselkä, un hotel que tenía fichado desde hacía muchísimo tiempo porque es muy especial. Ya veréis que pasada.
Para llegar hasta allí en transporte público primero tuvimos que coger un tren desde Kemi hasta Rovaniemi (salimos a las 6.30 a.m. y el trayecto fue de una hora y veinte) y después esperar en la estación hasta las once (hora de salida del autobús que nos dejaría al lado del complejo Kakslauttanen).
Aprovechamos este tiempo para desayunar y salir a buscar donde estaba exactamente la parada del autobús. Nota: A quien le guste Papá Noel puede aprovechar estas horas de espera para acercarse en taxi al Pueblo de Papá Noel/Santa Claus que está a escasos 15 minutos de la estación de tren.
En nuestro caso, como abrían a las 10 y nuestro autobús salía a las 11 no teníamos mucho tiempo y preferimos dejarlo para una futura ocasión, llevar allí a nuestros hijos futuros sería un buen plan jejeje.
El trayecto hasta el complejo de Kakslauttanen se hizo largo. Fueron 4 horas y el autobús nos dejó en la carretera, por lo que tuvimos que cargar con la maleta hasta la recepción del hotel para hacer el check in.
La noche de hoy la pasaríamos en un iglú de cristal con la ilusión de ver la aurora boreal desde la cama. Dormir en él era un sueño hecho realidad, una experiencia de las que tienes que vivir una vez en la vida.
Fue muy gracioso entrar por la mini puerta y ver el reducido espacio en el que dormiríamos con el lujo de tener un techo de cristal (muy cómodo no es, eso hay que reconocerlo).
También fue muy curiosa la forma en la que el hotel te facilita el trasporte del equipaje hasta el iglú ¡un trineo!
Aprovechamos a sacar unas fotos ya que estaba anocheciendo y a hacer un poco el gamberro con el trineo.
Sin duda, dormir en un iglú de cristal es algo totalmente diferente y si tenéis la suerte de ver la aurora boreal desde la cama no me quiero ni imaginar.
En nuestro caso, el cielo estaba totalmente cubierto y nuestro deseo no se cumplió, una pena. Aún así, dormir en medio del bosque, con un silencio absoluto y viendo la silueta de los arboles moviéndose por el viento en el techo es un lujo, y romántico a más no poder.
Cenamos en el restaurante del hotel (muy bien, por cierto, y con mucho encanto) y nos fuimos a dormir a nuestra peculiar habitación.
He de decir que los iglús tienen un baño con un inodoro exclusivamente y si uno se quiere duchar hay que ir a los baños comunitarios. También hay sauna comunitaria.
Día 7: Saariselkä
Las dos noches que nos quedaban en Laponia decidimos alojarnos en las cabañas de madera del Kakslauttanen Arctic Resort.
Los iglús de cristal están muy chulos como experiencia, pero no son muy cómodos para pasar más de una noche. Cuando uno piensa en una cabaña aislada en la nieve sin duda se imagina algo así. La combinación de ambos tipos de alojamientos fue un acierto. No queríamos elegir uno de los dos y, como lo reservamos con tiempo, teníamos disponibilidad en ambos.
Las cabañas son acogedoras, con su chimenea, su sauna privada (si, si, sauna privada, una gozada en mayúsculas), su porche de madera, hasta una mecedora al lado del fuego que hacía que la estancia fuera totalmente idílica.
Cambiamos el equipaje de un alojamiento a otro con nuestro trineo (si, nuevamente lo utilizamos porque no llevábamos mochilas) y nos fuimos a desayunar. Pero antes foto de rigor delante de nuestra preciosa cabaña ¡que gozada! no me cansaré de decirlo.
Para hoy teníamos contratada otra actividad muy recomendable en Laponia: un recorrido nocturno en motos de nieve en busca de las auroras boreales, por lo que teníamos la mayor parte del día libre.
Decidimos acercarnos al pueblo de Saariselkä para ver la «oficina» de Santa, comprar algún recuerdo en las tiendas de souvenirs y comer en un bar-restaurante que llevaba apuntado: Teerenpesa, un local acogedor con comida típica finlandesa a precios no muy elevados (os recomiendo la hamburguesa de reno).
Nos quedamos con ganas de catar la estación de esquí alpino, pero hubiéramos necesitado más tiempo y queríamos disfrutar de la cabaña en pareja y estar tranquilos por un día. Un alojamiento tan especial había que aprovecharlo.
Volvimos en el bus a nuestro hotel y como no podía ser de otra forma, pusimos el fuego y nos metimos los dos en la sauna de la cabaña. Después, salimos a sacar unas fotos por los alrededores hasta las seis de la tarde que pasaban a buscarnos para empezar el safari nocturno.
Las previsiones de nubosidad para la noche no eran muy halagüeñas. Había actividad solar pero la cobertura de nubes era muy alta. Aun así, fuimos con muchas ganas.
Nos dieron las motos de nieve y comenzamos la aventura conduciendo en el bosque de noche.
El trayecto hasta un alto desde donde se veía el pueblo a lo lejos fue muy interesante. Como algo negativo: el frío, yo no podía hablar de lo congelada que tenía la cara, parecía que me hubiesen anestesiado. Entre la velocidad en la moto, que no llevábamos buzo térmico y que la temperatura exterior nocturna era bajísima, mi cuerpo estaba paralizado.
Nuestro guía nos dijo que no íbamos a tener la suerte de poder apreciar tan maravilloso espectáculo de la naturaleza. La Dama del Norte estaba oculta tras las nubes y no parecía que se fuera a despejar en toda la noche, por lo que regresamos a la cabaña a dejar los cascos de la moto y tomar una sopa caliente para coger temperatura.
Cuando estábamos ya de vuelta en el hotel nos pareció ver el cielo a trocitos verde, pero no sabíamos si era nuestra ansia por ver la aurora boreal o era real, por lo que ni cortos ni perezosos cogimos el trípode y salimos a ver si teníamos suerte.
Fue muy curioso ver «fogonazos» verdes cuando una nube se apartaba y dejaba un pequeño claro, de hecho la primera vez nos asustamos. Con la cámara se podía apreciar la aurora boreal, pero ni mucho menos era como la que por ejemplo vimos recientemente en nuestro viaje a Islandia. No bailaba ni se podía apreciar claramente porque estaba tapada la mayor parte del tiempo, pero se veía que encima de las nubes había un espectáculo.
No era la foto que queríamos, pero las nubes son así, y no podíamos soplar para quitarlas. La excusa perfecta para organizar otra escapada a Laponia, jejeje.
Con la foto de esta pequeña «mini Aurora» en Laponia nos fuimos a dormir.
Día 8: Saariselkä
Hoy era un día grande ya que nos esperaba otra de las actividades que más ganas teníamos de hacer en Laponia: Safari con Huskies.
Desayunamos y volvimos a coger el bus para acercarnos al pueblo, ya que en esta excursión no nos pasaban a recoger por el hotel.
La oficina de Lapland Safaris se encontraba al lado de la carretera que cruza Saariselkä, en una zona de aparcamientos del Hotel Riekonlinna. Allí nos equiparon con los buzos térmicos y nos subieron a un minibús que nos acercó a la zona desde donde partía nuestro safary.
Nada más llegar y ver a todos los huskies preparados empezaron las mariposas en el estómago. No pude resistirme a achucharles un poco, eran cariñosos y buenos a más no poder.
Cuando nos colocamos en los trineos los perros empezaron a ladrar, a saltar y a aullar como locos. Sabían que iban a correr y estaban ansiosos, no sé si tanto como nosotros por empezar.
Nuestro trineo contaba con cinco perros. Según nos explicaron, en primer lugar está el perro «líder», adiestrado desde cachorro para hacer caso a las instrucciones del conductor y guiar el trineo (dicen que los mejores incluso te pueden llevar de vuelta a casa sin instrucción alguna y en condiciones totalmente adversas). En la zona más cercana al trineo están los «perros rueda» (“wheel dogs”), fuertes y vigorosos para poder tirar del trineo, sobre todo en la arrancada. Y entre el perro «líder» y los «perros rueda» están los perros que se limitan a correr y a disfrutar de la carrera (aunque digo yo que algo ayudaran a tirar del carro).
A mitad de camino cambiábamos el puesto, y quien iba de «paquete» se convertía en conductor y viceversa.
En esta pequeña parada donde el guía pasaba a repasar uno por uno que todos los perros, cuerdas y arneses estuvieran bien, los perros estaban como al principio: ladrando a tope para que nos diéramos prisa y emprendiéramos la carrera de nuevo.
Es increíble ver lo que disfrutaban corriendo y lo poco que les gustaba estar parados.
A mí me daba bastante respeto conducir el trineo, pero una vez superado ese miedo inicial la sensación fue INCREIBLE.
Disfrutar del paisaje nevado mientras avanzábamos en la carrera, en medio de la nada, sintiendo la fuerza de los perros. Es algo indescriptible, de verdad.
Esta experiencia fue, junto con el SAMPO, lo mejor del viaje a Laponia.
Cuando llegamos al final del recorrido nos dio una pena enorme.
Nos despedimos de los que habían sido nuestros compis perrunos durante unas horas y fuimos a ver a los cachorritos que tenían cerca de la cabaña ¡Qué bonitos eran! Se me caía la baba con ellos…
Para entrar en calor nos indicaron que fuéramos a la cabaña, donde nos sirvieron una bebida caliente y donde pudimos comentar la experiencia con el resto de compañeros. Todos estábamos igual de emocionados y coincidimos en que era algo único y muy recomendable.
La aventura había terminado. Teníamos una noche más para disfrutar de nuestra cabaña de madera en el Kaslauttanen Arctic Resort pero ya al día siguiente cogiamos los dos vuelos que nos llevarían de nuevo a casa (Ívalo-Helsinki-Madrid).
La próxima vez que volvamos a Laponia será con nuestros esquís en el equipaje y quizás, en esa ocasión, veamos una maravillosa Aurora Boreal iluminando a los Centinelas del Ártico. Como dicen, siempre hay que dejar algo pendiente para querer volver.
Espero que os haya gustado el relato del viaje a Laponia, y como siempre, si tenéis alguna duda podéis encontrarme en Facebook o en Instagram donde además de muchas fotos tengo los videos de los viajes que hacemos en formato storie. No olvidéis seguirme para estar al día de todo lo que publico.
¡Salud viajeros!
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